Solo los Valientes

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CAPÍTULO DOS

Genevieve solo podía permanecer de pie y callada en el gran salón del castillo mientras su esposo se enfurecía. En los momentos en los que no estaba enfadado, Altfor era en realidad bastante atractivo, con cabello castaño largo y ondulado, rasgos aguileños y ojos profundos y oscuros. Genevieve siempre se encontraba imaginándolo así, aunque con la cara roja y furiosa, como si este fuera el verdadero él y no el otro.

No se atrevía a moverse, no se atrevía a atraer su ira, y claramente no era la única. Alrededor de ella, los sirvientes y ayudantes del entonces duque se quedaron quietos, sin querer ser los primeros en atraer su atención. Hasta Moira parecía estar rezagada, aunque seguía estando justo donde Genevieve podía verla, más cerca de su marido que ella, en todos los sentidos.

“¡Mi padre está muerto!” Altfor gritó, como si existiera alguien que no supiera a estas alturas lo que había sucedido en el pozo. “Primero mi hermano, y ahora mi padre es asesinado por un traidor, y nadie parece tener respuestas para mí.”

Esta ira se sentía peligrosa para Genevieve, demasiado salvaje y sin dirección, arremetiendo en ausencia de Royce, tratando de encontrar a alguien a quien culpar. Se encontró deseando que Royce estuviera ahí y agradecida de que no lo estuviera, todo al mismo tiempo.

Peor aún, sentía que su corazón sufría por su ausencia, y deseaba haber podido hacer algo más que estar al lado de su esposo y observarlo desde el otro lado del pozo. Una parte de ella anhelaba estar con Royce en ese momento, y Genevieve sabía que no podía dejar que Altfor lo notara. Altfor ya estaba bastante enfadado, y había sentido con demasiada claridad la facilidad con la que esa rabia podía ser dirigida hacia ella.

“¿Nadie hará algo al respecto?” Altfor exigió.

“Eso es precisamente lo que iba a preguntar, sobrino,” dijo una voz, con gran fuerza.

El hombre que había entrado en la habitación hizo que Genevieve quisiera retroceder al menos tanto como lo hizo Altfor. Con Altfor, ella quería huir del calor de su ira, pero con este hombre, había algo frío en él, algo que parecía estar hecho de hielo puro. Tenía unos veinte años más que Altfor, con el cabello más delgado y una estructura fina. Caminaba con lo que a primera vista parecía un bastón, pero entonces Genevieve pudo ver la empuñadura que sobresalía de una vaina y se dio cuenta de que era una espada larga, aún envainada. Algo en la forma en que se apoyaba en ella le dijo a Genevieve que era una lesión, no la edad, lo que le hacía hacerlo.

“Tío Alistair,” dijo Altfor. “Estábamos... no te esperábamos.”

Altfor se escuchaba preocupado por la presencia del nuevo miembro en la sala, y eso sorprendió a Genevieve. Siempre se veía tan perfectamente en control antes, pero la presencia de este hombre parecía ponerlo completamente nervioso.

“Claramente no,” dijo el hombre delgado. Poniendo su mano sobre la espada larga en la que se apoyaba. “La parte en la que no me invitaste a tu boda probablemente te hizo pensar que me quedaría en mis propiedades, evitaría el pueblo, y te dejaría hacer un desastre tras la muerte de mi hermano.” Miró alrededor de Genevieve, su mirada la eligió de entre la multitud con la misma agudeza que la de un halcón. “Felicidades por tu matrimonio, chica. Veo que mí sobrino tiene gustos… aburridos.,”

“Yo... no me hablarás así,” dijo Altfor. Pareció tomarle un momento recordar que debía ponerse de pie en nombre de Genevieve. “O a mí esposa. ¡Yo soy el duque!”

Alistair se acercó a Genevieve, y ahora su espada salió de su vaina, se veía ligera en sus manos, ancha y afilada como una navaja. Genevieve se quedó inmóvil, apenas atreviéndose a respirar mientras el tío de Altfor sostenía la hoja a unos centímetros de su garganta..

“Podría cortarle la garganta a esta chica, y ninguno de tus hombres levantaría un dedo para detenerme,” dijo Alistair. “Ciertamente tú no lo harías,”

Genevieve no tenía que mirar a Altfor para saber que era la verdad. No era el tipo de marido que se preocuparía lo suficiente como para intentar defenderla. Ninguno de los cortesanos la ayudaría, y Moira... Moira la miraba como si esperara que Alistair lo hiciera.

Genevieve tendría que salvarse a sí misma. “¿Por qué me apuñalaría, mi señor?” preguntó.

“¿Por qué no debería?” dijo él. “Quiero decir que sí, eres bonita, con cabello rubio, ojos verdes, delgada, ¿qué hombre no te querría? Pero las chicas campesinas no son difíciles de reemplazar.”

“Tenía la impresión de que mi matrimonio me hacía más que eso,” dijo Genevieve, tratando de mantener su voz firme a pesar de la presencia de la espada. “¿He hecho algo para ofenderle?”

“No lo sé, muchacha; ¿lo has hecho?,” exigió, y sus ojos parecían estar buscando algo dentro de Genevieve. “Se envió un mensaje, revelando la dirección en la que entró el muchacho que asesinó a mi hermano, pero no llegó a mí ni a nadie hasta que fue demasiado tarde. ¿Sabes algo sobre eso?”

Genevieve lo sabía todo, ya que había sido ella misma quien retrasó el mensaje. Había sido todo lo que había sido capaz de hacer, y aun así no parecía suficiente dado todo lo que sentía por Royce. Aun así, se las arregló para mostrar su rostro tranquilo, fingiendo inocencia porque esa era literalmente la única defensa que tenía en ese momento.

“Mi señor, no lo entiendo,” dijo. “Usted mismo ha dicho que solo soy una chica campesina; ¿cómo podría hacer algo para detener un mensaje como ese?”

Por instinto, cayó de rodillas, moviéndose lentamente para que no hubiese posibilidad de cortarse con la espada.

“Su familia me ha honrado,” dijo. “He sido elegida por su sobrino, el duque. Me he convertido en su esposa, y así me han elevado en estatus. Vivo como nunca podría haber esperado. ¿Por qué iba a poner eso en peligro? Si realmente piensa que soy una traidora, entonces hágalo, mi señor. Hágalo.”

Genevieve llevaba su inocencia como un escudo, y solo esperaba que fuera suficiente como para apartar el golpe de la espada que de otra forma llegaría. Lo esperaba, y no lo esperaba, porque en ese momento quizás un golpe en el corazón habría igualado todo lo que ella sentía, considerando lo mal que habían ido las cosas con Royce. Miró a los ojos del tío de Altfor, y se negó a mirar hacia otro lado, se negó a dar alguna pista de lo que había hecho. Levantó la espada como si fuera dar ese golpe mortal... y luego la bajó.

“Parece, Altfor, que tu esposa tiene más acero en ella que tú.”

Genevieve logró volver a respirar, y se puso de pie mientras su marido se adelantaba.

“Tío, basta de estos juegos. Yo soy el duque aquí, y mi padre...”

“Mi hermano fue tan tonto como para pasarte una finca, pero no finjamos que eso te convierte en un verdadero duque,” dijo Alistair. “Eso requiere liderazgo, disciplina y el respeto de tus hombres. No tienes nada de eso,”

“Podría ordenar a mis hombres que te arrastren a un calabozo,” dijo Altfor.

“Y yo podría ordenarles lo mismo,” le respondió Alistair. “Dime, ¿a cuál de nosotros crees que obedecerían? ¿El hijo menos favorito de mi hermano, o el hermano que ha comandado ejércitos? ¿El que perdió a su asesino, o el que sostuvo el muro de la muerte en Haldermark? ¿Un niño o un hombre?”

Genevieve podía adivinar la respuesta a esa pregunta, y no le gustaba la forma en que podría resultar. Le gustara o no, era la esposa de Altfor, y si su tío decidía deshacerse de él, no se hacía ilusiones sobre lo que podría pasarle. Rápidamente, se acercó a su marido, poniéndole una mano en el brazo en lo que probablemente pareció un gesto de apoyo, incluso mientras intentaba recordarle que se contuviera.

“Este ducado ha sido derribado,” dijo Alistair. “Mi hermano cometió errores y hasta que se corrijan, me encargaré de que las cosas funcionen correctamente. ¿Alguien aquí desea disputar mi derecho a hacerlo?”

Genevieve no pudo evitar notar que su espada aún estaba en su mano, obviamente esperando que el primer hombre dijera algo. Por supuesto, ese tenía que ser Altfor.

“¿Esperas que te jure lealtad?” Altfor dijo. “¿Esperas que me arrodille ante ti cuando mi padre me hizo duque?”

“Dos cosas pueden hacer un duque,” dijo Alistair. “Por orden del gobernante, o el poder para tomarlo. ¿Tienes alguna de las dos cosas, sobrino? ¿O te arrodillarás?”

Genevieve se arrodilló antes de que lo hiciera su marido, tirando de su brazo para bajarlo a su lado. No es que le importara la seguridad de Altfor, no después de todo lo que él había hecho, pero en ese momento supo que su seguridad dependía de la suya.

“Muy bien, tío,” dijo Altfor, entre dientes. “Obedeceré. Parece que no tengo otra opción,”

“No,” Lord Alistair estuvo de acuerdo. “No tienes,”

Sus ojos recorrieron la habitación, y una por una la gente se arrodilló. Genevieve vio a los cortesanos hacerlo y a los sirvientes. Incluso vio a Moira caer de rodillas, y una pequeña y enfadada parte de ella se preguntó si su supuesta amiga probaría su suerte seduciendo al tío de Altfor, así como a Altfor.

“Mejor,” dijo Lord Alistair. “Ahora, quiero que más hombres encuentren al chico que mató a mi hermano. Se dará un ejemplo. Nada de juegos esta vez, solo la muerte que se merece,”

Un mensajero entró corriendo, llevando la librea de la casa. Genevieve pudo verlo mirando de un lado a otro entre Altfor y Lord Alistair, obviamente tratando de decidir a quién debía entregar su mensaje. Finalmente, hizo lo que Genevieve pensó que era la elección obvia, y se volvió hacia el tío de Altfor.

“Mi señor, perdóneme,” dijo, “pero hay disturbios en las calles debajo. La gente se está levantando en todas las propiedades del antiguo duque. Lo necesitamos,”

 

“¿Matar campesinos?” Lord Alistair dijo, con un resoplido. “Muy bien. Reúne a todos los hombres que podamos de la búsqueda, y que se reúnan conmigo en el patio. ¡Les mostraremos a estos plebeyos lo que un verdadero duque puede hacer!”

Salió de la habitación, apoyándose otra vez en la vaina de su espada larga. Genevieve se atrevió a dar un suspiro de alivio mientras se iba, pero duró poco. Altfor ya se estaba poniendo de pie, y su ira era palpable.

“¡Fuera, todos ustedes!” gritó a los cortesanos reunidos. “¡Fuera, y ayuden a mi tío a acabar con esta revuelta, o ayuden en la búsqueda del traidor, pero no estén aquí para que yo se lo pida de nuevo!”

Comenzaron a irse, y Genevieve comenzó a levantarse para ir con ellos, pero sintió la mano de Altfor en su hombro, empujándola de nuevo hacia abajo.

“Tú no, esposa.”

Mientras Genevieve esperaba, la sala se vació, dejando solo a ella, a un par de guardias, y peor aún, a Moira mirando desde la esquina, con una mirada que ni siquiera intentaba fingir simpatía ahora.

“Tú,” dijo Altfor, “necesitas decirme qué papel jugaste en la huida de Royce,”

“Yo... no sé a qué te refieres,” dijo Genevieve. “He estado aquí todo el tiempo. ¿Cómo podría...?”

“Cállate,” dijo Altfor. “Si no me hiciera parecer un hombre que no puede controlarte, te golpearía por pensar que soy tan estúpido. Claro que hiciste algo; nadie más que se preocupe por ese traidor está aquí,”

“Hay multitudes enteras en las calles que podrían demostrar lo contrario,” dijo Genevieve, poniéndose de pie. No tenía miedo de Altfor como lo tenía de su tío.

No, eso no era cierto. Ella le tenía miedo, pero era un tipo de miedo diferente. Con Altfor, era un miedo a la violencia y la crueldad repentina, pero el aparentar someterse no haría nada para desviarlo.

“¿Las multitudes?” Altfor dijo. “¿Vas a burlarte de mí con las turbas ahora? Creí que habías aprendido la lección acerca de cruzarte conmigo, pero obviamente no.”

Ahora el miedo volvía a Genevieve, porque la mirada en los ojos de Altfor prometía algo mucho peor que la violencia hacia ella.

“Crees que estás tan segura porque no le haré daño a mi esposa,” dijo Altfor. “Pero te dije las cosas que pasarían si me desobedecías. Tu amado Royce será encontrado, y lo matarán, si tengo algo que ver con ello, mucho más lento que cualquier cosa que mi tío pueda tener en mente,”

Esa parte no asustó a Genevieve, aunque la idea de que Royce sufriera algún daño le dolió como un golpe físico. El hecho era que él había desaparecido de las garras de Altfor; ella ya se había ocupado de ello. No había forma de que él o Lord Alistair pudieran atraparlo.

“Luego están sus hermanos,” dijo Altfor, y a Genevieve se le detuvo el corazón.

“Me dijiste que no los matarías si me casaba contigo,” dijo ella.

“Pero ahora eres mi esposa y no una muy obediente,” respondió Altfor. “Los tres ya están en camino a ser ejecutados, donde se sentarán en una horca en la colina de la muerte y morirán de hambre hasta que sean devorados por las bestias,”

“No,” dijo Genevieve. “Lo prometiste,”

“¡Y tú prometiste ser una esposa fiel!” Altfor gritó. “¡En cambio, sigues ayudando al chico por el que deberías haber dejado de lado todos los pensamientos!”

“Tú... yo no hice nada,” insistió Genevieve, sabiendo que admitirlo solo empeoraría las cosas. Altfor era un noble, y no podía hacerle nada directamente, no sin pruebas, y un juicio, y más.

“Oh, todavía quieres jugar a estos juegos” dijo Altfor. “Entonces el precio de tu traición ha subido. Tienes demasiadas distracciones en el mundo exterior, así que te las quitaré,”

“¿Qué... qué quieres decir?” Preguntó Genevieve.

“Tu hermana fue una diversión por un breve momento la primera vez que me desobedeciste. Ahora ella morirá por lo que has hecho. También lo harán tus padres, y todos los demás en esa choza tuya que llamas hogar,”

“¡No!” Genevieve gritó, agarrando el pequeño cuchillo de comer que llevaba. En ese momento, todo sentido de contención o necesidad de ser cuidadosa desapareció de ella, impulsada por el horror de lo que su marido estaba a punto de hacer. Haría lo que fuera para proteger a su hermana. Lo que fuera.

Altfor fue más rápido, su mano se cerró sobre la de ella y alejó el cuchillo. La empujó hacia atrás para que cayera con fuerza en el suelo, poniéndose sobre ella. La miró con desprecio, y solo el toque de Moira le impidió hacer más.

“Recuerda que mientras sea tu esposa ella es una noble,” susurró Moira. “Si le haces daño, serás tratado como un criminal,”

“No te atrevas a decirme lo que tengo que hacer,” le dijo Altfor a Moira, quien se inclinó aún más.

“No me atrevo a nada, simplemente es una sugerencia, mi señor, mi duque. Con una esposa, y a su tiempo, un heredero, y la ley de su lado, se las arreglará para recuperar todo,”

“¿Y por qué te importa eso a ti?” preguntó Altfor, mirándola.

Si Moira se sintió herida por eso, no lo demostró. En todo caso, parecía triunfante mientras miraba hacia donde estaba Genevieve.

“Porque tu hermano, mi esposo, se ha ido, y prefiero seguir siendo la amante de un hombre poderoso que una mujer sin poder,” dijo Moira. “Y tú... eres el hombre más poderoso que he conocido,”

“¿Y debería quererte a ti, en lugar de a mi esposa?” Preguntó Altfor. “¿Por qué querría las sobras de mi hermano?”

Incluso a Genevieve le pareció un juego cruel, y eso que Genevieve ya lo había atrapado con Moira.

Sin embargo, lo que sea que Moira sintiera estaba cuidadosamente escondido.

“Ven conmigo,” sugirió, “y te recordaré la diferencia mientras tus hombres matan a todos los que se lo merecen. Tus hombres, no los de tu tío,”

Eso fue suficiente para que Altfor la jalara hacia él, besándola, aunque Genevieve y los dos guardias estuvieran ahí. Tomó el brazo de Moira, tirando de ella en dirección a la salida de la gran sala. Genevieve vio a Moira voltear, y la crueldad de su sonrisa fue suficiente para enfriar a Genevieve hasta los huesos.

En ese momento, a Genevieve no le importó. No le importaba que Altfor estuviera a punto de traicionarla de una manera que obviamente él ya había hecho tantas veces antes. No le importaba que casi muriera a manos de su tío, o que ambos la vieran claramente como un inconveniente.

Lo único que le importaba entonces era que su hermana estaba en peligro, y que tenía, necesitaba, encontrar una forma de ayudarla antes de que fuera demasiado tarde. Altfor planeaba matarla, y no tenía forma de saber cuándo lo haría.

CAPÍTULO TRES

Royce corrió por el bosque, sintiendo el crujido de las ramas bajo sus pies, sujetando su espada a un costado para que no se enganchara contra uno de los árboles. Sin el caballo que había robado, no se movía lo suficientemente rápido. Necesitaba más velocidad.

Corría más fuerte, impulsado por la idea de volver con la gente que le importaba. La Isla Negra le había enseñado a seguir corriendo, sin importar lo fuerte que su corazón golpeara su pecho o la forma en que le dolían las piernas. Había sobrevivido a la carrera llena de trampas a través de la isla, por lo que obligarse a correr más lejos y más rápido a través de un bosque no era nada.

La velocidad y la fuerza que poseía le ayudaron. Los árboles pasaban a ambos lados, las ramas lo rasguñaban y Royce ignoraba todo. Podía oír a las criaturas del bosque corriendo para alejarse de esta cosa que corría por su territorio, y sabía que tenía que encontrar una forma mejor de progresar que solo correr. Si seguía haciendo tanto ruido, atraería a todos los soldados del ducado.

“Que vengan,” susurró Royce. “Los mataré a todos,”

Una parte de él quería hacer eso y más. Había logrado matar al señor que lo había puesto a él y a sus amigos en el pozo de pelea; había logrado matar a los guardias que se le habían acercado... pero también sabía que no podía enfrentarse a toda una tierra llena de enemigos. El más fuerte, el más rápido, el más peligroso de los hombres no podía luchar contra más que unos pocos por sí solo, porque simplemente habría demasiados lugares de los que una espada podría venir de forma inesperada.

“Encontraré la manera de hacer algo,” dijo Royce, pero de todos modos disminuyó su velocidad, moviéndose por el bosque con más cuidado, tratando de no perturbar la paz de los árboles que lo rodeaban. Podía oír los pájaros y las criaturas que se encontraban allí ahora, los sonidos convirtiendo lo que se había sentido como un espacio vacío en un paisaje de sonidos que parecía llenarlo todo.

¿Qué podía hacer? Su primer instinto al correr fue el de seguir adelante, hacia los espacios salvajes donde no vivían los hombres, y los Picti dominaban. Había pensado en desaparecer, simplemente desaparecer, porque ¿qué lo retenía ahí?

Por un momento, su mente se fijó en una imagen de Genevieve, mirando desde las gradas del pozo de pelea, viéndose indiferente. Alejó esa imagen, porque no quería pensar en Genevieve. Le dolía demasiado hacerlo, cuando ella ya lo había hecho. ¿Por qué no iba a desaparecer en los espacios donde no vivían los hombres?

Una razón era Mark. Su amigo había caído en el pozo, pero Royce no lo vio morir. Una parte de él quería creer que de alguna manera Mark podría haber sobrevivido cuando los juegos se interrumpieron de esa manera. ¿No querrían los nobles ver otra pelea de él si pudieran conseguirla? ¿No querrían obtener todo el entretenimiento que pudieran de su amigo?

“Tiene que estar vivo,” dijo Royce, “tiene que estarlo,”

Incluso para él, sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo. Royce sacudió la cabeza y siguió atravesando el bosque, intentando orientarse. Sentía como si no pudiera hacer nada hasta que llegara a casa. Llegaría allá, y luego, una vez que estuviera a salvo nuevamente, podría hacer un plan sobre qué hacer a continuación. Sería capaz de decidir si correr, o tratar de encontrar a Mark, o de alguna manera hacer magia y aparecer un ejército para enfrentarse a los hombres del duque.

“Y tal vez aparezca de la nada,” dijo Royce, y siguió moviéndose. Se movía con la velocidad de un animal cazado ahora, manteniéndose abajo, agachándose bajo el follaje y abriéndose camino sobre la maleza sin reducir la velocidad.

Conocía el bosque. Conocía las rutas que lo atravesaban tan bien como cualquiera, porque había pasado más que suficiente tiempo aquí con sus hermanos. Se perseguían unos a otros a través de él, y cazaban pequeñas criaturas. Ahora era él el que estaba siendo perseguido, y cazado, y solo intentaba encontrar un camino para salir de todo esto. Estaba bastante seguro de que había un camino de caza no muy lejos de donde él estaba, que lo llevaría hasta un pequeño arroyo, pasando por una cabaña de carboneros, y luego hacia la aldea.

Royce se dirigió hacia ella, abriéndose camino a través del bosque, y se vio arrastrado de sus pensamientos por un sonido en la distancia. Era suave, pero estaba ahí; el sonido de unos pies que se movían suavemente sobre el suelo quebrado. No lo habría notado si no hubiera pasado tanto tiempo con sus hermanos en estos bosques, o si no hubiera aprendido en la Isla Negra que puede haber amenazas en cualquier lugar.

“¿Espero o me escondo?” se preguntó. Sería fácil salir al camino, porque solo podía oír a una persona acercándose, y ni siquiera sonaba como un soldado. Los pasos de los soldados tenían el golpeteo de las botas, el roce de las armaduras y el choque de las lanzas contra el suelo. Estos pasos eran diferentes. Probablemente, era solo un agricultor o un leñador.

Aun así, Royce se quedó atrás, escondido a la sombra de un árbol, en un lugar donde sus raíces se arqueaban para formar una especie de escondite natural que probablemente albergaba a algunos animales cuando la luz se apagaba. Algunas de las ramas cercanas estaban lo suficientemente bajas como para que Royce pudiera bajarlas delante de él y así bloquear la vista hacia ahí, pero aun así podía mirar por encima hacia el camino. Se agachó donde estaba, permaneciendo quieto, su mano nunca dejó su espada.

Royce casi salió cuando vio solo una figura que se acercaba por el camino. El hombre que estaba ahí parecía estar desarmado y sin armadura, llevando solo ropa de seda gris suelta que parecía oscura y sin forma. Sus pies estaban envueltos en zapatillas de piel igualmente grises, con vendas que le llegaban a los tobillos. Pero algo lo detuvo, y al acercarse el hombre, Royce podía ver que su piel era igual de gris, marcada por tatuajes en morado y rojo que formaban remolinos y símbolos, como si alguien lo hubiera usado como la única superficie disponible para escribir algún tipo de mensaje loco.

 

Royce no estaba seguro de lo que significaba nada de eso, pero había algo en este hombre que se sentía peligroso de una manera que no podía ubicar. De repente estaba agradecido de haberse quedado donde estaba. Tenía la sensación de que, si hubiera estado parado en el camino en ese momento, el conflicto no estaría muy lejos.

Sintió su mano apretando la empuñadura de su espada, el impulso de saltar hacia él invadió su mente. Royce obligó a su mano a relajarse, recordando el campo de caídas y tropiezos en la Isla Negra. Los muchachos que habían entrado corriendo sin pensar habían muerto antes de que Royce pudiera empezar a llevarlos a salvo. Esto tenía la misma sensación. No tenía miedo, exactamente, pero al mismo tiempo podía sentir que este hombre era todo menos inofensivo.

Por ahora, lo más sensato parecía ser quedarse quieto; ni siquiera respirar.

Aun así, el hombre en el camino se detuvo, ladeando la cabeza como si estuviera escuchando algo. Royce vio al extraño agacharse, frunciendo el ceño mientras tomaba una selección de objetos de un bolsillo y los arrojaba al suelo.

“Eres afortunado,” dijo el desconocido, sin levantar la vista. “Solo mato a aquellos que el destino me manda matar, y las runas dicen que no debemos pelear todavía, extraño.”

Royce no respondió, mientras una por una, el desconocido recogió sus piedras.

“Hay un muchacho que necesita morir porque el destino lo decreta,” dijo el hombre. “Pero deberías saber mi nombre y saber que eventualmente, el destino viene por todos nosotros. Soy Dust, un angarthim de los lugares muertos. Deberías irte. Las runas dicen que mucha muerte seguirá a tu paso. Oh, y no te dirijas hacia esa aldea de allá,” añadió, como si se tratara de un pensamiento tardío. “Un gran cuerpo de soldados se dirigía hacia ella cuando me fui,”

Se puso de pie y se retiró, dejando a Royce agachado ahí, respirando más fuerte de lo que quería, cuando lo único que había hecho era esconderse. Había algo en la presencia de ese extraño que parecía arrastrarse dentro de su piel, algo malo en él en formas que Royce no podía empezar a articular.

Si hubiera tenido más tiempo, Royce seguiría escondido, sospechando que el hombre era más peligroso. En cambio, lo único que importaba eran sus palabras. Si los soldados se dirigían a la aldea, eso solo podía significar una cosa...

Empezó a correr de nuevo, más rápido que nunca. A la derecha, vio la cabaña de carboneros, el humo detrás de ella sugería que el dueño estaba trabajando. Un caballo que parecía más acostumbrado a tirar de un carro que a ser montado estaba frente a él, amarrado a un poste. La casa parecía tranquila, y cualquier otro día quizás Royce se hubiera preguntado sobre eso, o hubiera gritado al dueño para tratar de persuadirlos de que le prestaran el caballo.

Sin embargo, se limitó a liberarlo del poste, saltando sobre su lomo y haciéndolo avanzar. Casi milagrosamente, la criatura parecía saber lo que se esperaba de ella, galopando hacia delante mientras Royce se aferraba a su espalda, esperando llegar a tiempo.

***

Al atardecer, cuando Royce salió del bosque, el cielo rojo se acercó al mundo como un manto sangriento. Por un momento, el resplandor del ocaso fue suficiente para que Royce no pudiera ver más allá del enrojecimiento del terreno a sus pies, el mundo entero parecía estar en llamas.

Entonces lo pudo ver, y se dio cuenta de que el rojo de las llamas no era ningún truco de la puesta del sol. Su aldea estaba ardiendo.

Algunas partes de ella ardían intensamente, los tejados de paja se convertían en hogueras consumidas por las llamas, de modo que todo el horizonte parecía estar lleno de ellas. Más de la aldea estaba ennegrecida y humeante, maderas color hollín erguidas como esqueletos de edificios destruidos. Uno de ellos se derrumbó mientras Royce miraba, crujiendo y luego cayendo, desplomándose al suelo con un estruendo.

“No,” murmuró, desmontando y llevando su caballo robado hacia adelante. “No, no puedo haber llegado tarde,”

Sin embargo, lo estaba. Los fuegos que ardían ya eran viejos, y ahora solo se apoderaban de los edificios más grandes, donde había más para consumir. El resto de su aldea era una masa de carbón y humo puro, tan lejos del punto donde se produjo el incendio que Royce nunca hubiera podido esperar llegar a tiempo. El hombre que había pasado por el camino había dicho que los soldados estaban llegando mientras él se iba, pero Royce había calculado sin tener en cuenta la distancia y el tiempo que le tomaría llegar.

Finalmente, no pudo evitarlo por más tiempo y miró hacia abajo, hacia donde estaban los cuerpos. Eran demasiados... hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, todos asesinados por igual, sin que se mostrara piedad. Algunos de los cuerpos quedaron entre las ruinas, tan ennegrecidos como la madera que los rodeaba; otros yacían en las calles, con heridas abiertas que contaban la historia de cómo habían muerto.

Royce vio a algunos cortados desde el frente donde habían tratado de luchar, algunos cortados desde atrás cuando habían tratado de correr. Vio un grupo de mujeres jóvenes asesinadas a un lado. ¿Habían pensado que esto era solo otra incursión para que los nobles tomaran lo que querían de todas ellas, hasta el momento en que alguien les había cortado la garganta?

El dolor fluía a través de Royce, y la ira, y un centenar de otros sentimientos, todo enredado en un nudo que parecía que podría desgarrar su corazón en dos. Caminó tambaleándose por la aldea, mirando muerte tras muerte, no podía creer que los hombres del duque pudieran hacer algo así.

Pero lo habían hecho, y no había forma de deshacerlo.

“¡Madre!” Royce llamó. “¡Padre!”

Se atrevió a tener esperanza, a pesar de los horrores que lo rodeaban. Algunos de los habitantes de la aldea tuvieron que haber sobrevivido. Los soldados eran descuidados, y la gente podía escapar, ¿cierto?

Royce vio otro montón de cadáveres en el suelo, y este se veía diferente, porque no había heridas de espada en los cuerpos. En cambio, parecía como si simplemente hubieran... muerto, asesinados con las manos vacías, tal vez, pero incluso en la Isla Negra, eso se consideraba algo difícil. A Royce no le importaba en ese momento, porque, aunque estas personas eran las que él conocía, no eran las que él estaba tratando de encontrar. No eran sus padres.

“¡Madre!” Royce llamó. “¡Padre!”

Sabía que los soldados podrían oírlo si todavía estaban ahí, pero no le importaba. Una parte de Royce incluso celebraba la posibilidad de que vinieran, porque significaba una oportunidad de matarlos y hacerlos pagar.

“¿Están ahí?” Royce gritó, y una figura salió tambaleándose de uno de los edificios, cubierta de hollín y con aspecto demacrado. Por un instante, el corazón de Royce saltó, pensando que tal vez su madre lo había escuchado, pero luego se dio cuenta de que no era ella. En cambio, reconoció la forma de la vieja Lori, que siempre había aterrorizado a los niños con sus historias, y que a veces afirmaba que tenía ‘La Vista’.

“Tus padres están muertos, muchacho,” dijo, y en ese momento el mundo pareció romperse para Royce. Todo se congeló en su lugar, atrapado entre un latido y otro.

“No, no pueden estarlo,” dijo Royce, sacudiendo la cabeza, sin querer creerlo. “No pueden estarlo.”

“Lo están,” Lori se movió para sentarse contra los restos de un muro bajo. “Tan muertos como yo lo estaré pronto,”

Al decir eso, Royce notó la sangre en su toga gruesa, y el agujero por donde había entrado una espada.

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