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Из серии: Las Vivencias de Riley Paige #2
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E S P E R A N D O

(LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE—LIBRO #2)

B L A K E P I E R C E

Blake Pierce

Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio RILEY PAIGE que cuenta con trece libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con nueve libros), de la serie de misterio de AVERY BLACK (que cuenta con seis libros), de la serie de misterio de KERI LOCKE (que cuenta con cinco libros), de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE (que cuenta con tres libros), de la serie de misterio de KATE WISE (que cuenta con dos libros), de la serie de misterio psicológico de CHLOE FINE (que cuenta con dos libros) y de la serie de misterio psicológico de JESSE HUNT (que cuenta con tres libros).

Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.

Derechos de autor © 2018 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976 y las leyes de propiedad intelectual, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o distribuida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en un sistema de bases de datos o de recuperación sin el previo permiso del autor. Este libro electrónico está licenciado para tu disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otras personas, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo arduo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Derechos de autor de la imagen de la cubierta son de Artem Oleshko, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.

LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE JESSE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Book #1)

EL TIPO PERFECTO (Book #2)

SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

Al LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)

SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)

SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ CONSUMIDO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

UNA VEZ LATENTE (Libro #14)

SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE ASESINE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE DESEE (Libro #3)

ANTES DE QUE ARREBATE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE SE APROVECHE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)

ANTES DE QUE SE DESCUIDE (Libro #11)

SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

UNA RAZÓN PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)

SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)

CONTENIDO

PRÓLOGO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

CAPÍTULO CUARENTA

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

PRÓLOGO

Janet Davis no estaba consciente de nada excepto el terrible dolor que sentía en su cráneo. Se sentía como si alguien estuviera martillando su cabeza.

Tenía los ojos cerrados. Cuando trató de abrirlos, una luz blanca deslumbrante la cegó, así que tuvo que volverlos a cerrar.

La luz se sentía caliente en su rostro.

«¿Dónde estoy? —se preguntó—. ¿Dónde estaba antes... antes de que esto pasara?»

Entonces comenzó a recordarlo todo…

Había estado tomando fotografías en las marismas cerca del parque Lady Bird Johnson. Los narcisos del parque ya no deberían estar floreciendo a esta fecha de verano, pero las hojas de cornejo estaban muy verdes y se veían hermosas en el atardecer.

Había estado en el puerto deportivo fotografiando los barcos oscuros y la hermosa sombra de la puesta de sol en el agua cuando oyó pasos acercándose rápidamente por detrás. Antes de que pudiera darse la vuelta, sintió un golpe detrás de su cabeza, la cámara salió volando de sus manos y…

 

«Perdí el conocimiento, supongo», pensó.

Pero ¿dónde estaba ahora?

Estaba demasiado atontada, tanto así que no se sentía asustada. Pero sabía que pronto estaría aterrorizada.

Cayó en cuenta de que estaba tumbada de espaldas sobre una superficie dura.

No podía mover los brazos ni las piernas. Tenía las manos y los pies entumecidos debido a que tenía las muñecas y los tobillos atados.

Pero la sensación más extraña era de unos dedos sobre su rostro, restregando algo suave y húmedo en su piel caliente.

Logró decir con mucho esfuerzo: —¿Dónde estoy? ¿Qué estás haciendo?

Al no obtener respuesta, torció la cabeza para tratar de escapar del movimiento molesto de los dedos pegajosos.

En ese momento, oyó una voz masculina susurrar: —No te muevas.

No tenía intención de quedarse quieta. Siguió retorciéndose hasta que dejó de sentir los dedos sobre su rostro.

Oyó un suspiro desaprobador. Entonces la luz se movió, por lo que ya no estaba brillando sobre su cara.

—Abre los ojos —dijo la voz.

Cuando lo hizo, vio la hoja reluciente de un cuchillo de carnicero frente a ella.

La punta del cuchillo se acercó más y más a su cara, haciendo que sus ojos se cruzaran. Ahora veía dos hojas.

Janet jadeó, y la voz volvió a susurrar: —No te muevas.

Ella se congeló, pero un espasmo de terror sacudió su cuerpo.

La voz siseó: —Te dije que te quedaras quieta.

Hizo que su cuerpo se aquietara. Tenía los ojos abiertos, pero la luz era dolorosamente brillante y caliente, y no podía ver nada con claridad.

El cuchillo se alejó, y los dedos volvieron a frotar su rostro, esta vez alrededor de sus labios. Ella apretó los dientes tan fuerte que podía oírlos rechinar.

—Ya casi —dijo la voz.

A pesar del calor, Janet estaba temblando de miedo.

Los dedos comenzaron a presionar alrededor de sus ojos, y ella tuvo que cerrarlos de nuevo para que lo que el hombre estaba frotando en su cara no se metiera en ellos.

Luego los dedos se alejaron de su cara y pudo abrir los ojos de nuevo. Ahora podía distinguir la silueta de una cabeza grotesca moviéndose en la luz resplandeciente.

Sintió un sollozo aterrorizado salir de su garganta.

—Suéltame —dijo ella—. Suéltame, por favor.

El hombre no dijo nada. Lo sintió toqueteando su brazo izquierdo ahora, atando algo elástico alrededor de su bíceps y luego apretándolo dolorosamente.

Janet entró en pánico y trató de no imaginar lo que estaba a punto de pasar.

—No —dijo ella—. No lo hagas.

Sintió un dedo en su recodo y luego el dolor intenso de una aguja perforando una de sus arterias.

Janet soltó un grito de terror y desesperación.

Cuando sintió la aguja salir, algo extraño pasó dentro de ella.

Su grito de repente se convirtió en risas.

Se estaba riendo descontroladamente, llena de una euforia loca que nunca había experimentado antes.

Se sentía invencible ahora e infinitamente fuerte y poderosa.

Pero cuando volvió a tratar de liberarse de las ataduras alrededor de sus muñecas y tobillos, no cedieron.

Su risa se convirtió en una oleada de furia salvaje.

—Suéltame —siseó—. ¡Suéltame o te juro por Dios que te mataré!

El hombre se echó a reír. Luego inclinó la pantalla de la lámpara de forma que ahora la luz resplandecía sobre su rostro.

Veía el rostro de un payaso, pintado de blanco con enormes ojos extraños y labios dibujados de negro y rojo.

Janet se quedó sin aliento.

El hombre sonrió, sus dientes un color amarillo opaco.

Le dijo: —Van a dejarte atrás.

Janet quería preguntarle: —¿Quiénes? ¿De qué estás hablando? Y ¿quién eres tú? ¿Por qué me estás haciendo esto?

Pero no podía ni respirar ahora.

Volvió a ver el cuchillo en frente de su rostro. Entonces el hombre pasó su punta afilada por su mejilla, por el lado de su cara y luego por su garganta. Sabía que la haría sangrar si aplicaba un poco de presión.

Comenzó a respirar entrecortadamente, y luego a jadear.

Sabía que estaba empezando a hiperventilar, pero no podía controlar su respiración. Sentía su corazón latiendo con fuerza en su pecho. También sentía su pulso violento entre sus orejas.

Ella se preguntó: «¿Qué había en esa jeringa?»

Fuera lo que fuese, estaba comenzando a hacer efecto. No podía escapar de lo que estaba pasando en su propio cuerpo.

Mientras el hombre le acariciaba la cara con la punta del cuchillo, murmuró: —Van a dejarte atrás.

Se las arregló para jadear: —¿Quiénes? ¿Quiénes me van a dejar atrás?

—Ya lo sabes —dijo el hombre.

Janet cayó en cuenta de que estaba perdiendo el control de sus pensamientos. Estaba ansiosa y aterrorizada y se sentía perseguida y victimizada.

«¿A quiénes se refiere?», se preguntó.

Vio destellos de sus amigos, familiares y compañeros de trabajo en su cabeza.

Sin embargo, sus sonrisas familiares y amigables se convirtieron en muecas de desprecio y odio.

«Todos —pensó—. Todos me están haciendo esto. Todas las personas que conozco.»

Una vez más, sintió un ataque de ira.

«Nunca debí confiar en nadie», pensó.

Peor aún, sentía que su piel estaba empezando a moverse. No, que algo se arrastraba por toda su piel.

«¡Insectos! —pensó—. ¡Miles de ellos!»

Trató de zafarse de nuevo.

—¡Quítamelos de encima! —le rogó al hombre—. ¡Mátalos!

El hombre se echó a reír mientras la miraba fijamente. No tenía ninguna intención de ayudarla.

«Él sabe algo —pensó Janet—. Él sabe algo que yo no sé.»

Luego entendió algo: «Los insectos no están arrastrándose sobre mi piel. ¡Están arrastrándose debajo de ella!»

Comenzó a hiperventilar y sus pulmones ardían como si hubiese pasado un largo rato corriendo. Su corazón latía aún más dolorosamente.

Su cabeza estaba llena de muchas emociones violentas: ira, miedo, disgusto, pánico y desconcierto.

¿El hombre había inyectado miles, tal vez millones, de insectos en su torrente sanguíneo?

¿Cómo era posible?

Con una voz que temblaba de ira y autocompasión, le preguntó al hombre: —¿Por qué me odias?

El hombre se echó a reír otra vez y le dijo: —Todos te odian.

Janet ahora no veía muy bien. No era que su visión estaba borrosa. En su lugar, la escena delante de ella parecía estar retorciéndose y saltando por todos lados. Escuchaba sus globos oculares traqueteando en sus cavidades. Así que cuando vio la cara de otro payaso, pensó que estaba viendo doble.

Pero entendió rápidamente que esa cara era diferente. Estaba pintada de los mismos colores, pero con figuras diferentes.

«No es él», pensó.

Debajo del maquillaje, veía rasgos familiares.

Entonces cayó en cuenta: «Soy yo».

El hombre sostenía un espejo frente a su cara. La cara horriblemente escandalosa que veía era la suya.

Ver ese rostro retorcido y con lágrimas la hizo sentir un odio que jamás había sentido antes.

«Tiene razón —pensó—. Todos me odian. Y yo soy mi peor enemiga.»

Como si compartiera su disgusto, las criaturas debajo de su piel comenzaron a moverse como si fueran cucarachas que habían sido expuestas a la luz solar.

El hombre bajó el espejo y volvió a pasar el cuchillo por el lado de su cara.

—Van a dejarte atrás —repitió.

Mientras el hombre pasaba el cuchillo por su garganta, Janet pensó: «Si él me corta, los insectos podrán escapar».

Bueno, la hoja también la mataría. Pero ese parecía un pequeño muy bajo para poder librarse de los insectos y este terror.

Ella dijo entre dientes: —Hazlo. Hazlo ya.

De repente oyó una risa distorsionada, como si un millar de payasos estuvieran regodeándose por la situación en la que se encontraba.

La risa hizo que su corazón latiera mucho más rápido. Janet sabía que su corazón no aguantaría mucho más.

Y no quería que aguantara.

Quería que todo esto parara lo antes posible.

Se encontró tratando de contar sus latidos…

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

Pero sus latidos estaban empezando a ralentizarse.

Se preguntó qué explotaría primero, si su corazón o su cerebro.

Entonces finalmente oyó su último latido y el mundo se desvaneció…

CAPÍTULO UNO

Riley se echó a reír cuando Ryan le quitó la caja de libros.

—¿Podrías dejarme cargar algo? —le preguntó.

—Todo esto es demasiado pesado —dijo Ryan, llevando la caja hacia la estantería vacía—. No deberías estar levantando nada.

—Por favor, Ryan. Estoy embarazada, no enferma.

Ryan bajó la caja delante de la estantería, se sacudió las manos y dijo: —Puedes sacar los libros de la caja y ponerlos en la estantería.

Riley se volvió a reír. Luego le dijo: —¿Quieres decir que me estás dando permiso para acomodar las cosas en nuestro nuevo apartamento?

Ryan parecía avergonzado ahora. —Eso no es lo que quise decir —dijo—. Es solo que… Bueno, me preocupo.

—Y ya te he dicho varias veces que no hay nada de qué preocuparse —dijo Riley—. Solo tengo seis semanas y me siento muy bien.

No quería mencionar sus náuseas matutinas. Hasta el momento no habían sido tan molestosas.

Ryan negó con la cabeza y le dijo: —Solo no te excedas, ¿de acuerdo?

—Te lo prometo —dijo Riley.

Ryan asintió con la cabeza y se dirigió de nuevo hacia el montón de cajas que aún tenían que desempacar.

Riley abrió la caja de cartón delante de ella y comenzó a poner los libros en los estantes. Le complacía estar sentada haciendo una tarea sencilla. Cayó en cuenta de que su mente necesitaba el descanso más que su cuerpo.

Los últimos días habían sido un torbellino.

De hecho, las últimas dos semanas habían sido bastante agitadas.

El día que había recibido su título de licenciada en psicología de la Universidad de Lanton había sido muy loco, un día que le había cambiado la vida. Inmediatamente después de la ceremonia, un agente del FBI la había reclutado para un programa de prácticas de diez semanas. Justo después de eso, Ryan le había pedido que se fuera a vivir con él en Washington, ya que había encontrado trabajo allí.

Lo sorprendente de todo era que su programa de prácticas y el nuevo trabajo de Ryan quedaban en Washington, DC. Así que ella no había tenido que decidir nada.

«Al menos no se alteró cuando le dije que estaba embarazada», pensó.

De hecho, la noticia al parecer lo había dejado encantado. Se había puesto un poco más nervioso por el hecho de que tendrían un bebé en los días transcurridos desde la graduación, pero lo entendía ya que ella también estaba bastante nerviosa.

Le resultaba difícil de comprender. Apenas iban empezando su vida juntos y pronto estarían compartiendo la mayor responsabilidad del mundo: criar a su propio hijo.

«Más nos vale que estemos listos», pensó Riley.

Entretanto, se sentía extraño estar poniendo sus viejos libros de texto de psicología en los estantes. Ryan había intentado convencerla de que los vendiera, y sabía que probablemente debió haberlo hecho…

«Necesitamos el dinero», pensó.

Aun así, tenía la sensación de que necesitaría estos libros en el futuro, aunque no estaba segura de por qué o para qué.

La caja también contenía muchos libros de derecho de Ryan, los cuales ni siquiera había considerado vender. Probablemente los utilizaría en su nuevo trabajo como abogado de nivel inicial en el bufete de abogados Parsons y Rittenhouse.

A lo que vació la caja y terminó de poner todos los libros en los estantes, Riley se sentó en el piso y se quedó mirando a Ryan, quien se encontraba empujando y reposicionando los muebles como si estuviera tratando de encontrar el lugar perfecto para todo.

Riley contuvo un suspiro y pensó: «Pobre Ryan».

Sabía que no estaba muy contento de haberse mudado a este apartamento de sótano. Había tenido un apartamento más bonito en Lanton, con los mismos muebles que habían traído aquí: una colección gratamente bohemia de artículos de segunda mano.

 

A ella le parecía que las cosas de Ryan se veían muy bien aquí. Y el apartamento pequeño no le molestaba en absoluto. Se había acostumbrado a vivir en una residencia en Lanton, por lo que este lugar parecía muy lujoso, a pesar de los tubos descubiertos que colgaban sobre el dormitorio y la cocina.

Aunque los apartamentos de los pisos de arriba eran mucho mejores, este era el único que había estado disponible. Cuando Ryan lo visitó por primera vez, no quiso alquilarlo. Pero la verdad era que esto era lo único que podían pagar. No estaban bien financieramente. Ryan había sobregirado su tarjeta de crédito con los gastos de la mudanza, el depósito del apartamento y todo lo demás que habían necesitado para este cambio trascendental en sus vidas.

Ryan finalmente miró a Riley y le dijo: —¿Qué te parece si tomamos un descanso?

—Me parece bien —dijo Riley.

Riley se levantó del piso y se sentó en la mesa de la cocina. Ryan tomó un par de refrescos del refrigerador y se sentó con ella. Los dos se quedaron en silencio y Riley percibió de inmediato que Ryan tenía algo en mente.

Finalmente, Ryan le dio unos golpecitos a la mesa con sus dedos y dijo: —Eh, Riley, tenemos que hablar de algo.

«Eso suena grave», pensó Riley.

Ryan se volvió a quedar callado y tenía una mirada lejana en sus ojos.

—¿Terminarás conmigo? —le preguntó Riley.

Estaba bromeando, obviamente. Pero Ryan no se echó a reír. Parecía que ni siquiera la había escuchado.

—¿Qué? No, nada que ver, es que…

Su voz se quebró, y Riley se sintió muy incómoda.

«¿Qué pasa?», se preguntó Riley.

¿Habían llamado a Ryan para decirle que el trabajo ya no era suyo?

Ryan miró a Riley a los ojos y le dijo: —No te vayas a reír, ¿de acuerdo?

—¿Por qué lo haría? —preguntó Riley.

Temblando un poco, Ryan se levantó de su silla y se arrodilló a su lado.

Y entonces Riley entró en cuenta: «¡Dios mío! ¡Me pedirá matrimonio!»

Y, efectivamente, se echó a reír. Era una risa nerviosa, por supuesto.

Ryan se ruborizó. —Te dije que no te rieras —le dijo.

—No me estoy riendo de ti —dijo Riley—. Adelante, di lo que quieres decir. Estoy bastante segura… Bueno, adelante.

Ryan rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó una cajita negra. La abrió para revelar un anillo de diamantes modesto pero muy bonito. Riley no pudo evitar jadear.

Ryan tartamudeó: —Eh… Eh, Riley Sweeney, ¿te quieres casar conmigo?

Intentando infructuosamente de contener sus risitas nerviosas, Riley logró decir: —Pues sí. Por supuesto.

Ryan sacó el anillo de la cajita y Riley le tendió la mano izquierda y dejó que se lo pusiera en el dedo.

—Es hermoso —dijo Riley—. Ahora levántate y siéntate conmigo.

Ryan sonrió tímidamente mientras se fue a sentar en la mesa a su lado. —¿Ponerme de rodillas fue demasiado? —le preguntó.

—No, fue perfecto —dijo Riley—. Todo esto es… perfecto.

Se quedó mirando el pequeño diamante en su dedo anular, absorta por un momento. Ya había logrado dejar de reírse, y ahora sentía un nudo de emoción en su garganta.

No había visto esto venir. Ni siquiera se había atrevido a esperarlo, al menos no tan pronto.

Pero aquí se encontraban los dos, tomando otro paso gigante en sus vidas.

Mientras miraba el diamante, Ryan dijo: —Te daré un anillo más bonito algún día.

Riley jadeó y le dijo: —¡Ni se te ocurra! ¡Este será mi único anillo de compromiso!

Pero mientras seguía mirando el anillo, no pudo evitar pensar: «¿Cuánto le habrá costado?»

Como si hubiera leído sus pensamientos, Ryan dijo: —No te preocupes por el anillo.

La sonrisa tranquilizadora de Ryan la hizo calmarse al instante. Sabía que era muy inteligente con el dinero. Probablemente le había salido muy barato. Sin embargo, nunca se lo preguntaría.

Riley vio que la expresión de Ryan se entristeció mientras miraba por el apartamento.

—¿Pasa algo? —le preguntó.

Ryan soltó un suspiro y dijo: —Te daré una vida mejor. Te lo prometo.

Riley se sintió extrañamente sacudida, así que le preguntó: —¿Qué pasa con la vida que tenemos ahora? Somos jóvenes, estamos enamorados, vamos a tener un bebé y…

—Sabes a lo que me refiero —dijo Ryan, interrumpiéndola.

—De hecho, no —dijo Riley.

Un silencio cayó entre ellos.

Ryan suspiró de nuevo y dijo: —No ganaré mucho en este nuevo trabajo que comienzo mañana. No me siento muy exitoso en este momento. Pero es un buen bufete, y si me quedo allí podré ir subiendo poco a poco. Quizá me convierta en socio algún día.

Riley lo miró fijamente y le dijo: —Sí, quizá algún día. Pero este es un buen comienzo. Y me gusta lo que tenemos ahora mismo.

Ryan se encogió de hombros y dijo: —No tenemos mucho. Por un lado, solo tenemos un auto, y yo voy a necesitarlo para ir a trabajar, lo que significa…

Riley interrumpió: —Lo que significa que tendré que tomar el metro hasta el programa de prácticas todas las mañanas. Eso no tiene nada de malo.

Ryan se inclinó sobre la mesa, tomó su mano y le dijo: —Tendrás que caminar dos cuadras desde y hacia la estación de metro más cercana. Y este no es un vecindario tan seguro. Alguien forzó el auto hace unos días. No me gusta que tengas que andar sola. Estoy preocupado.

Riley comenzó a sentirse extraña. No entendía muy bien el por qué.

Ella dijo: —A mí me gusta este vecindario. Siempre he vivido en la zona rural de Virginia. Este es un cambio emocionante, una aventura. Además, sabes que soy fuerte. Mi padre fue un capitán de Marine. Él me enseñó a cuidar de mí misma.

Estuvo a punto de añadir:

—Y sobreviví el ataque de un asesino en serie hace un par de meses, ¿recuerdas?

No solo había sobrevivido ese ataque. También había ayudado al FBI a encontrar al asesino y llevarlo ante la justicia. Por eso le habían ofrecido la oportunidad de unirse al programa de prácticas.

Pero sabía que Ryan no querría escuchar eso ahora mismo. Su orgullo masculino estaba un poco delicado ahora mismo.

Y Riley se dio cuenta de algo: «Realmente me molesta que se sienta así».

Riley escogió sus palabras con cuidado, tratando de no decir lo incorrecto: —Ryan, sabes que no eres el único que tienes que acarrear la responsabilidad de hacer una vida mejor para ambos. Es responsabilidad de ambos. Yo también tendré mi propia carrera.

Ryan apartó la mirada con el ceño fruncido.

Riley contuvo un suspiro mientras pensó: «Dije lo que no debía».

Casi había olvidado que Ryan realmente no quería que asistiera a las prácticas de verano. Tuvo que recordarle que solo eran diez semanas y que no se trataba de entrenamiento físico. Solo vería a agentes trabajar, más que todo en lugares cerrados. Además, pensó que incluso podría llevarla a un trabajo de oficina allí mismo en la sede del FBI.

Se había tranquilizado un poco al respecto, pero desde luego no le entusiasmaba.

Sin embargo, Riley realmente no sabía lo que él preferiría para ella.

¿Quería que fuera madre y ama de casa? Si es así, se decepcionaría.

Pero ahora no era el momento de hablar de todo eso.

«No eches a perder este momento», se dijo Riley a sí misma.

Miró su anillo de nuevo y luego a Ryan.

—Está hermoso —dijo—. Estoy muy feliz. Gracias.

Ryan sonrió y le apretó la mano.

Luego Riley dijo: —¿A quién le daremos la noticia?

Ryan se encogió de hombros y dijo: —No sé. No tenemos amigos aquí en DC. Supongo que podría contactar a algunos amigos de la facultad de derecho. Y tú tal vez podrías llamar a tu papá.

Riley frunció el ceño ante la idea. Su última visita a su padre no había sido agradable. Su relación nunca había sido muy buena.

Además…

—Él no tiene teléfono, ¿recuerdas? —dijo Riley—. Vive solo en las montañas.

—Ah, sí —dijo Ryan.

—¿Y tus padres? —preguntó Riley.

La sonrisa de Ryan se desvaneció un poco.

—Les enviaré una carta para contarles —dijo.

Riley tuvo que contenerse para no preguntar: «¿Por qué no los llamas? Tal vez así pueda por fin hablar con ellos y conocerlos por teléfono».

Aún no había conocido a los padres de Ryan, quienes vivían en el pueblito de Munny, Virginia.

Riley sabía que Ryan había crecido en una familia de clase trabajadora, y que estaba muy ansioso de dejar esa vida atrás.

Se preguntó si sentía vergüenza por ellos o… «¿Está avergonzado de mí? ¿Saben siquiera que estamos viviendo juntos? ¿Estarían de acuerdo con eso?»

Pero antes de que Riley pudiera pensar en la forma correcta de abordar el tema con él, sonó el teléfono.

—No contestemos, que dejen un mensaje —dijo Ryan.

Riley pensó en eso por un momento mientras el teléfono sonaba.

—Podría ser importante —dijo Riley antes de dirigirse al teléfono y contestar la llamada.

Una voz masculina alegre y profesional dijo: —¿Puedo hablar con Riley Sweeney?

—Ella habla —dijo Riley.

—Habla Hoke Gilmer, tu supervisor del programa de prácticas del FBI. Solo quería recordarte que…

Riley dijo con entusiasmo: —¡Sí, ya sé! ¡Estaré allí a las siete de la mañana!

—¡Genial! —respondió Hoke—. Tengo muchas ganas de conocerte.

Riley colgó el teléfono y miró a Ryan. Tenía una mirada melancólica en su rostro.

—Guau —dijo Ryan—. Todo se está volviendo real.

Ella entendía cómo se sentía. Desde su mudanza, rara vez habían estado lejos el uno del otro. Y mañana ambos irían a sus trabajos.

Riley dijo: —Tal vez debamos hacer algo especial juntos.

—Buena idea —dijo Ryan—. Vamos a ver una película en el cine, busquemos un restaurante bonito y…

Riley se echó a reír mientras lo tomó de la mano y lo ayudó a ponerse de pie.

—Tengo una mejor idea —dijo ella.

Riley lo llevó al dormitorio, donde ambos se cayeron sobre la cama entre risas.

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