El Papa y el filósofo

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La segunda etapa de Nexo concluyó en 1989. Methol Ferré continuó su relación con el CELAM en calidad de asesor personal de monseñor Antonio Quarracino, reelegido presidente del organismo colegiado del Episcopado Latinoamericano para un segundo mandato. Una vez más Elbio López refiere que los lazos personales entre Bergoglio y Methol Ferré “se intensificaron con la mediación del entonces arzobispo de Buenos Aires”, descendiente de italianos como Bergoglio. Entre los dos, Methol Ferré y Bergoglio, “comenzaron a ponerse de manifiesto afinidades explícitas, siempre dentro de una relación cordial y muy respetuosa”. En 1998 Bergoglio pasa a ser arzobispo de Buenos Aires. “En esa época”, afirma Elbio López, que dice haber sido testigo, “la relación entre ellos tampoco se interrumpió en ningún momento”.11

En 1992, con la IV Conferencia general de la Iglesia Latinoamericana en Santo Domingo, Methol Ferré pone término a dos décadas de colaboración con el CELAM. Vuelve a radicarse en Uruguay, donde reanuda la actividad académica y los cursos para diplomáticos en el Instituto Artigas del Ministerio de Relaciones Exteriores. En sus frecuentes visitas a Buenos Aires cruza asiduamente el portón de Rivadavia 415 y sube hasta el segundo piso. Eran visitas que apreciaba, que se prolongaban mucho más allá de los horarios protocolares, muy poco respetados, por otra parte, por su mismo interlocutor. El que escribe ha sido testigo más de una vez de la seriedad de aquellas visitas, del beneficio que obtenía de ellas y de la satisfacción con la que Methol Ferré salía de la casa del cardenal.

Satisfacción recíproca.

* * *

El 16 de mayo de 2009 Bergoglio aceptó presentar el libro-entrevista a Methol Ferré La América Latina del siglo XXI en un auditorio de la avenida Santa Fe, en Buenos Aires. El salón estaba colmado, con el vicepresidente de la República, Daniel Scioli, en el palco, y la presencia de políticos, representantes del poder judicial y del sindicalismo argentino, empresarios, hombres de la cultura, profesores universitarios, alumnos y discípulos de Methol Ferré. Bergoglio fue el primero en tomar la palabra y habló del libro como de un texto “de honda metafísica”.12 Siguió diciendo que “Methol Ferré es consciente de la oscuridad de la antropología moderna y por eso recupera lo más genuino de la tradición de la antropología cristiana”. Bergoglio destacó en su intervención que “el sujeto de la metafísica de Methol Ferré es el ser real como tal –determinado y limitado– que abre las puertas a lo universal concreto”. Afirmó que, por el contrario, “las ideología importadas generan universalidades abstractas” y enumeró dos problemas que pone de manifiesto el libro que estaba presentando: el de Dios y la Iglesia, y el de la globalización. Methol Ferré, dijo Bergoglio, “hace notar que el problema de Dios no puede plantearse fuera de un pueblo”.

La América Latina del siglo XXI, respaldado por tan autorizada presentación, apareció simultáneamente en español, italiano y portugués, esta última edición en Brasil, a la cual muy pronto se sumó otra mexicana.13 El cardenal Bergoglio adquirió una cierta cantidad de ejemplares y durante un tiempo obsequió el libro a los sacerdotes que iban a visitarlo.

Hay afinidades de pensamiento, concordancias espontáneas entre Bergoglio y Methol Ferré, “un común olor a pueblo” lo llama el obispo uruguayo Pablo Galimberti,14 y otras que Bergoglio ha compartido y hecho propias y que son peculiares de la visión del filósofo uruguayo. Gustavo Béliz, ex ministro del Interior durante el primer gobierno de Carlos Saúl Menem (1989-1995) y posteriormente ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos durante la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), trazó una semblanza de Bergoglio como “pastor sensible, líder audaz y estadista consciente de los nuevos tiempos en el tablero mundial. Un admirador del gran pensador uruguayo Alberto Methol Ferré, que predicó la necesaria interdependencia e integración de los Estados continentales en una época de mundialización que no pocas veces muestra su rostro imperialista”.15 Motivo éste que Bergoglio repropone con convicción y que hace decir a Marcelo Gullo, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador y deudor del pensamiento de Methol Ferré, que Bergoglio debe ser considerado “dentro de la corriente del nacionalismo popular latinoamericano que hunde sus raíces más profundas en la visión de Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Juan Domingo Perón y Alberto Methol Ferré”.16

En 2005, en el prólogo de la edición española de Una apuesta por América Latina de Guzmán Carriquiry, Bergoglio afirma la necesidad de “recorrer los caminos de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana”.17

Solos, separados –argumenta– “contamos muy poco y no iremos a ninguna parte”. El aislamiento, el concebirse separados, lleva a un “callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales”. Opinión que repite, casi palabra por palabra, la de Methol Ferré, convencido de que “el que no forme parte de un Estado-continente acabará, en un mundo global, al margen de la historia, donde sólo es posible expresarse en términos de lamentación, de furia o de silencio”. Es el coro de la historia, otra expresión metholiana con referencia al teatro griego, en el que la función del coro es comentar la gesta de los primeros actores. “En los siglos XX y XXI sólo los Estados-continente pueden ser protagonistas”,18 afirma perentoriamente Methol Ferré.

Como lector voraz y profesor de literatura en los años 70, Bergoglio utilizó una imagen tomada de un libro que amaba, comentaba y aconsejaba, El Señor del Mundo, del escritor y presbítero inglés Robert Hugh Benson. La imagen de un mundo unificado a escala planetaria, donde la filantropía ha reemplazado la moral y la tolerancia, ha uniformado toda identidad humana. “Una concepción imperial de la globalización”, según Bergoglio, que absorbe a los pueblos dentro de una uniformidad homologadora, un verdadero totalitarismo posmoderno.19

Los ecos de Methol Ferré son fuertes, con su análisis del nuevo ateísmo en el que ha degenerado el fracaso de la síntesis marxista. En un mundo sin valores –afirma–, uniformado y homogeneizado, “el único valor que permanece es el del más fuerte; donde todo tiene idéntico valor, prevalece un solo valor: el poder. El agnosticismo libertino se transforma en el principal cómplice del poder establecido; de hecho, la forma más característica de difundirse es la propaganda, que a su vez están en función de un mayor lucro para quien detenta más poder”.20

Julián Domínguez, joven presidente de la Cámara de Diputados del Congreso argentino, que conoce a ambos, destacó a su vez cuán fuerte ha sido “la incidencia del filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré en el pensamiento de Francisco”.21

En 2011, durante las celebraciones por los doscientos años del ciclo de independencias de los países latinoamericanos de España, Bergoglio escribió la introducción de la edición española de otro libro de Carriquiry, El bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos. Ayer y hoy. Afirma en el prólogo que considera muy “acertada la cita que hace de Methol Ferré en la página 125, en la que el genial pensador rioplatense menciona el desfonde histórico de las ideologías desde las que se construyó la variada serie de hermenéuticas sobre la independencia de los países latinoamericanos: después de las notorias carencias de los tópicos liberales, abundaron interpretaciones inspiradas en los ateísmos mesiánicos y sus utopías «salvacionistas» (que habían tenido en el marxismo su vértice ideológico y en el socialismo real los primeros Estados confesionalmente ateos de la historia) y ahora en esa corriente de hedonismo nihilista en la que desembocan las crisis de los credos ideológicos”. Bergoglio hace notar que en nuestros días “el ateísmo hedonista, junto a sus «complementos del alma» neognósticos, se ha transformado en vigencia cultural dominante, con proyección y difusión globales, convertido en atmósfera del tiempo que vivimos”. El nuevo “opio del pueblo”, afirma el cardenal, es un “«pensamiento único» montado sobre el divorcio entre intelligentia y ratio. La inteligencia es fundamentalmente histórica. La ratio es instrumental a la inteligencia pero, cuando se independiza, busca sustento en la ideología o en las ciencias sociales como pilares autónomos. El «pensamiento único», además de ser social y políticamente totalitario, tiene estructura gnóstica: no es humano; reedita las variadas formas de racionalismo absolutista con que culturalmente se expresa el hedonismo nihilista al que se refiere Methol Ferré. Campea el «teísmo spray», un teísmo difuso, sin encarnación histórica; a lo más creador del ecumenismo masónico”.22

Aquí también resuenan con fuerza los ecos metholianos. Como lo hace notar otro uruguayo, el ya mencionado Pablo Jaime Galimberti, Bergoglio señala que “una de las corrientes que amenazan la cultura de los pueblos americanos es el «progresismo adolescente», una especie de entusiasmo por el progreso que se agota en las mediaciones, abortando la posibilidad de un progreso sensato y fundante relacionado con las raíces de los pueblos”.23 “La expresión «progresismo adolescente»”, observa Galimberti, “está en la línea de lo que Methol llama «ateísmo libertino», que vive y se difunde en perfecta simbiosis, a través de la televisión y las nuevas tecnologías [...] El ateísmo libertino es la exaltación de la corporeidad, la apoteosis del cuerpo sin un tú, puesto al servicio ansioso del eros”.24

 

En efecto, para Methol Ferré el ateísmo libertino “es una de las formas que asume el ateísmo contemporáneo desde un cierto momento en adelante, como sustituto del ateísmo mesiánico que se había suicidado [...] El viejo ateísmo aristocrático se convirtió en un hedonismo agnóstico cuya lógica última es un ateísmo libertino de masas”. Así como para Bergoglio en la condición del hombre subyace una exigencia de belleza y de misericordia, también para Methol Ferré “la verdad del ateísmo libertino es la percepción de que el existir tiene un íntimo destino de gozo, que la vida misma está hecha para una satisfacción”.25 “Es significativo”, comenta Bárbara Díaz Kayel, “que el Papa haya escogido el nombre de Francisco como nombre y símbolo de su misión al frente de la Iglesia [...] es un canto a la belleza de la creación y un llamado a desprenderse de los bienes por la pobreza”. La docente uruguaya cita más adelante, considerándola “casi profética”, una afirmación de Methol Ferré de 2006 sobre el santo de Asís: “San Francisco es uno de los ejemplos más extraordinarios de la belleza captada y reflejada en una figura humana histórica”.26 “En San Francisco”, sigue diciendo Methol Ferré, “la potencia de la belleza del ser es esplendorosa. Calvino no supera el ateísmo libertino, simplemente porque lo niega, lo rechaza, elude lo que lo mueve en profundidad. El ascetismo protestante, aun siendo generoso, no puede responder. El catolicismo, en cambio, sí puede hacerlo”.27

* * *

Poco antes de que se cumpliera un año de la muerte de Methol Ferré organizamos un simposio para recordar su figura, comenzar una primera sistematización de su pensamiento e iniciar un relevamiento de su vasta producción intelectual dispersa a lo largo y a lo ancho de toda América Latina. El encuentro se llevó a cabo en junio de 2010 en el Centro Cultural Borges, organizado por la Universidad Nacional Tres de Febrero de Buenos Aires. Bergoglio, arzobispo en aquel momento, envió una carta de su puño y letra. Invitaba a recordar a Methol Ferré como “ese gran hombre que tanto bien hizo a la conciencia latinoamericana y a la Iglesia”.28 Trazó en pocas palabras un elogio que bien puede figurar en un libro de historia de América Latina:

Su pensamiento agudo y creativo sabía mirar con perspectiva tanto las raíces como hacia las utopías, y esto lo convertía en un hombre fiel a la realidad de los pueblos.

Lo recordó nuevamente en octubre de 2010, en un texto de amplia perspectiva que escribió en preparación de las celebraciones por los doscientos años de la independencia de los países de América Latina, Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016). Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo. Mirando hoy el continente, Bergoglio ponía de manifiesto desde las primeras páginas una tendencia cada vez más marcada a exaltar al individuo, a afirmar su supremacía y la de sus derechos por sobre la dimensión relacional del hombre. “Es el reinado del yo pienso, yo opino, yo creo por encima de la realidad misma, de los parámetros morales, de las referencias normativas, para no hablar de preceptos de orden religioso”.29 Y aquí, en esta apertura analítica sobre la América Latina contemporánea, remitía a un concepto análogo propuesto por “un amigo querido ya fallecido, Alberto Methol Ferré”. Amigo que describía la misma tendencia como “un individualismo libertino, hedonista, amoral, consumista, que no tenía horizonte ético ni moral. Se trataba, para él, del nuevo reto para la sociedad y para la Iglesia en América Latina”. Es el único pensador laico, junto con Leopoldo Marechal, citado en un documento oficial, una especie de encíclica histórica sobre América Latina escrita por Bergoglio, que rezuma en cada página la misma visión que Methol Ferré.

Bergoglio siguió solícitamente los últimos meses de la enfermedad de Methol Ferré. Varias veces quiso que lo informáramos sobre su estado de salud. Sé que deseaba conferirle una distinción, probablemente el doctorado honoris causa de la Universidad Católica de la que era gran canciller. Me había comprometido a hacerle saber si las condiciones de Alberto mejoraban para poder cumplir sus propósitos. Lamentablemente las cosas fueron de otra manera y Methol Ferré murió el 15 de noviembre de 2009.

Pero Bergoglio no permitió que cayera en el olvido.

Siendo ya Papa, en más de una oportunidad se refirió a su amigo uruguayo. La última que podemos constatar, porque se trató de una circunstancia oficial que tuvo amplia resonancia en los medios, fue el sábado 1 de junio de 2013 durante la audiencia privada que concedió al presidente de la República Oriental del Uruguay, José Alberto Mujica, “un hombre sabio”, como lo llamó el Papa. En esa oportunidad recordó a un amigo en común “que ya no está”. Un hombre que “nos abrió la mente”, comentó Mujica; que “nos ayudó a pensar”, le respondió el Papa.

En septiembre de 2011 se constituyó la Asociación Civil Alberto Methol Ferré, de la que Bergoglio es socio honorario.

1. Carmen María Ramos, “No es tiempo de un Papa latinoamericano” (entrevista), La Nación, Buenos Aires, 6 de abril de 2005.

2. Bárbara Díaz Kayel, Un referente intelectual del papa Francisco, DF, 7 de junio de 2013. Disponible en http://m.df.cl/un-referenhttp://m.df.cl/un-referente-intelectual-del-papa-francisco/prontus_df/2013-06-06/212506.htmlte-intelectual-del-papa-francisco/prontus_df/2013-06-06/212506.html.

3. Alberto Methol Ferré y Alver Metalli, La América Latina del siglo XXI, Buenos Aires, Edhasa, 2006, p. 153.

4. “El papa Ratzinger y América Latina”, en Alberto Methol Ferré y Alver Metalli, La América Latina del siglo XXI, p. 154.

5. “Apogeo y crisis de la modernidad”, en Alberto Methol Ferré y Alver Metalli, La América Latina del siglo XXI, p. 60.

6. Testimonio de Elbio López, 27 de marzo de 2013.

7. Testimonio de Francisco José Piñón, 11 de abril de 2013.

8. Miguel Ángel Barrios, “La Iglesia, el Papa y la nación latinoamericana”, Agencia Latinoamericana de Información, 18 de marzo de 2013. Disponible en http://alainet.org/active/62518.

9. “Apogeo y crisis de la modernidad”, en Alberto Methol Ferré y Alver Metalli, La América Latina del siglo XXI, p. 78.

10. Carta de marzo de 2013.

11. Testimonio de Elbio López, 27 de marzo de 2013.

12. “Methol Ferré: América latina debe reintegrarse”, La Nación, Buenos Aires, 16 de mayo de 2006.

13. A América Latina do Século XXI, Petrópolis, Vozes, 2006; América Latina del siglo XXI, México, IMSODOC, 2007, L’America Latina del XXI secolo, Roma, Marietti, 2006.

14. Pablo Galimberti, “Amigos del mismo barrio”, Cambio, Salto (Uruguay), 9 de junio de 2013.

15. Gustavo Béliz, “Algo más que un cambio de timón en la Iglesia”, La Nación, Buenos Aires, 16 de marzo de 2013.

16. Marcelo Gullo, “El pensamiento geopolítico del papa Francisco”, Mundorama, Universidad de Brasilia, 18 de marzo de 2013.

17. Guzmán Carriquiry Lecour, Una apuesta por América Latina, Buenos Aires, Sudamericana, 2005; edición italiana Una scommessa per l’America Latina, Florencia, Le Lettere, 2003.

18. “La aventura de la globalización”, en La América Latina del siglo XXI, p. 15.

19. Jorge Bergoglio, Prólogo a Guzmán Carriquiry Lecour, Una apuesta por América Latina.

20. “Viejos y nuevos enemigos”, en La América Latina del siglo XXI, p. 30.

21. Inforegión.com.ar, Buenos Aires, 18 de marzo de 2013.

22. Jorge Bergoglio, prólogo a Guzmán Carriquiry Lecour, El bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos. Ayer y hoy, Madrid, Encuentro, 2011; edición italiana: Il bicenenario dell’indipendenza dei Paesi latinoamericani, Cosenza, Rubettino, 2011.

23. Pablo Galimberti en el sitio web que reúne la producción intelectual de Alberto Methol Ferré: http://www.metholferre.com/.

24. “Del ateísmo mesiánico al ateísmo libertino”, en La América Latina del siglo XXI, p. 104.

25. Ídem, pp. 118, 131.

26. Bárbara Díaz Kayel, Un referente intelectual...

27. “Del ateísmo mesiánico al ateísmo libertino”, en La América Latina del siglo XXI, p. 117.

28. Carta del 14 de junio de 2010, leída en el simposio “Methol Ferré: un pensamiento por la unidad”.

29. Jorge Mario Bergoglio, Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo. Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016), publicación de la arquidiócesis de Buenos Aires, XIII Jornada de Pastoral Social, Buenos Aires, Claretiana, 2011.

1. Viejos y nuevos enemigos

El colapso del comunismo: Brzezinski, Fukuyama, Huntington - Las consecuencias en la izquierda latinoamericana: Castañeda, Harnecker - El retorno de los movimientos nacional-populares - La Iglesia frente a la deslegitimación del ateísmo mesiánico y la crisis histórica del marxismo - Primeros signos del surgimiento de un nuevo enemigo - La dialéctica amigo-enemigo - Época nueva, adversario nuevo - Primeros momentos de desconcierto

Juan Pablo II había convocado a una nueva conferencia general del Episcopado Latinoamericano, confirmada luego por su sucesor, Benedicto XVI. Es la quinta en medio siglo, la primera de este nuevo milenio. La última reunión general fue en 1992, en Santo Domingo,1 demasiado cercana al evento crucial de 1989, el colapso del comunismo, que simboliza justamente un verdadero cambio de época para el mundo y para América Latina. Ahora, diecisiete años después de la Conferencia de Aparecida, observamos con mayor distancia ese momento y podemos apreciar mejor su alcance y sus efectos. Comencemos hablando de la importancia que tuvo en esta parte del mundo.

–El colapso del comunismo provocó un cambio radical en el escenario bipolar Estados Unidos-Unión Soviética, consolidado en el medio siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Con la caída del muro de Berlín, cayó también su lógica implícita; había que replantear todo: relaciones internacionales, sistemas de pensamiento, relaciones entre los estados. Este hecho produjo un cambio total, una ruptura con los esquemas intelectuales del mundo conocido.

La crisis exigía de cada actor en juego en la historia un nuevo posicionamiento, establecer nuevas relaciones. Nadie podía suponer cómo sería el mundo que sucedería al conocido hasta entonces. No lo podían saber ni los Bush, ni los Koll, ni los Deng, no lo podían saber tampoco los demás líderes de Occidente. Todo era oscuro; sólo se podían formular suposiciones, y así fue: se superponían hipótesis, se lanzaban análisis precarios en el torbellino de la discusión planetaria. La única previsión segura era que las lógicas que surgían, las nuevas síntesis, el nuevo escenario –si queremos mantener la figura teatral–, tardarían unos cuantos años antes de adquirir un perfil determinado.

La Conferencia de Santo Domingo (1992) se encontraba, en aquel momento, con la destrucción provocada por ese terremoto, con los restos de la caída aún calientes y humeantes; ella misma –la IV Conferencia General de los obispos– pertenecía en parte a algo que se estaba extinguiendo; era un observatorio desde el que no se podía ver bien lo que estaba pasando, y mucho menos tener una inteligencia histórica de gran perspectiva.

La Conferencia de Santo Domingo entraba todavía dentro del esquema de la anterior Conferencia de Puebla, buscando complementarla. Por lo tanto, no estaban dadas las condiciones para un pensamiento nuevo que asimilara el cambio en curso: estaba condenada al anacronismo. Mientras los obispos se reunían en la capital de la República Dominicana, el estrépito de la caída no se había aplacado, la polvareda todavía confundía la visión.

¿Lo que usted está diciendo es que la conferencia fracasó?

–Estoy diciendo que en 1992, a tres años de los eventos cruciales de 1989, era imposible alcanzar una comprensión intelectual de cierto peso; apenas había pasado un año de la desaparición de la Unión Soviética; nadie podía aprehender qué nuevas lógicas surgirían, o sólo muy hipotéticamente, sin evidencias o con evidencias de escaso fundamento.

En este sentido no se puede echar culpas a los obispos y a los laicos reunidos en la capital dominicana; en el momento en que ellos celebraban los quinientos años del descubrimiento de América2 se estaba produciendo otro gran giro en la historia y la onda anómala, el tsunami, todavía no había pasado sobre el continente.

 

¿Usted había previsto el fin del comunismo?

–Como muchos otros, era consciente de las debilidades intrínsecas del socialismo real en el plano histórico y del marxismo en el plano teórico, filosófico si queremos. Hacia fines de ese mismo año, 1989, hablando sobre las revoluciones modernas en un encuentro del CELAM –era exactamente el mes de octubre y el proceso que terminaría con la caída del muro de Berlín no había llegado todavía a su epílogo– dije que el marxismo tenía la pretensión de ser el epicentro que monopolizaba y superaba el mito de la Revolución Francesa, pero que no lograba trascender su condición última de utopía. Su pretendida “cientificidad” como método para la realización de la utopía no conducía a un resultado relevante, de modo que el comunismo quedaba, cada vez más, librado a la suerte de revisionismos bizarros. En los obreros polacos que plantaban la cruz en las canteras de Danzig veía, entonces, una profunda deslegitimación del socialismo en su núcleo científico más íntimo. Quedaba la utopía, pero como un sustituto religioso, que en su condición de sustituto no se podía realizar y por lo tanto no tenía capacidad para convencer porque carecía de un verdadero poder transformador.3

En mi conciencia, la revolución marxista había perdido su sentido. Más que nunca, me parecía que la única posible revolución real era la de Jesucristo en la historia; la Iglesia, de hecho, podía por fin reapropiarse de la palabra “revolución” refiriéndola a Jesucristo.4

Tampoco los críticos más notorios llegaron a prever el colapso del socialismo real.

–Nadie podía prever con precisión matemática una caída de la importancia que tuvo la de 1989. Hubo quien se dio cuenta de que el comunismo tenía los días contados, eso sí. En 1970 el estadounidense Zbigniew Brzezinski sostenía como hipótesis que Estados Unidos había entrado en una nueva era, dirigiendo y hegemonizando la mayor parte del mundo, y esto explicaba tanto sus problemas como sus promesas, mientras que la Unión Soviética tendía a continuar empantanada en la primera etapa de su desarrollo industrial.5 En un libro posterior, de 1986, Brzezinski argumentaba que Estados Unidos hubiera podido imponerse, incluso pacíficamente, durante la Guerra Fría, fundamentalmente por la debilidad interna del sistema soviético. En 1989, en El gran fracaso. Nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX,6 sugería –ya en el título– que el comunismo había agotado su fuerza propulsiva y que el mundo estaba entrando en la fase poscomunista de la historia. Brzezinski terminó de escribir el libro en agosto de 1988, por lo menos seis meses antes de que el proceso que estamos comentando se desencadenara.

Hubo otro intelectual, esta vez europeo, Augusto del Noce, que anunció con cierta exactitud la agonía terminal, de índole filosófica y transpolítica, de los sistemas colectivistas marxistas, en su obra elocuentemente titulada El suicidio de la revolución.7 Sin embargo, a pesar de estas aproximaciones, nadie estaba en condiciones de hacer una previsión cronométrica con cierto fundamento.

¿Quién podía presuponer que el suicidio vertiginoso de la potencia mundial que constituía el mundo bipolar en el que habíamos vivido durante casi medio siglo sucedería de esa manera? Ni siquiera el Papa. Y, en efecto, no hubo nadie que posteriormente reivindicara haberlo advertido.

Fue una sorpresa también para usted.

–Al final del encuentro al que me refería, el del CELAM en Belo Horizonte, yo sólo esbozaba algunas alternativas futuras, pero en la línea de un discurso que intentaba evidenciar los límites de la modernidad. Así, indicaba las posibles derivaciones de un “posmodernismo” en las sociedades industriales opulentas: la crítica a la ilusión de emancipación de la modernidad, la evaporación del sentido y del fundamento, el afirmarse de un pluralismo escéptico. Me parecía que el consecuente ateísmo ya no podía ser constructivo, revolucionario, igualitario y fraterno. El ateísmo no podía ser ya la contrarreligión de la emancipación del hombre. El jesuita y filósofo francés Gastón Fessard, en 1960, describía la dialéctica señor-esclavo, en la que Friedrich Nietzsche representaba el mundo visto desde el señor y Marx el punto de vista del esclavo.8 Era un ateísmo de señores y un ateísmo de esclavos. De hecho, hoy Nietzsche está más vinculado al posmodernismo, a Sade y a la sociedad opulenta, que Marx.

Pero si el ateísmo trágico del Nietzsche de la voluntad de poder, por ser consecuente terminaba siendo invivible, el de sus herederos posmodernos se contenta con espejitos de colores. Es el libertinismo de la sociedad de consumo, un nihilismo de consumistas. Una seudoalternativa, desde el momento en que es intrínsecamente parasitaria, por definición no constructiva. Como alternativa constructiva quedaba el agnosticismo positivista. La verdadera victoria era la de Auguste Comte sobre Karl Marx.

Este agnosticismo positivista, cientificista, que oscila entre el nihilismo parasitario precedente y una religiosidad humanitaria vagamente deísta, ecuménica en su eclecticismo, podía ser una alternativa “universal” en las clases altas y medias de las sociedades industriales dominantes. Una religiosidad indistinta que correspondía al materialismo práctico imperante, como una protección ante la amenaza del nihilismo y el vacío del mito de la revolución.

Éstos eran, más o menos, los términos de la reflexión de aquellos días. Pero nadie podía anticipar el paso del plano conceptual al plano histórico, el fracaso y la autoliquidación del socialismo real. Para mí también fue una sorpresa.

Con la caída del comunismo, ha dicho, resulta urgente repensar el escenario que lo continúa. ¿Hay alguien que lo haya hecho?

–Los que intentan una visión totalizante de la problemática contemporánea posterior a 1989 son tres estadounidenses: Francis Fukuyama en 1992, Zbigniew Brzezinski en 1993, Samuel Huntington en 1995. Es interesante destacarlo: un trío de intelectuales de Estados Unidos, cuando al final de la Segunda Guerra Mundial el pensamiento de síntesis, globalizante, era de origen europeo, con Pitirin Sorokin, Arnold Toynbee, Karl Jaspers y René Grousset.9

Fukuyama compone un verdadero poema a la victoria del régimen democrático-liberal como “fin de la historia” política del hombre. En las páginas finales de su libro surge una preocupación por el “último hombre”, un hombre que presenta signos de decadencia, de “relativismo” respecto de los fundamentos del régimen democrático-liberal, que lo conducirían a la destrucción y a un nuevo inicio de la historia.10

Al año siguiente se publica el libro de Brzezinski Out of Control: Global Turmoil on the Eve of the 20th Century.11 Para él, el caos contemporáneo se debe a que la hegemonía de Estados Unidos y Europa se funda no sólo en el despliegue tecnológico y en la superioridad de la democracia política sino también en el hecho de que las potencias occidentales están irradiando en todo el mundo la crisis profunda implícita en la estructura profunda de estas sociedades. La democracia liberal se corrompe por lo que Brzezinski llama la “cornucopia permisiva”. Y el hegemonismo occidental científico-tecnológico se transforma en el acelerador de la difusión planetaria de la decadencia. De este modo se universaliza la crisis de Occidente, sobre todo de Estados Unidos. Hay una crisis de los valores fundantes de la sociedad, una decadencia religiosa que no fue sustituida por nada que haya sido capaz de dar fundamento sólido a la arquitectura y la convivencia sociales.

En un artículo ya famoso Samuel Huntington, director del Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de Harvard y uno de los mayores expertos en política internacional, sostiene que los nuevos modelos de conflicto mundial posteriores a 1989 son ante todo culturales.12 Es decir que la fuente de conflicto entre las grandes culturas existentes es de valores, no económica. Partiendo de ahí, formula una reflexión sobre el repertorio de civilizaciones activas en el mundo que intentan apropiarse de ciertos resultados científicos y tecnológicos de Occidente incorporándolos en su tejido de valores. Occidente unifica las civilizaciones, pero éstas no se dejan asimilar.13

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