Solo los Valientes

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“Déjame ayudarte,” dijo él, dirigiéndose a ella, a pesar de la nueva oleada de dolor que había surgido de lo que ella había dicho sobre sus padres. Concentrarse en ella parecía la única manera de no sentirlo en ese momento.

“¡No me toques!,” dijo ella, apuntándole con el dedo. “¿Crees que no veo la oscuridad que cargas como una capa? ¿Crees que no veo la muerte y la destrucción que sigue a todo lo que tocas?”

“Pero te estás muriendo,” dijo Royce, tratando de convencerla.

La vieja Lori se encogió de hombros. “Todo muere... bueno, casi,” dijo. “Incluso tú eventualmente, aunque sacudirás el mundo antes de eso. ¿Cuántos más morirán por tus sueños?”

“No quiero que nadie muera,” dijo Royce.

“Lo harán de todos modos,” respondió la anciana. “Tus padres lo hicieron.”

Una nueva ira se apoderó de Royce. “Los soldados. Yo...”

“No los soldados, no ellos. Parece que hay más personas que ven los peligros que te persiguen, muchacho. Un hombre vino aquí, y olí la muerte en él tan fuerte que me escondí. Mató a hombres fuertes sin siquiera intentarlo, y cuando fue a tu casa...”

Royce podía adivinar el resto. Se dio cuenta de algo peor en ese momento, el horror lo golpeó.

“Yo lo vi. Lo vi en ese camino…” dijo Royce. Su mano se tensó sobre su espada. “Debí haber salido. Debí haberlo matado ahí,”

“Vi lo que hizo,” dijo la vieja Lori. “Te habría matado tan seguramente como tú nos mataste a todos nosotros al nacer. Te daré un consejo, muchacho. Corre. Huye a la naturaleza. No dejes que nadie te vuelva a ver. Escóndete como me escondí una vez, antes de ser esto,”

“¿Después de esto?” exigió Royce, con su ira encendida. Podía sentir lágrimas cálidas deslizándose por su rostro, y no sabía si eran de duelo, ira, o de algo más. “¿Crees que puedo alejarme después de todo esto?”

La anciana cerró los ojos y suspiró. “No, no, no lo hago. Veo... veo toda esta tierra moviéndose, un rey levantándose, un rey cayendo. Veo muerte, y más muerte, todo porque no puedes ser nadie más que quien eres.”

“Déjame ayudarte,” dijo Royce otra vez, extendiendo la mano para ayudar a tapar la herida del costado de Lori. Hubo un destello de algo que se sintió como un choque saliendo de la lana enrollada, y Lori jadeó.

“¿Ahora qué hiciste?,” exclamó. “Vete, muchacho. ¡Vete! Deja a una anciana a su muerte. Estoy demasiado cansada para esto. Hay mucha más muerte esperándote, por dondequiera que vayas.”

Se quedó en silencio, y por un momento, Royce pensó que podría estar descansando, pero parecía demasiado quieta para eso. La aldea que lo rodeaba estaba tranquila y en silencio una vez más. En ese silencio, Royce se quedó callado, sin saber qué hacer a continuación.

Entonces lo supo, y partió hacia los restos de la casa de sus padres.

CAPÍTULO CUATRO

Raymond gruñía con cada sacudida del carro que lo llevaba a él y a sus hermanos al lugar donde iban a ser ejecutados. Podía sentir cada rebote y golpe del vehículo contra los moretones que cubrían su cuerpo, podía oír el tintineo de las cadenas que lo sujetaban mientras se movían contra la madera.

Podía sentir su miedo, aunque parecía estar en algún lugar en el lado más alejado del dolor en ese momento; los golpes de los guardias le habían dejado la sensación de que su cuerpo estaba quebrado, hecho de bordes afilados. Era difícil concentrarse, incluso en el terror de la muerte, más allá de eso.

El miedo que sentía en el camino era más duro para sus hermanos.

“¿Cuánto crees que falta para llegar?” Preguntó Garet. El hermano menor de Raymond había logrado sentarse en el carro, y Raymond podía ver los moretones que cubrían su cara.

Lofen se sentó más despacio, lucía demacrado después de su tiempo en el calabozo. “No importa lo lejos que esté, no es suficiente,”

“¿Adónde crees que nos llevan?” Preguntó Garet.

Raymond podía entender por qué su hermano pequeño quería saberlo. La idea de ser ejecutado ya era bastante mala, pero no saber lo que estaba pasando, dónde estaría o cómo sería era peor.

“No lo sé,” Raymond se las arregló, y el hecho de hablar le dolía. “Tenemos que ser valientes, Garet.”

Vio a su hermano asentir con la cabeza, mirándose decidido a pesar de la situación en la que se encontraban los tres. A su alrededor, podía ver el campo pasando, con granjas y campos a cada lado del camino y árboles a la distancia. Allí había unas cuantas colinas y unos cuantos edificios, pero parecía que ahora estaban lejos del pueblo. El carro era conducido por un guardia, mientras que otro estaba sentado a su lado, con la ballesta preparada. Otros dos cabalgaban junto al carro, flanqueándolo y mirando a su alrededor como si esperaran problemas en cualquier momento.

El que tenía la ballesta les gritó, “¡Silencio ahí atrás!,”

“¿Qué harás?” respondió Lofen. “¿Ejecutarnos más?”

“Probablemente fue esa bocota tuya la que te hizo merecedor de un trato especial,” dijo el guardia. “La mayoría de los que sacamos del calabozo solo los arrastramos y los matamos como el duque quiere, sin problemas. Sin embargo, tú vas a dónde van los que realmente lo han hecho enojar.”

“¿Dónde es eso?” Raymond preguntó.

El guardia respondió con una sonrisa torcida. “¿Oyen eso, muchachos?” dijo. “Quieren saber a dónde van a ir,”

“Pronto lo verán,” dijo el conductor, tirando de las riendas para que los caballos se movieran más rápido. “No veo por qué debemos decirle algo a criminales como ustedes, excepto que van a recibir todo lo que se merecen.”

“¿Merecer?” exclamó Garet desde la parte de atrás del carro. “No nos merecemos esto. ¡No hemos hecho nada!”

Raymond escuchó a su hermano gritar cuando uno de los jinetes a su lado lo golpeó en los hombros.

“¿Crees que a alguien le importa lo que tienes que decir?,” dijo el hombre. “¿Crees que todos los que hemos llevado por este camino no han tratado de declarar su inocencia? El duque los ha declarado traidores, ¡así que recibirán la muerte de un traidor!”

Raymond quería acercarse a su hermano y asegurarse de que estaba bien, pero las cadenas que lo sujetaban se lo impedían. Pensó en insistir en que en realidad no habían hecho nada excepto tratar de hacer frente a un régimen que había tratado de quitarles todo, pero ese era el punto. El duque y los nobles hacían lo que querían, siempre lo habían hecho. Por supuesto que el duque podía enviarlos a morir, porque así era como funcionaban las cosas ahí.

Raymond se tensó contra sus cadenas ante ese pensamiento, como si fuera posible liberarse por pura fuerza. El metal lo sostuvo fácilmente, desgastando lo poco que quedaba de su fuerza hasta que se desplomó contra la madera.

“Míralos, intentando liberarse,” dijo el ballestero entre risas.

Raymond vio al conductor encogerse de hombros. “Lucharán más cuando les llegue su tiempo.”

Raymond quería preguntarle a qué se refería con eso, pero sabía que no recibiría respuesta alguna, y solo conseguiría un golpe como golpearon a su hermano. Todo lo que podía hacer era sentarse callado mientras el carro continuaba su agitado viaje sobre el camino de tierra. Eso, pensó, era parte de todo este tormento: el no saber nada, y el estar consciente de tu impotencia, con la completa incapacidad para hacer algo, tan siquiera para saber a dónde los llevaban, y mucho menos para hacer que el carro regresara.

Siguió subiendo por los campos, pasando grupos de árboles y espacios en donde había aldeas en completo silencio. El suelo a su alrededor parecía ascender, llevándolos a un lugar en dónde había un fuerte, casi tan viejo como todo el reino, sentado sobre una de las colinas, las piedras desgastadas apenas de pie como testamento al reino que existió antes.

“Ya casi llegamos chicos,” les dijo el conductor, con una sonrisa qué mostraba cuánto disfrutaba esto. “¿Listos para ver lo qué les tiene preparado el Duque Altfor?”

“¿El Duque Altfor?” preguntó Raymond, apenas comprendiéndolo.

“Ese hermano tuyo se las arregló para matar al viejo duque,” dijo el ballestero. “Le aventó una lanza que atravesó su corazón en los pozos, luego corrió como el cobarde qué es. Ahora, ustedes pagarán por sus crímenes.”

En el momento qué dijo eso, Raymond sentía tanto sus sentimientos como sus pensamientos correr. Si Royce en realidad hizo eso, eso significaba que su hermano adoptado había logrado algo enorme para su causa de libertad, y escapó, esas dos cosas eran motivo de celebración. Y, al mismo tiempo, Raymond solo podía imaginar las cosas que el hijo del antiguo duque quisiera hacer en venganza, y sin Royce ahí para recibir su ira, ellos eran los próximos objetivos lógicos.

En ese momento maldijo a Genevieve. Si su hermano no la hubiera visto, nada de esto hubiera pasado, y no era cómo si le importara Royce, ¿no?

“Ah,” dijo el ballestero. “Creo que ya lo están entendiendo.”

Los caballos que jalaban el carro siguieron, moviéndose con el ritmo constante de una criatura qué ya estaba acostumbrada a su tarea, y que sabía por lo menos, que regresaría de su destino.

Subieron la colina, y Raymond podía sentir la tensión creciendo en sus hermanos. Garet estaba viendo de arriba abajo, como si estuviera buscando una manera de escapar y saltar del carro. Si es que pudiera, entonces Raymond esperaba que tomara la oportunidad, corriendo sin ver atrás, aún si supiera que los jinetes lo matarían antes de que diera unos cuantos pasos. Lofen seguía apretando sus manos y relajándolas, susurrando algo qué sonaba como una plegaria. Raymond dudaba qué fuera de alguna ayuda ahora.

Finalmente, llegaron a la cima de la colina y Raymond podía ver todo lo que les esperaba ahí. Era suficiente como para hacer que se sentara de nuevo en el carro, incapaz de moverse.

 

Había horcas fijadas alrededor de la cima de la colina, crujiendo con el viento, moviendo las cadenas a la sombra de la torre caída. Había cadáveres en ellas, algunos estaban limpios por los carroñeros, otros lo suficientemente intactos para que Raymond pudiera ver las horribles heridas y mordidas que los cubrían, las quemadas y los lugares en donde la piel había sido cortada por lo que parecían cuchillos largos. Había símbolos tallados en algunas partes de la piel, y Raymond pudo reconocer a una de las mujeres que habían arrastrado fuera de su celda hace tiempo, su cuerpo cubierto en símbolos y espirales.

“Picti,” susurró Lofen con temor, pero Raymond veía que incluso eso no era lo peor. Las personas en las horcas tenían heridas que sugerían que habían sido torturadas y asesinadas, expuestas a la furia de cualquier persona salvaje que pasara, pero lo que estaba en la piedra en el centro de la cima de la colina era peor, mucho peor.

La piedra en si era una tabla que había sido esculpida tanto con los símbolos de la gente salvaje, como con signos que podrían haber sido mágicos si esas cosas fueran comunes en estos días. Los restos de un hombre yacían encadenados sobre ella, y la peor parte, la peor parte, era que gemía con una vida agonizante, aunque no tenía derecho a hacerlo. Su cuerpo estaba atado con cortes y quemaduras, marcas de mordeduras y marcas de garras, pero, aun así, de forma imposible, seguía vivo.

“La llaman piedra de vida,” dijo el conductor con una sonrisa que decía saber exactamente cuánto horror estaba sintiendo Raymond en ese momento. “Dicen que, en los viejos tiempos, los curanderos las usaban para mantener a los hombres vivos mientras los cosían y trabajaban. Encontramos un mejor uso para ella.”

“¿Mejor?” Raymond dijo. “Esto es...” Ni siquiera tenía las palabras para explicar lo que era. La maldad no era suficiente. No se trataba de un crimen contra las leyes del hombre, sino de algo que se oponía a todo lo que había existido en la naturaleza. Estaba mal de una manera que parecía oponerse a todo lo que era vida, y normal, y ordenado.

“Esto es lo que reciben los traidores, a menos que tengan la suerte de morir primero,” dijo el conductor. Asintió con la cabeza a los dos que habían viajado con el carro. “Quiten eso. Lo que sea que haya hecho, ya no es su turno. Despeja las jaulas para que atraiga a los animales,”

Refunfuñando, los dos guardias se pusieron a trabajar, y Raymond hubiera escapado entonces si hubiera podido, pero la verdad era que sus cadenas lo sujetaban demasiado fuerte. Ni siquiera podía levantarse sobre el borde del carro, y mucho menos levantarse más allá de él. Los guardias parecían saberlo, moviéndose despreocupadamente de horca en horca, sacando de ellas los cadáveres de hombres y mujeres y arrojándolos al suelo. Algunos se desarmaron al caer, los cuerpos se esparcieron por la ladera de la colina para que los devorara quien fuera.

La mujer que había estado en las celdas con ellos se estrelló contra las piedras en el corazón de la ladera mientras arrojaban su cuerpo a un lado, y sus ojos se abrieron por completo. Y entonces soltó un grito que Raymond sabía lo atormentaría hasta el momento de su muerte, tan crudo y lleno de dolor que no podía empezar a imaginar las agonías que había soportado ahí.

“Creo que seguía viva,” dijo el de la ballesta con sarcasmo, mientras los demás la arrastraban para sacarla de la piedra. Ella se calló de nuevo tan pronto como dejó de tocar la pierda, y, por si acaso, el ballestero le atravesó el pecho con una flecha antes de que la arrojaran a un lado.

Luego quitaron al hombre que estaba sobre la piedra, y para Raymond, lo peor de todo fue que les agradeció cuando lo hicieron. Les agradeció que lo arrastraran hasta su muerte. En el momento en que dejó la piedra, Raymond lo vio pasar de ser un hombre que luchaba y gritaba a ser un pedazo de carne sin vida, tanto que parecía redundante cuando uno de los guardias le cortó la garganta, solo para estar seguro.

Ahora, la colina estaba en silencio, excepto por los llamados de las aves de carroña, y el crujido que prometía depredadores más grandes a lo lejos. Tal vez incluso había depredadores humanos observándolos, porque Raymond había oído que los hombres civilizados no veían a los Picti en sus casas cuando no querían ser vistos. El no saber lo hacía peor.

“El duque dice que deben morir,” dijo el conductor, “pero no dijo cómo, así que vamos a jugar el juego que los traidores tienen que jugar. Irán a las horcas, y tal vez vivan, tal vez mueran. Entonces, en un día o dos, si nos acordamos, volveremos, y escogeremos a uno de ustedes para la piedra.”

Miró directamente a Raymond. “Tal vez seas tú. Tal vez puedas ver morir a tus hermanos, mientras los animales te roen y los Picti te cortan. Ellos odian a la gente del reino. No pueden atacar el pueblo, pero tú... serías una presa legal.”

Se rio de eso, y los guardias levantaron a Raymond, desenganchando sus cadenas de un soporte en el carro y sacándolo de él con fuerza. Por un momento se dirigieron hacia la piedra, y Raymond casi les rogó que no lo pusieran en ella, pensando que tal vez habían cambiado de opinión y decidieron ponerlo ahí de inmediato. En cambio, lo llevaron a una de las jaulas colgantes y lo empujaron adentro, cerrando la puerta detrás de él y asegurándola con una cerradura que necesitaría un martillo y un cincel para romperla.

La jaula estaba muy ajustada, de modo que Raymond no podía sentarse cómodamente, ni siquiera podía pensar en acostarse. La jaula crujía y se balanceaba con cada movimiento del viento, tan fuerte que parecía una tortura en sí misma. Todo lo que Raymond podía hacer era sentarse ahí mientras los hombres arrastraban a sus hermanos a otras jaulas, sin poder hacer absolutamente nada.

Garet luchó, porque Garet siempre luchaba. Se ganó un golpe en el estómago antes de que lo levantaran y lo metieran en otra de las horcas, de la misma manera que un granjero podría haber metido en un corral a una oveja que no cooperaba. Levantaron a Lofen con la misma facilidad y lo metieron en otra de las horcas, de modo que colgaron ahí con el hedor de la muerte a su alrededor de los cuerpos abandonados sobre la colina.

“¿Cómo se les ocurrió que podían luchar contra el duque?,” les exigió el conductor. “El duque Altfor dijo que pagarán por lo que hizo su hermano, y lo harán. Esperen, contemplen eso, y sufran. Regresaremos,”

Sin decir una palabra más, giró el carro y comenzó a alejarse, dejando a Raymond y sus hermanos colgando ahí.

“Si tan solo pudiera...” dijo Garet, obviamente tratando de alcanzar la cerradura de su horca.

“No sabes cómo abrir una cerradura,” dijo Lofen.

“Puedo intentarlo, ¿no?” Garet respondió. “Tenemos que intentar algo. Tenemos que...”

“No hay nada que intentar,” dijo Lofen. “Tal vez podamos matar a los guardias cuando regresen, pero no podemos romper esas cerraduras,”

Raymond sacudió la cabeza. “Ya basta,” dijo. “Este no es el momento de discutir. No tenemos adónde ir ni nada que hacer, así que lo menos que podemos hacer es pelear entre nosotros,”

Sabía lo que significaba un lugar como este, y que no había posibilidades reales de escapar.

“Pronto,” dijo, “vendrán animales, o algo peor. Tal vez no podamos hablar después. Tal vez... tal vez todos estemos muertos,”

“No,” dijo Garet, sacudiendo la cabeza. “No, no, no.”

“Sí,” dijo Raymond. “No podemos controlar eso, pero podemos enfrentar nuestras muertes con valor. Podemos mostrarles lo bien que muere la gente honesta. Podemos negarnos a darles el miedo que quieren,”

Vio a Garet palidecer, y luego asintió con la cabeza.

“Bien,” dijo su hermano. “Está bien, puedo hacerlo,”

“Sé que puedes,” dijo Raymond. “Pueden hacer cualquier cosa, los dos. Quiero decir...” ¿Cómo pudo decir todo eso? “Los amo a los dos, y estoy tan agradecido de haber llegado a ser su hermano. Si tengo que morir, me alegro de que al menos pueda hacerlo con la mejor gente que conozco en el mundo,”

“Si tienes que...,” dijo Lofen. “Esto no ha terminado todavía,”

“Sí,” Raymond estuvo de acuerdo, “pero en caso de que suceda, quería que lo supieras,”

“Sí,” dijo Lofen. “Yo siento lo mismo,”

“Yo también,” dijo Garet.

Raymond se sentó en su jaula, tratando de mostrarse valiente por sus hermanos, y por cualquiera que estuviera mirando, porque estaba seguro de que debía haber algo o alguien mirando desde las ruinas de la torre. Todo el tiempo, trató de no pensar en la verdad:

No había ningún “si...” en esto. Raymond ya podía ver los primeros destellos de aves carroñeras reuniéndose en los árboles. Iban a morir. Era solo una cuestión de qué tan rápido, y qué tan horrible.

CAPÍTULO CINCO

Royce se arrodilló entre las cenizas de la casa de sus padres, fragmentos de madera calcinada cayendo del marco de una manera que coincidía con las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Dejaron huellas a través de las cenizas y la suciedad que ahora cubría su rostro, dejándolo con manchas corridas y un aspecto extraño, pero a Royce no le importaba.

Todo lo que importaba en ese momento era que sus padres estaban muertos.

El dolor invadió a Royce cuando miró los cuerpos de sus padres, tendidos en el suelo en un descanso extrañamente tranquilo, a pesar de los efectos de las llamas. Sentía como si quisiera desgarrar el mundo de la manera en que sus dedos buscaban los nudos cada vez más cenizos de su cabello. Quería encontrar una forma de arreglarlo, pero no existía ninguna forma de hacerlo, y así Royce gritó su ira y dolor a los cielos.

Había visto al hombre que les había hecho esto. Royce lo había visto en el camino, regresando de esto con tanta calma como si nada hubiera pasado. El hombre incluso le había advertido, sin saberlo, sobre los soldados que estaban a punto de bajar a la aldea. ¿Qué clase de asesino haría eso? ¿Qué clase de asesino mata y luego expone a sus víctimas como si las preparara para una muerte honorable?

Sin embargo, esto no era una tumba, así que Royce se dirigió a la parte de atrás de la granja, buscando un pico y una pala, trabajando en la tierra ahí, sin querer dejar el cuerpo de sus padres para los primeros carroñeros que vinieran. Parte de la tierra estaba muy compactada y carbonizada, por lo que le dolían los músculos con el trabajo, pero en ese momento, Royce sintió como si mereciera ese daño y ese dolor. La vieja Lori había tenido razón... todo esto era por él.

Cavó la tumba tan profunda como pudo y luego llevó los cuerpos carbonizados de sus padres a ella. Se paró en el borde, tratando de pensar en palabras para decir, pero no podía pensar en nada que tuviera sentido para enviarlos a los cielos con él. No era un sacerdote para conocer los caminos de los dioses. No era un viajero de cuentos, con las palabras adecuadas para todo, desde una fiesta salvaje hasta una muerte.

“Los amo tanto a los dos,” dijo en su lugar. “Yo... desearía poder decir más, pero cualquier cosa que pudiera decir se reduciría a eso.”

Las enterró con el mayor cuidado posible, sintiendo cada palada de tierra como un martillazo golpeándolo. Por encima de él, Royce podía oír el chillido de un halcón, y lo ahuyentó, sin importarle si había cuervos y grajos diseminados por el resto de la aldea. Estos eran sus padres.

Aunque lo pensaba, Royce sabía que no bastaba con enterrarlos solo a ellos. Los hombres del duque habían estado ahí por él; no podía dejar a todos los que habían matado a los carroñeros. También sabía que no había ninguna posibilidad de cavar una fosa lo suficientemente profunda como para enterrar todos los cuerpos por su cuenta.

Lo mejor que podía intentar era construir una pira para terminar lo que habían empezado los edificios en llamas, así que Royce empezó a abrirse camino por la aldea, recogiendo madera, sacándola de los almacenes de invierno, arrastrándola de los restos de los edificios. Las vigas eran las partes más pesadas, pero su fuerza era suficiente para arrastrarlas al menos, permitiéndole montarlas en grandes travesaños para la pira que estaba construyendo.

Para cuando Royce terminó, estaba completamente oscuro, pero de ninguna manera quería dormir en una aldea de muertos como esta. En vez de eso, buscó hasta que encontró una linterna fuera de uno de los edificios, solo un poco retorcida por el calor del fuego que la había destrozado. La encendió y, con la luz de la linterna, empezó a recoger a los muertos.

 

Los recogió a todos, aunque se le destrozara el corazón al hacerlo. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres, los recogía. Arrastró a los más pesados y cargó a los más livianos, colocándolos en sus lugares entre la pira y esperando que de alguna manera significara que llegaran a estar juntos en lo que fuera que viniera después de este mundo.

Estaba casi listo para poner su linterna en ella cuando recordó a la Vieja Lori; aún no la había recogido en su lúgubre cosecha, aunque había pasado por la pared en la que ella se había apoyado una docena de veces o más. Después de todo, tal vez no estaba del todo muerta cuando la dejó. Tal vez se había arrastrado más atrás para morir en sus propios términos, o tal vez Royce la acababa de extrañar. No parecía correcto dejarla separada de los demás, por lo que Royce fue en busca de su cuerpo caído, regresando al lugar donde ella se había acostado y buscando en el suelo a la luz de la lámpara.

“¿Estás buscando a alguien?,” una voz preguntó y Royce giró, y en un segundo su mano se dirigió a su espada antes de reconocer esa voz.

Era la de Lori, y no. Había algo menos agrietado y empapelado en esta voz, menos antiguo y cansado por el tiempo. Cuando ella entró en el círculo de su farol, Royce vio que eso también era cierto para el resto de ella. Antes, había una anciana grande y desgastada por el tiempo. Ahora, la mujer frente a él parecía casi joven otra vez, con el cabello resplandeciente, los ojos penetrantes y la piel sedosa.

“¿Qué eres?” Preguntó Royce, su mano dirigiéndose de nuevo hacia su espada.

“Soy lo que siempre he sido,” dijo Lori. “Alguien que mira, y alguien que aprende,” Royce la vio mirarse a sí misma. “Te dije que no me tocaras, muchacho, que me dejaras tranquila para morir en paz. ¿No pudiste escuchar? ¿Por qué todos los hombres de tu línea nunca escuchan?”

“¿Crees que yo hice esto?” Preguntó Royce. ¿Esta mujer, que aún no creía fuera Lori, pensaba que era una especie de hechicero?

“No, chico estúpido,” dijo Lori. “Yo hice esto, con un cuerpo que no me deja morir. Tu toque, uno de la Sangre, fue suficiente para catalizarlo. Debí saber que algo así pasaría desde el momento en que apareciste en la aldea cuando eras un bebé. Debí haberme alejado entonces, en lugar de quedarme a ver.”

“¿Me viste llegar a la aldea?” Royce dijo. “¿Sabes quién es mi padre?”

Pensó en la figura de la armadura blanca que había visto en sueños, y en la época en que el maestro de la Isla Negra había dicho que el desconocido que lo había engendrado le había salvado la vida. Royce no sabía nada de él, salvo que el símbolo grabado en su palma era supuestamente suyo.

“Sé lo suficiente,” dijo Lori. “Tu padre fue un gran hombre, de la forma en que los hombres se llaman a sí mismos grandes. Peleó mucho, ganó mucho. Supongo que también fue grande en otros aspectos: trataba de ayudar a la gente cuando podía, y se aseguraba de que los que estaban bajo su protección estuvieran a salvo. Esta pira tuya... es el tipo de cosas que él habría hecho, valiente y justo y tan absolutamente tonto,”

“No es tonto querer mantener a nuestros amigos alejados de los cuervos,” insistió Royce, dándole a Lori una mirada dura.

“¿Amigos?” Ella pensó por un momento o dos. “Supongo que, después de suficientes años, algunos de ellos podrían haber sido. Es difícil para mí ser realmente amiga de alguien, sabiendo lo fácil que es para la mayoría la muerte. También te llegará a ti, si insistes en encender un faro para que todos desde aquí hasta la costa puedan ver que los hombres del duque no terminaron su trabajo.”

Royce no había pensado en eso, solo en lo que había que hacer por la gente de su pueblo, y en lo que les debía, después de haberles hecho caer esto sobre sus cabezas.

“No me importa,” dijo. “Déjalos que vengan,”

“Sí, definitivamente el hijo de tu padre,” dijo Lori.

“¿Sabes quién era mi padre?” Royce dijo. “Dímelo. Dime, por favor,”

Lori agitó la cabeza. “¿Crees que voy a acelerar de buena gana todo lo que está por venir? Por lo que he visto, habrá suficiente muerte sin eso. Te diré esto: mira la marca que llevas. Ahora, ¿le darás a una anciana una ventaja antes de hacer algo estúpido como encender ese fuego?”

La ira destelló en Royce, surgiendo de su dolor. “¿No te importa ninguna de las personas de aquí? ¿Te vas a ir antes de que esto termine?”

“Está hecho,” respondió Lori. “La muerte está hecha. Y no te atrevas a acusarme de que no me importa. He visto cosas que... ¡arrgh, qué sentido tiene!”

Echó una mano hacia la pira que Royce había construido, murmurando palabras en una lengua que le hacía daño a sus oídos al escucharlas. Humo comenzó a salir de ella, y luego las primeras chispas de las llamas.

“Ahí, ¿eso te hace sentir mejor?,” exigió. “Me las arreglé para no recurrir a eso mientras un hombre me apuñalaba, me iba a dejar morir, no es que tuviera el poder de hacer mucho más, siendo tan vieja. Ahora tú me tienes haciéndolo en cinco segundos, ¡maldita sea!”

Royce tenía que admitir que su ira era bastante impresionante. Había algo casi elemental en ella. Aun así, tenía que preguntarle algo.

“¿Tenías... tenías el poder de salvar a la gente aquí, Lori?”

“¿Vas a tratar de hacer que esto sea mi culpa?,” reclamó. Señaló con la cabeza el lugar donde el fuego empezaba a arder. “La magia no es solo desear hojas de fuego o llamar a los rayos desde el cielo, Royce. Con un ritual lo suficientemente largo, tal vez pueda hacer algunas cosas que te impresionen, pero una chispa como esa es el límite de lo que puedo hacer como estoy. Ahora, me voy, y no intentes detenerme, chico. Ya me causaste bastantes problemas con todo esto,”

Se dio la vuelta, y por un momento, Royce pensó en agarrar su brazo, pero algo lo hizo contenerse, simplemente mirando hacia atrás al fuego creciendo en la oscuridad. Ahí delante de él podía ver los destellos y chispas de la conflagración mientras crecía, convirtiéndose en algo que parecía consumir todo el cielo con su calor.

Royce se quedó tan quieto como pudo, pensando en toda la gente encomendada a ese fuego, queriendo honrarlos viendo los últimos momentos que sus cuerpos tuvieron ahí. El fuego ardía y ardía, subía y bajaba con el viento y con el combustible debajo, de manera que le parecía a Royce casi como una especie de sinfonía nacida del fuego.

Algo más salió del fuego, oscuro contra las llamas, revoloteando a través de ellas tan fácilmente como si no las sintiera. Royce distinguió la forma de un gran halcón pescador, del tipo que se sumerge en los lagos cercanos, pero no era un pájaro normal. Sus plumas parecían teñidas del rojo del fuego donde no eran un negro profundo y oscuro, y había algo demasiado inteligente en la mirada que le dio a Royce mientras lo rodeaba, brillando con brasas en la oscuridad.

Por instinto, Royce extendió un brazo como había visto hacer a los halconeros, y el ave se posó pesadamente en su antebrazo, subiendo hasta su hombro y arreglando sus plumas. Habló, y la voz de Lori salió.

“Esta ave es un regalo, aunque solo los dioses saben por qué lo hago. Veré lo que ella ve, y le diré lo que pueda. Que sea tus ojos, y que impida que lo que venga sea peor,”

“¿Qué?” Royce dijo. “¿Qué quieres decir?”

No hubo respuesta, más allá del chillido del halcón cuando salió disparado al aire. Por un momento, Royce tuvo una imagen del fuego debajo de él, el círculo de llamas que formaba pareciendo insignificante desde tan alto...

Volvió en sí con un sobresalto y extendió su brazo para el ave. Aterrizó tan casualmente como si nada hubiera pasado, pero se encontró mirándola fijamente. Pudo ver un resplandor de llamas en su ojo que dejó claro que era cualquier cosa menos un halcón normal.

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