Antes De Que Cace

Текст
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

“¿Es eso cierto?” dijo Atkins. Hasta su amigo elevó la vista de su café, con aspecto muy interesado.

“Sí, señor. Y esa es la razón de que esté aquí. Tenía que venir a Belton a echar un vistazo a un viejo caso. El caso de mi padre, para hablar claro.”

“Oh no,” dijo Atkins. “Es cierto… jamás hallaron a los que le hicieron eso, ¿verdad?”

“No, no lo hicieron. Y últimamente, ha habido numerosos asesinatos en Omaha que creemos están vinculados con el de mi padre. Ahora, he venido aquí porque, francamente, recuerdo que papá venía aquí ocasionalmente cuando yo era pequeña. Era ese tipo de sitios donde los hombres tendían a sentarse a pasar el tiempo tomando café y hablando de sus cosas, ¿no es cierto?”

“Eso es cierto… aunque no siempre era café lo que bebíamos,” dijo Wendell con una risita ronca.

“Me preguntaba si podría decirme cualquier cosa que recuerde después de enterarse de que habían matado a mi padre. Incluso si piensa que eran rumores o cotilleos, me gustaría saberlo.”

“En fin, agente White,” dijo con buen humor, “Odio decirte que parte de ello no es muy agradable.”

“No espero que lo sea.”

Atkins hizo un sonido incómodo dentro de su garganta mientras se inclinaba sobre el mostrador.  Su amigo pareció percibir que se avecinaba una conversación delicada; agarró su taza de café y desapareció por detrás de las filas de inventario y de aparejos de pesca que había detrás del mostrador.

“Algunos dicen que fue tu madre,” dijo Atkins. “Y solo te digo esto porque me lo has preguntado. De lo contrario, no me atrevería a comentar algo así.”

“Está bien, señor Atkins.”

“Cuenta la leyenda que ella lo preparó todo para que pareciera un asesinato. El hecho de que ella… en fin, que más o menos tuviera un ataque de nervios después de lo sucedido, le pareció demasiado conveniente a alguna gente.”

Mackenzie ni siquiera podía enfadarse ante tal acusación. Ella misma se había planteado esa teoría, pero simplemente no encajaba. También significaría que ella era responsable por las muertes de los vagabundos, de Gabriel Hambry, y de Jimmy Scotts. Y su madre podía ser muchas cosas, pero no era una asesina en serie.

“Otra historieta cuenta que tu padre estaba liado con algunos hombres malos de México. Un cártel de drogas de alguna clase. Un trato salió mal o tu padre les sacó la pasta de alguna manera y ahí se acabó todo.”

Esta era otra teoría con la que se había especulado mucho tiempo. El hecho de que, Jimmy Scotts también había estado supuestamente implicado con un cártel de drogas—el suyo en Nuevo México—proporcionaba un enlace, pero, como había comprobado una larga investigación, no había conexión alguna. Claro que el padre de Mackenzie había sido policía y era del domino público que había detenido a unos cuantos traficantes de drogas locales, con lo que esa suposición era fácil de hacer.

“¿Algo más?” preguntó.

“No. Cree lo que tú quieras, pero francamente, yo no fisgo demasiado. Odio el cotilleo. Ojalá tuviera más que contarte.”

“Está bien. Gracias señor Atkins.”

“Sabes,” dijo él, “puede que quieras hablar con Amy Lucas. ¿Te acuerdas de ella?”

Mackenzie trató de escarbar en su memoria, pero no le vino nada a la mente. “El nombre me suena un poco, pero no… no la recuerdo.”

“Vive allá en la calle Dublín… la casa blanca con el viejo Cadillac encima de unos bloques en el patio del garaje. Ese maldito bulto lleva ahí desde siempre.”

Tristemente, ese era todo el recordatorio que necesitaba Mackenzie. Aunque ella no conociera personalmente a Amy Lucas, que recordaba la casa. El Cadillac en cuestión era de los años 60. Llevaba colocado encima de unos bloques ni Dios sabía cuánto tiempo, Mackenzie se acordaba de haberlo visto durante la época que pasó en Belton.

“¿Qué hay de ella?” preguntó Mackenzie.

“Tu madre y ella fueron como uña y carne durante una temporada. Amy perdió a su marido por un cáncer hace tres años. No es que se le haya visto mucho por el pueblo como de costumbre desde aquello. Pero me acuerdo de ella con tu madre, siempre saliendo juntas. Siempre estaban en el bar, o jugando a las cartas en el porche frontal de Amy.”

“Como si el señor Atkins hubiera tocado un interruptor en alguna parte, Mackenzie se acordó de pronto de más que lo que había recordado hasta ahora. Apenas podía ver el rostro de Amy Lucas, resaltado por un cigarrillo que le colgaba de entre los labios. Esa es la amiga por la que mamá y papá tenían tantas discusiones, pensó Mackenzie. Las noches que mamá venía borracha a casa o que no andaba por allí un sábado, estaba con Amy. Yo era demasiado joven como para pensar ni un minuto sobre ello.

“¿Sabe dónde trabaja?” preguntó Mackenzie.

“En ninguna parte. Te apuesto lo que sea a que está en su casa ahora mismo. Cuando murió su marido, le dejó con un bonito nido lleno de huevos. Se queda sentada en su casa y camina arriba abajo todo el día. Pero por favor, si vas a verla, por amor de todo lo más sagrado, no le digas que yo te envié allí.”

“No lo haré. Gracias de nuevo, señor Atkins.”

“Claro, espero que encuentres lo que sea que estés buscando.”

“Yo también.”

Volvió a salir afuera y caminó hasta su coche. Miró arriba y abajo al tranquilo tramo de la calle principal y se empezó a preguntar: ¿Qué es exactamente lo que estoy buscando?”

Se montó al coche y empezó a circular hacia la calle Dublín, esperando encontrar allí algo parecido a una respuesta.

CAPÍTULO SEIS

La calle Dublín era un tramo asfaltado de dos carriles que serpenteaba a través del bosque. Coronada por árboles a ambos lados de la carretera, Mackenzie fue escoltada hasta la residencia de Amy Lucas. Sentía cómo si le estuvieran transportando a través del tiempo, especialmente cuando llegó a la casa y divisó ese viejo Cadillac, apostado sobre unos bloques de cemento al extremo opuesto del patio de gravilla del garaje.

Aparcó detrás del único otro coche que había allí, un Honda mucho más actual, y se bajó. Mientras entraba al porche, pensó en Atkins hablándole de su madre y de Amy jugando a las cartas en este mismo espacio. Hacerse consciente de que su madre había ocupado este porche en otro tiempo le provocó un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero.

Mackenzie llamó a la puerta y la respondieron de inmediato. La mujer que estaba en pie al otro lado era un fantasma del recuerdo que tenía Mackenzie. Amy Lucas parecía tener unos cincuenta y tantos años y el tipo de mirada que siempre parece estar sintiendo desconfianza de alguien. La mayor parte de su cabello castaño había encanecido. Estaba peinado hacia atrás con firmeza para revelar una frente llena de viejas cicatrices de acné. Tenía un cigarrillo entre los dedos de su mano derecha, y el humo se deslizaba de vuelta al interior de la casa.

“¿Señora Lucas?” preguntó Mackenzie. “¿Amy Lucas?”

“Esa soy yo,” dijo ella. “¿Y quién eres tú?”

Mackenzie mostró su placa y repasó la misma rutina de siempre. “Mackenzie White, del FBI. Esperaba poder preguntarle—”

“¡Mac!¡Madre mía! ¿Qué estás haciendo en el pueblo?”

El hecho de que esta mujer pareciera recordarle desequilibró un poco a Mackenzie, pero se las arregló para conservar la compostura. “Lo cierto es que estoy trabajando en un caso y esperaba que pudieras ser de alguna ayuda.”

“¿Yo?” Entonces se echó a reír con el tipo de carcajada que ya hacía tiempo que se había convertido en el sonido de incontables cigarrillos trabajando en contra de sus pulmones.

“Bueno, se trata del caso de mi padre. Y con toda franqueza, mamá y yo ya no tenemos la mejor relación del mundo. Esperaba que pudieras ayudarme a arrojar algo de luz sobre unas cuantas cosas.”

Esa mirada desconfiada se achinó durante un momento antes de que Amy asintiera con la cabeza y se echara a un lado. “Pasa adentro,” dijo.

Mackenzie pasó al interior y le recibió como una bofetada la peste a humo de cigarrillo. Era casi como una nube visible colgando de la casa. Amy le guió a través de un pequeño recibidor hacia el interior de la sala de estar, donde tomó asiento en una vieja butaca deshilachada.

Mientras Mackenzie se sentaba al extremo de un sofá en la pared más alejada, hizo lo que pudo para ocultar el hecho de que estaba intentando no toser debido a todo el humo de cigarrillos.

“Me enteré de lo de su marido,” dijo Mackenzie. “Le acompaño en el sentimiento.”

“Sí, fue un día triste, pero sabíamos que estaba de camino. El cáncer puede ser muy cabrón. Pero… él ya estaba listo para irse. El dolor fue terrible casi al final. “

No había manera de hacer una transición sencilla y, como Mackenzie nunca había considerado el arte de la conversación como su punto más fuerte, hizo lo que pudo por ir al grano sin parecer grosera.

“Por eso he regresado al pueblo, para intentar encontrar más detalles sobre el asesinato de mi padre. El caso se quedó paralizado durante muchísimo tiempo, pero otra serie de asesinatos en otra parte del estado nos han hecho volver a abrirlo. Quería hablar contigo porque parece que eras buena amiga de mi madre. Me preguntaba si hay algo que me puedas decir sobre el estado en el que pudiera haber estado los días justo antes y después de la muerte de mi padre.”

Amy le dio una calada a su cigarrillo y se volvió a sentar en su sillón. Ya no tenía aspecto desconfiado, sino bastante triste.

“Maldita sea, echo en falta a tu madre. ¿Cómo anda ella?”

“No lo sé,” dijo Mackenzie. “No hemos hablado en más de un año. Hay algunos asuntos por resolver entre nosotras, como puedes imaginar.”

Amy asintió. “¿Llegó a salir alguna vez de esa… residencia?”

Quiere decir del pabellón psiquiátrico, pensó Mackenzie. “Sí. Y entonces se buscó un apartamento en alguna parte y empezó a vivir su vida por su cuenta. Como que nos dejó a Stephanie y a mí de lado.”

 

“Cuando murió tu padre, fue muy duro para ella,” dijo Amy. “El hecho de que ella estuviera allí mismo, en el sofá, cuando sucedió todo—pudo con ella.”

Sí, también me dejó bastante hecha polvo a mí, pensó Mackenzie. “Sí, todos pasamos por eso. ¿Alguna vez te dijo mamá algo sobre aquella noche? ¿Quizá cosas que vio o que escuchó?”

“No que yo recuerde. Sé que le acosaba la idea de que la puerta debía haber estado abierta—que la persona que entró y mató a tu padre entró sin problemas a la casa. Le asustaba muchísimo lo que hubiera podido sucederte a ti o a tu hermana.”

“Y así fue,” dijo Mackenzie. “Todos los demás estábamos sanos y salvos. El asesino solo quería a mi padre. ¿Alguna vez compartió mi madre contigo cosas acerca de mi padre que pensaste que eran extrañas? ¿Quizá razones por las que alguien quisiera verle muerto?”

“Francamente, tu madre solamente hablaba de lo guapo que estaba vestido con el uniforme de policía. Le hicieron un detective casi al final, ¿verdad?”

“Así es. Entonces… ¿a mamá le gustaba el hecho de que fuera un policía o le ponía incómoda?”

“Un poco de ambas cosas, creo yo. Estaba muy orgullosa de él, pero siempre estaba preocupada. Es la razón de que bebiera tanto. Siempre estaba preocupada de que le iban a hacer daño y la bebida era su manera de manejar el estrés.”

“Ya veo…”

“Mira, ya sé que algunos de los rumores que corren por el pueblo no son muy bonitos, pero lo cierto es que tu madre amaba a tu padre. Le quería mucho. Él se desvivió por apoyarla. Al principio cuando se hizo policía y apenas les daba para pagar gastos, consiguió un préstamo y compró este diminuto edificio de apartamentos fuera del pueblo. Trató de ser un casero durante unos dos años y aquello no era para él. Aunque los ingresos eran suficientes como para mantenerles a flote.”

“¿Cuándo fue esto?” preguntó.

“Antes de que llegaras tú, desde luego,” dijo Amy. “Éramos todos tan jóvenes entonces. Dios, no puedo creer que se me olviden algunas de esas cosas con tanta facilidad…”

Mackenzie no pudo evitar sonreír. Así sin más, se acababa de enterar de algo nuevo sobre su padre. Sin duda, quizá él y su madre habían mencionado esta pequeña actividad de casero de pasada, pero si lo habían hecho, ella nunca se había dado por enterada.

“Amy, ¿cuándo fue la última vez que hablaste con mi madre?”

“El día antes de que se marchara a esa residencia. No es por restregarlo, pero hasta entonces creo que ya estaba enfadada contigo, aunque nunca me diera una buena razón del por qué.”

“¿Y dijo algo acerca de mi padre?”

“Dijo que sucedió como en una pesadilla. Dijo que fue su culpa y que debería haber sido capaz de detenerlo. Me imaginé que solo se trataba de culpabilidad por haber estado dormida y no despertarse cuando por lo visto alguien entró a la casa con un arma.”

“¿Alguna otra cosa más en la que puedas pensar?” preguntó Mackenzie.

Hasta mientras Amy consideraba su respuesta, Mackenzie se había quedado pegada a una cosa que había dicho Amy. Debería haber sido capaz de detenerlo.

Parece algo extraño que decir a la luz de lo que sucedió.

Sabe algo. Siempre lo ha sabido y yo he estado demasiado asustada como para preguntarle…

Mierda. Tengo que llamarla.

Finalmente, Amy le respondió: “No, nada que pueda recordar, pero ahora has revuelto mis recuerdos del pasado. Si se me ocurre cualquier otra cosa, no dudes que te lo haré saber.”

“Te lo agradecería,” dijo Mackenzie, entregando a Amy una de sus tarjetas de visita. Salió de la casa, perfectamente feliz de poder volver a respirar el aire fresco. Se dirigió de vuelta a su coche, consciente de que apestaba a humo de cigarrillos, pero todavía contemplando el nuevo pedazo de información que había obtenido acerca de su padre.

Un casero, pensó. ¡No me encaja para nada! Me pregunto si Stephanie lo sabía…

Pero a la cola de este, había otro pensamiento.

Voy a tener que visitar a mi madre. No puedo retrasarlo más.

Este reconocimiento le puso nerviosa al instante. Mientras sacaba el coche de nuevo a la calle Dublín, el mero pensamiento de ver a su madre le puso a la defensiva. Parecía como si un peso se estuviera asentando en su estómago de camino al pueblo, intentando pensar en algo que pudiera hacer para retrasar la inevitable visita a su madre.

CAPÍTULO SIETE

Tenía otra tarea legítima que llevar a cabo antes de atormentarse con más pensamientos sobre su madre. Echó una ojeada a los archivos del caso y sacó la información sobre la autopsia de su padre. Encontró el nombre del forense que había escrito el informe original y se dispuso a localizarle.

Fue bastante fácil. Aunque el forense en cuestión se hubiera jubilado hacía dos años, el condado de Morrill era el tipo del lugar que parecía un agujero negro. Era imposible escaparse de él. Esa era la razón de que hubiera tantas caras familiares en las calles. A nadie se le había ocurrido largarse, irse a algún otro lugar para ver qué les tenía preparado la vida.

Llamó por teléfono al agente Harrison en DC para conseguir la dirección de Jack Waggoner, el forense que había trabajado en el caso de su padre. Obtuvo la dirección en unos cuantos minutos y se puso a conducir hasta otro pueblecito llamado Denbrough. Denbrough estaba a cuarenta millas de Belton, dos puntitos en el mapa de lo que era el Condado de Morrill.

Jack Waggoner vivía en una casa que se encontraba junto a un prado. Postes de vallas viejas derruidas y cables de púas indicaban que, en su día, aquí se habían dedicado a la crianza de caballos. Cuando aparcó su coche en el patio del garaje de una hermosa mansión colonial de dos plantas, vio a una mujer quitando las malas hierbas de un jardín de flores que bordeaba todo el porche.

La mujer la divisó desde el momento que Mackenzie entró al callejón con su coche hasta que lo aparcó.

“Hola,” dijo Mackenzie, deseando interactuar con la mujer cuanto antes posible antes de que su mirada insistente empezara a irritarle.

“Qué hay,” dijo la mujer. “¿Y quién puedes ser tú?”

Mackenzie le mostró su placa y se presentó de la manera más agradable que pudo. De inmediato, los ojos de la mujer se iluminaron, y le dejó de mirar con desconfianza.

“¿Y qué trae al FBI hasta Denbrough?” preguntó la mujer.

“Esperaba poder hablar con el señor Waggoner,” dijo Mackenzie. “Jack Waggoner. ¿Está en casa?”

“Así es,” dijo la mujer. “Yo me llamo Bernice, por cierto. Su esposa desde hace treinta y un años. A veces recibe llamadas del gobierno, siempre sobre gente muerta a la que examinó en el pasado.”

“Sí, esa es la razón de que haya venido. ¿Podría decirle que estoy aquí?”

“Te llevaré donde él está,” dijo Bernice. “Está en medio de un proyecto.”

Bernice invitó a Mackenzie a entrar en la casa. Estaba limpia y parcamente decorada, lo que la hacía parecer mucho más grande de lo que era en realidad. La disposición del lugar le hizo pensar de nuevo en que el enorme campo que había fuera había albergado ganado en otro tiempo—un ganado que había ayudado a pagar por esta casa.

Bernice le hizo descender hasta un sótano remodelado. Cuando llegaron al final de las escaleras, lo primero que vio Mackenzie fue una cabeza de ciervo en la pared. Entonces, cuando doblaron la esquina, vio a un perrito embalsamado—un perro de verdad que habían embalsamado después de muerto. Estaba apoyado en el rincón sobre una plataforma algo extraña.

En la esquina opuesta del sótano, había un hombre inclinado sobre una mesa de trabajo. Una lámpara de mesa iluminaba algo en lo que estaba trabajando, algo que estaba oculto por los hombros y la espalda encorvados del hombre.

“¿Jack?” dijo Bernice. “Tienes una visita.”

Jack Waggoner se dio la vuelta y escudriñó a Mackenzie desde detrás de un par de gafas gruesas. Se las quitó, parpadeó de manera casi cómica, y se levantó lentamente de su sillón. Cuando se movió, Mackenzie pudo ver en qué estaba trabajando. Vio el cuerpo de lo que parecía ser un pequeño lince.

Taxidermia, pensó. Parece que no pudo alejarse de los cadáveres después de retirarse.

“No creo que nos conozcamos,” dijo Jack.

“No nos conocemos,” dijo ella. “Soy Mackenzie White del FBI. Esperaba hablar con usted sobre un cadáver que usted examinó y con el que ayudó hace unos diecisiete años.”

Jack silbó y se encogió de hombros. “Demonios, apenas puedo recordar los cadáveres que examiné durante mi último año—y eso que solo fue hace dos años. Diecisiete años puede ser demasiado pedir.”

“Fue un caso bastante prioritario,” dijo. “Un policía… un detective, para ser exactos. Un hombre llamado Benjamin White. Era mi padre. Le dispararon a quema—”

“A quemarropa en la nuca,” dijo Jack. “Con una Beretta 92, si la memoria no me falla.”

“Así fue.”

“Claro, ese sí que lo recuerdo. Y… en fin, supongo que encantado de conocerte. Lamento lo de tu padre, por supuesto.”

Bernice suspiró y se puso a caminar hacia las escaleras. Le lanzó a Mackenzie una sonrisita y un gesto de la mano como disculpándose y se retiró.

Jack le sonrió a su mujer a medida que se dirigía hacia las escaleras. Cuando sus pisadas se silenciaron, Jack volvió a mirar a la mesa de trabajo. “Te daría la mano, pero… en fin, no sé si querrás que lo haga.”

“La taxidermia parece una afición apropiada para un hombre con su historial laboral,” dijo Mackenzie.

“Me ayuda a pasar el tiempo. Y los ingresos adicionales no vienen mal tampoco. De todas maneras… me estoy yendo por las ramas. ¿Qué puedo responder acerca del caso de Ben White?”

“Francamente, solo estoy buscando cualquier cosa fuera de lo normal. He leído los informes del caso más de cincuenta veces, sin duda. Me los sé de arriba abajo. No obstante, también soy consciente de que suele haber detalles mínimos que solo son percibidos por una o dos personas—detalles que en el momento no parece que merezcan la pena ser incluidos—que no acaban en el informe oficial. Estoy buscando cosas de esas.”

Jack se tomó un momento para pensar en ello, pero Mackenzie podía asegurar por la mirada de decepción en sus ojos que no se le estaba ocurriendo nada. Tras unos momentos, él sacudió la cabeza.

“Lo siento, pero en lo que se refiere al cadáver, no había nada fuera de lo normal. Obviamente, el medio que causó la muerte estaba claro. Por lo demás, sin embargo, su cuerpo había estado en buena forma.”

“Entonces, ¿por qué lo recuerda tan bien?”

“Debido a la propia naturaleza del caso. Siempre me resultó de lo más sospechoso. Tu padre era un policía de buena reputación. Alguien entró a tu casa, le disparó en la nuca, y se las arregló para salir sin que nadie viera quién lo hizo. No es que una Beretta 92 sea increíblemente ruidosa, pero sí lo suficiente como para despertar a una casa.”

“Me despertó a mí,” dijo Mackenzie. “Mi habitación estaba directamente junto a la suya. Lo escuché, pero no estaba segura de qué se trataba. Entonces escuché pisadas cuando alguien pasó junto a mi habitación. La puerta de mi dormitorio estaba cerrada, algo que yo nunca hacía de niña. Siempre la dejaba un poco entreabierta. Pero alguien la había cerrado, El mismo alguien, asumo, que disparó a mi padre.”

“Eso es correcto. Le encontraste tú, ¿verdad?”

Mackenzie asintió. “Y no podían haber pasado más de dos o tres minutos tras el disparo. En todo ese tiempo, no se me ocurrió que algo andaba mal. Entonces fue cuando salí de la cama y fui a ver qué pasaba a la habitación de mis padres.”

“Ya te digo… me gustaría tener algo más para ti. Y te ruego que me perdones por decirlo, pero hay algo de la historia oficial que no encaja. ¿Has hablado con tu madre sobre algo de esto?”

“No. No en profundidad. No es que seamos las mejores amigas.”

“Estaba hecha un desastre los días antes del funeral. Nadie le podía decir ni una palabra. Pasaba de llorar desconsoladamente a ataques de rabia en un abrir y cerrar de ojos.”

Mackenzie asintió, pero guardó silencio. Podía recordar perfectamente los ataques de rabia de su madre. Fue uno de los factores cruciales para que la ingresaran en un hospital psiquiátrico más adelante.

“¿Hubo algún tipo de confidencialidad cuando llegó el cadáver a la morgue?” preguntó.

“No por lo que puedo recordar. Ningún asunto sospechoso por lo que yo sé. Solo se trataba de otro cuerpo rutinario que llegaba. Aunque sabes… recuerdo a un policía que siempre andaba por allí. Estaba con ellos cuando entregaron el cadáver y se quedó en la oficina del forense un rato, como si estuviera esperando por algo. Estoy bastante seguro de que también le divisé en el funeral. Pero, en fin, Benjamin White era un hombre muy respetado… especialmente por los demás agentes del cuerpo. Claro que este agente… estaba allí todo el tiempo. Si la memoria no me traiciona, creo que se quedó por allí después del funeral, como si necesitara de algún tiempo a solas para procesar las cosas o algo así. Pero esto fue hace mil años, entiéndeme. Diecisiete años es mucho tiempo. Los recuerdos empiezan a disiparse cuando llegas a mi edad.”

 

“¿Por casualidad sabe cuál es el nombre de ese policía?” preguntó Mackenzie.

“No lo sé, aunque estoy bastante seguro de que firmó algunos papeles en algún momento. ¿A lo mejor puedes echar mano de los archivos del caso original?”

“Quizás,” dijo Mackenzie.

Está diciendo la verdad y siente lástima por mí, pensó Mackenzie. No hay nada más que conseguir aquí… excepto quizá adquirir alguna formación en taxidermia.

“Gracias por su tiempo, señor Waggoner,” dijo ella.

“Por supuesto,” dijo él, escoltándola de vuelta al piso superior. “Realmente espero que puedas solucionar este caso. Siempre pensé que había algo extraño en ello. Y aunque no conocía a tu padre demasiado bien, no escuché más que cosas buenas sobre él.”

“Se lo agradezco,” dijo Mackenzie.

Dándole las gracias por última vez, Mackenzie se dirigió de vuelta a la calle con Jack a su lado. Le saludó a Bernice, que había regresado a sus malas hierbas en el jardín de flores, y se montó en el coche. Eran las tres de la tarde, pero le daba la impresión de que fuera mucho más tarde. Imaginó que el vuelo de DC a Nebraska, seguido casi de inmediato de un trayecto en coche de seis horas, le estaba empezando a pasar factura.

No obstante, era demasiado pronto para dar el día por terminado. Se imaginó que podía terminar su día visitando el lugar donde siempre creyó que acabaría, pero en el que jamás había pisado antes: la comisaría de policía de Belton.

Бесплатный фрагмент закончился. Хотите читать дальше?
Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»