Yellow Peril: Aquella Horrible Cara Amarilla

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PATRIZIA BARRERA
Yellow Peril: aquella horrible cara amarilla
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AGRADECIEMENTOS

Este libro es para mi madre, la cual perdí sin que verdaderamente me haya amado.

Dedico a ella este libro esperando que, allí donde esté, esté orgullosa de mi

COPYRIGHT

Copyright 2020 Patrizia Barrera

Traductor IAN TORREZ

YELLOW PERIL: AQUELLA HORRIBLE CARA AMARILLA

Los Orígenes

América ha sido siempre racista. AL fin y al cabo, con el fin de autorizar y cumplir las masacres con las que se manchó con los Nativos y para someter a la esclavitud los Africanos, era necesario un sentimiento de prevaricación fuerte y una convicción firme de su propia superioridad. Cabe destacar que estos sentimientos se compartían universalmente entre el 1700 y el 1800 y que ninguna de las Grandes Potencias Europeas pudo considerarse exenta. Sin embargo, el poder ejercido en América sobre las clases débiles y sobre las etnias diferentes alcanzó niveles exasperados y en cierto modo el racismo se llegó a ser institucional, hasta el punto que el linchamiento no sólo fue tolerado, sino que también por mucho tiempo llegó a ser una verdadera herramienta de justicia utilizada y sugerida por el Gobierno y la Policía. Los Black Codes y más adelante las Leyes Jim Crow (véase anexo) son un ejemplo evidente y emblemático del sentimiento racista popular: la historia habla ampliamente con respecto a los afroamericanos, che sin duda fueron afectados por el sistema legislativo americano.

El gran público sabe poco de iguales (y en ciertos aspectos superiores) discriminaciones de América contra los emigrantes chinos, inicialmente reclutados como trabajadores “de bajo coste” y utilizados para trabajos más arduos y mal pagados durante el periodo que va desde el Boom de la Fiebre de Oro (1848) hasta el 1880.

EN este libro no voy a trazar la historia completa de la problemática relación entre América y China, un discurso largo y ambiguo que puede dar lugar a varias interpretaciones. Estoy convencida de que la aclaración se encuentre en la simplicidad de la expresión y en la exposición de los hechos inexpugnables que en cierto modo pueden hablar por sí mismos. Por esto he elegido dos páginas oscuras de la historia americana del que se habla poco, pero de manera ejemplar: la historia del linchamiento más atroz de todos los tiempos y la tragedia de las pequeñas esclavas chinas, dos eventos desconocidos terminados en el olvido que marcan con la sangre, aún más que el genocidio de los Nativos, el libro negro de la historia americana.

Es un periodo extremadamente delicado para América, que llena de ferrocarriles todo el territorio y que al mismo tiempo descubre los yacimientos mineros que lo enriquecerán. Despejado el campo de los Nativos, que estaban hambrientos u ocupados en las consecuencias de las Guerras Indígenas, el Nuevo Continente necesita ser reconstruido, y mediante Yankies. Si en los Estados del Sur, la esclavitud comenzaba a temblar con el impulso de la ideología (y política) del Abolicionismo, en el Norte el número de los trabajadores con el deseo de enfrentar los agotadores turnos de trabajo impuestos por las Compañías eran muy pocos. La verdadera oleada de inmigración, aquella que traerá millones de ciudadanos de todo el mundo a desembarcar en América, atraídos por el espejismo de una hipotética riqueza, tendrá lugar más tarde, a principios del nuevo siglo. El Nuevo Continente, por lo tanto, a mediados del 1800, carece de aquella mano de obra indispensable para dar el salto de calidad que lo coloque en una posición dominante con respecto a Europa. Es cierto que la fiebre de oro atrajo en el lugar cientos de miles de alucinados estimulando el crecimiento de las ferrovías y de la importación-exportación, pero de inmediato fue evidente que se trataba de un fenómeno temporal que habría acabado junto con los movimientos preciosos, como efectivamente sucedió. Cientos de ciudades edificadas en la arena no estaban destinadas a durar y los buscadores del oro eran trabajadores incansables, ciertamente… para ellos mismos. Acumulado el botín, volvían a sus casas, a Europa, un nido “civilizado” con respecto a la rugosidad y al peligro de la vida americana. Prohibida la esclavitud oficial los Estados del Norte se encontraron por lo tanto con la necesidad de volver a la servidumbre, importando carne fresca para ser utilizada a tal fin.


Miles y miles de chinos fueron empleados, a partir de 1848, por las compañías ferroviarias que los utilizaban como trabajadores inexpertos y por lo tanto mal pagados. Se trataba en general de trabajadores agrícolas que emigraban para salvarse del hambre y de la peste que conmovía a China en aquel periodo. Se adaptaban a sobrevivir con lo poco y a dormir en medio del desierto o de las praderas con tal de ganar los pocos cents que mandaban a la familia, en China. Trabajadores chinos en las north railroads en 1850


Miles y miles de chinos fueron empleados, a partir de 1848, por las compañías ferroviarias que los utilizaban como trabajadores inexpertos y por lo tanto mal pagados. Se trataba en general de trabajadores agrícolas que emigraban para salvarse del hambre y de la peste que conmovía a China en aquel periodo. Se adaptaban a sobrevivir con lo poco y a dormir en medio del desierto o de las praderas con tal de ganar los pocos cents que mandaban a la familia, en China.

¿Pero desde dónde? Se pensó de inmediato en Asia y especialmente en China que estaba viviendo un periodo extremadamente problemático con la caída de la dinastía Qing. Disturbios internos, guerras y revueltas impulsaban a los chinos a huir de su patria ya desolada por el hambre y por las enfermedades; dirigirse hacia América fue solo por casualidad y no por elección. Las fronteras hacia Asia muchas veces estaban cerradas o estaban controladas por Inglaterra en la famosa Guerra del Opio, la que tuvo lugar entre 1839 y 1842 y que coincidió con la oleada de inmigración de los chinos hacia América.

Los datos hablan claramente: entre 1820 y 1840 se registran en total 11 emigrantes Chinos en los Estados del Norte. En 1848 el número sube a 2 millones y aumenta trágicamente de 14 millones entre 1853 y 1873 pero esta vez… precisamente por culpa de los Americanos. Durante la primera Inmigración se descubrió que los trabajadores Chinos eran verdaderamente una gran ayuda para la economía Americana. Se los describe como “incansables, sin pretensiones, y capaces de vivir con poco”. Con un sueldo de 2 dólares los Chinos eran capaces de sobrevivir… con 40 céntimos, de los cuales la mitad era para la familia en China. Otro punto a favor: el Chino emigraba solo, sin la familia a las espaldas y sin problemas en la cabeza, ahorrando lo máximo posible. Además, los siglos de la Dinastía Imperial los había forjado a la completa obediencia y a una plena sumisión hacia el Amo. En fin, el esclavo perfecto. Y América lo utilizó al máximo. Al principio los Chinos formaron una comunidad aparte que se utilizaba para los servicios de lavandería o como trabajadores no calificados para la construcción de las ferrovías. Más tarde, desde el 1848 al 1860, las Compañías Mineras comenzaron a pedirlos codiciosamente porque, a diferencia de los otros, los Chinos aceptaban trabajos pesados y peligrosos y sus medidas…pequeñas les permitían meterse en túneles estrechos donde podía entrar solo un niño. Colocar cargas de dinamitas o apuntalar desde dentro los peligrosos techos de los túneles llegó a ser cotidiano. Muchos morían, paciencia. Pero por esto se necesitaban más, muchos más. Y dado que la oleada de la inmigración parecía acabarse, el Gobierno pensó en reclutar un buen número llegando a un acuerdo con China. En 1868 se redactó por lo tanto el Tratado de Burlingame, una de las maniobras más desleales y detestables de América para obtener mano de obra a costa de los demás. En el papel se lee que el tratado estipula

el derecho inalienable del hombre de cambiar de casa y de alianza y la mutua ventaja de la libre expansión e inmigración de sus ciudadanos por CURIOSIDAD, COMERCIO o como RESIDENTES PERMANENTES, garantizándoles, asimismo los mismos derechos, privilegios e inmunidad de los otros residentes protegiéndolos de los hechos de EXPLOTACIÓN, DISCRIMINACIÓN y VIOLENCIA.


Uno de los trabajos más humildes en China era el del portador de rickshaw. Como veis en esta foto se trataba de hombres jóvenes envejecidos antes de tiempo que se ganaban la vida haciendo la parte del “caballo”. Mendigos, descalzos, con un bol de arroz al día, aceptaban hacer este trabajo humilde en China por necesidad. De hecho, los callejones Chinos muchas veces eran estrechos al más puro estilo medieval, y no permitían la entrada a un caballo. Se utilizaban por lo tanto servicios o esclavos que por 10 horas al día transportaban a toda prisa los Amos desde una parte de la ciudad a otra. La mayor parte de ellos morían de infarto antes de los 35 años .


Se trató básicamente de un verdadero y propio comercio con la cual China fue forzada a soportar por Inglaterra la introducción del opio de las Indias en el propio territorio. Efectivamente, toda la ideología plurimilenaria del Imperialismo Chino se basa en la negación de extender las fronteras al extranjero, al cual le es concedido viajar y comercializar (no siempre) en todo el territorio. La idea de involucrarse con el Occidente, tanto culturalmente como prácticamente, había sido una cosa impensable para China que había puesto vetos inflexibles a la emigración nacional, prefiriendo los sistemas crueles de control demográfico que la pérdida regulada sus súbditos. Las razones no eran solo políticas y hegemónicas sino constitucionalmente religiosas: el Occidente era considerado el receptáculo de la perdición y culturalmente anticuado por el Coloso que desde siempre dominaba Asia.

 

Fue entonces únicamente la debilidad interna y la interferencia Europea que la condujo a firmar dicho tratado, que en realidad “liquidaba” el propio patrimonio de carne humana entregándolo en manos enemigas. UN tratado que se profesa bilateral pero que prácticamente obligó a millones de Chinos, por las buenas o por las malas, a emigrar hacia América.

Del reclutamiento forzoso se ocupó en primer lugar China que elaboró listas y listas de los “elegidos”; más tarde muchos fueron “secuestrados” o “desaparecieron” quizás a comisión. Se trataba claramente de jóvenes en buena salud que eran separados de sus familias que se quedaban en China como “rehenes”, como garantía de la buena conducta del individuo. Una amenaza oculta que llegaba de manera clara a la mente de los inmigrados y que explica su actitud servil y sumisa. De ahí a la constitución en América de una Mafia China, que controlaba los tráficos humanos por una agobiada petición de China, el paso es breve. Utilizando los males sufridos esta Mafia introdujo el opio, los esclavos y la prostitución gestionándolos finalmente a cargo de los Estados Unidos. Es como decir “todo lo que haces, vuelve”. Al final les costó a todos, sin excepción, aunque en dejar la piel fueron los más débiles, empezando por los pobres ex campesinos, obligados a trabajar 15 horas al día en condiciones inhumanas costándoles la vida, y las pequeñas esclavas que a los 7 años comenzaban su pobre existencia de prostituta que morían antes de los 20.

Más allá de cualquier provisión los Chinos se mostraron extremadamente eficientes, tanto que en 1880 sus actividades se difundían ampliamente e impulsaban la economía Americana: su comercio era próspero y, al igual que hoy, eran capaces de ofrecer precios sin duda competitivos. Los objetos Chinos estaban de moda, y así sus especias, la ropa, los perfumes. Gracias a la Mafia podían vender fruta y verdura, también más allá del océano, a precios muy bajos y sus habilidades se expandían en cada sector, desde la artesanía hasta la fabricación e incluso el servicio privado. Frustraron los planes de los circos ambulantes, inventándose acrobacias espectaculares imposibles de realizar por los musculosos atletas americanos, acostumbrados a utilizar animales con gastos claramente superiores.

Como trabajadores eran impecables y no hacían complot con aquellas ideas liberales que rondaban alrededor de 1800, aquellas medias pretensiones de reducción del horario de trabajo y de condiciones de vida más dignas. Sobretodo costaban la mitad y por eso sustituían a sus compañeros Europeos, con hijos a cargo, que mostraban los dientes y se quejaban con aquellos que “les robaba el trabajo”.


La historia de las pequeñas esclavas secuestradas a las familias, generalmente campesinas, para ser enviadas a América como prostitutas inicia en 1865. Fue la Mafia China, con acuerdos directos con el gobierno Chino, en establecer y mantener en América con el fin de evitar “mezclas” entre Chinos y Americanos. Más tarde se extendió a los yankiees, que podían gozar de una niña China en adecuadas partes de atrás de los negocios por unas monedas. A diferencia de los compatriotas hombres, que después de una docena de años de duro trabajo podían volver a su tierra, las esclavas Chinas morían en América sin haber vuelto a ver el sol. Vivian en una completa separación con el exterior, en celdas aisladas, cuidadas por una comadrona que a veces las ayudaba a parir o a librarse de los varios hijos ilegítimos. Salían de sus celdas por muerte después de haberse unido con miles de hombres. La mafia se libraba de ellas haciéndolas caer por la noche en el rio o cimentándolas bajo tierra. Aquí una joven mujer de Hong Kong con vestidos tradicionales en 1860.


Ahora, mientras estos males afectaban a otros Inmigrantes, generalmente Europeos, nadie decía nada; que se maten entre ellos, el precio bajo era una suerte para los empleadores.

Pero cuando este fenómeno estalló entre los comerciantes y trabajadores de “pura raza Americana” comenzaron los problemas.

Desde el 1850 los Chinos se habían juntado en un área de la vieja Portsmouth Square, una de las primeras en establecerse durante la fiebre de oro. Allí habían iniciado actividades de lavandería independientes (un trabajo “sucio” que ninguno en esa época, ni la peor lavandera quería hacer) agregándose rápidamente otras como floristería, venta al por menor de verdura y fruta, comercio de arroz y emporios para satisfacer las necesidades cotidianas de una ciudad en crecimiento. En dos años el área, antes llamada “Pequeña Canton” se había extendido sobremanera y proponía 33 negocios con venta al por menor, 15 herboristerías/farmacias y cinco restaurantes. Toda la zona China estaba en pleno desarrollo y era apreciada por las Autoridades Locales, que a menudo la alababan públicamente presentándola como un modelo de diligencia y laboriosidad. Con el apoyo los Chinos cambiaron el nombre del área originaria en ChinaTown, y para muchos de ellos era como sentirse en casa. Para alegrar las horas calientes de los desesperados en busca de la fortuna la comunidad China erigió también un Teatro que albergaba compañías ambulantes y, poco a poco la pequeña ciudad se convirtió en un centro recreativo con la ambición de ser la nueva San Francisco. En realidad, el nombre fue acuñado por la prensa, para ejemplificar un concepto demasiado simple, pero después América vio o quiso ver en este gesto un acto de arrogancia que rechazará duramente la comunidad China.

En pocos años Chinatown creció, convirtiéndose en símbolo de una ciudad en la ciudad y de un pueblo que crecía dentro de otro pueblo. De las doce casas de madera ahumada de los primeros años quedó solo un recuerdo: en 1880 toda el área se convirtió en un barrio elegante que albergaba 22.000 personas (básicamente solo hombres), con salas de juego y casas de opio donde los ricos Americanos y los enamorados afligidos podían olvidarse de sus penas. Un modo colorido donde las raíces chinas estaban de moda, induciendo a las familias burgueses Americanas y Europeas de concederse el lujo de las porcelanas y de los espejos Chinos, sus especias e incluso sus adornos “amateurs”. En fin, un crecimiento evidente que minó en el mismo Gobierno de los Estados Unidos el terror de un futuro capitalismo Chino de hacer sacudir el capitalismo Americano cuestionando también la moralidad de las costumbres. El “ peligro amarillo” invadió América, que vivía una difícil situación histórica inmediatamente después de las Guerras de Secesión; la desestabilización económica del Sur, las corrientes políticas que se alternaban, el hambre de cambiar y la obsesión del dominio total sobre Europa produjeron un efecto dominó sin duda devastador. Gran parte de la población Americana se vio afectada negativamente por las consecuencias de la “restauración” del Sistema, que había condenado millones de familias a pasar hambre. Los comerciantes cerraban los negocios y los inmigrantes morían por el frio de las calles o eran masacrados por la multitud porque eran pillados robando en los negocios. Las cárceles estaban repletas y la batalla por la sobrevivencia adoptó la forma de las antiguas guerras de carácter Europeo. Lo que prosperaba era la Mafia: en primer lugar, la Irlandesa que aun así funcionaba “como complemento” de la Mafia del Estado imponiendo a sus “protegidos” la obligación de voto forzoso en las elecciones y que apoyaba las actividades clandestinas Americanas relacionadas con el alcohol y la droga.


Aquí está la primera Chinatown en 1860. Se trataba de pocas casas de madera, alguna tienda y pequeñas cosas relacionadas con la vida cotidiana. Pero en menos de 30 años el barrio cambió completamente, convirtiéndose en un punto de referencia de las noches locas de los ricos Americanos.


El peligro amarillo era una directa consecuencia del comportamiento de los Americanos, que había explotado sus esclavos hasta el punto de estar abrumado. Contrariamente al Afro-Americano, que por mentalidad y cultura se había integrado con su enemigo aprovechando y utilizando los puntos funcionales, el Chino-Americano expresaba únicamente la propia naturaleza Imperialista, dominada por el sentido del deber, por el del honor y por un exacerbado sentimiento de redención. Adaptándose a las peores condiciones de vida el Chino-Americano aspiraba a la mejoría de la propia existencia y a aquel ascenso social que le habría permitido de situarse al mismo nivel que el de sus amos.

Era una sensación innata, consecuencia de los milenios de historia que no podían ser borrados con la “deportación” a un País extranjero, pero que al contrario era sublimado por la castidad forzada, por la soledad y por los abusos sociales. Detrás de aquella sonrisa indeleble el pueblo Chino escondía una fuerza trágica y una tenacidad impresionante. Su lema era: “sobrevivir a toda costa, y prosperar” .

Podría hablar horas y horas discutiendo sobre la diferencia entre inteligencia y astucia sin llegar a una conclusión. En realidad, existen actitudes incorrectas que si bien producen una ventaja efectiva a corto plazo luego resultan perjudiciales y negativos en el tiempo. Si a esto le agregamos una motivación egoísta y las modalidades indiferentes al mal que se procura, obtenemos un inevitablemente un daño con efecto boomerang, que tarde o temprano se volverá en contra. Si, por último, la naturaleza de nuestra víctima no se entrega a perdone fáciles así es como el eco de nuestro trabajo se alargará sobremanera, con resultados sin duda destructivos. Esto, en pocas palabras, fue la relación entre América e Inmigrantes Chinos. Y he aquí, el motivo por el cual, una vez comprendido el posible mecanismo causa-efecto, toda América gritó al “ peligro amarillo ”.


He aquí la misma Chinatown en aquella ciudad de San Francisco en 1906


En aquel alboroto que fue durante el trienio 1880-1882 encontrar el chivo expiatorio resultó bastante fácil: como era de esperar, los Chinos fueron acusados de competición desleal, robo de trabajo y de rivalidad social. Sobre la base de una primera Ley racial de 1861 que prohibía a los Orientales malamente definidos “Chinos” o “mongoles” de casarse con blancos (cosa que los mismos Chinos aborrecían) se aprobaron otras leyes que reducían cada vez más el campo de los derechos humanos y jurídicos. A pesar del Civil Right Acts de 1866 que establecía que “ todos los ciudadanos de cada raza y color nacidos en América gozaban plenamente de la ciudadanía Americana” los Legisladores descartaron de este derecho a los Chinos, basándose en un sutil juego jurídico por la cual no era posible clasificar un oriental según un estándar fijo. La ley de 1875, efectivamente, definía la diferencia entre un “blanco y un Afro-Americano” otorgándoles a ellos y a sus descendientes nacidos en América igualdad de derechos. Sin embargo, esta ley no era capaz de crear una separación notable entre “blanco y amarillo”, porque los Orientales presentaban también una cromaticidad más heterogénea que los Africanos y menos rasgos faciales destacados. Esta ley se limitaba a clasificarlos como “no blancos” y por esto, excluibles del derecho de ciudadanía. Por lo tanto, cualquier Chino naturalizado Americano seguía siendo al fin y al cabo un extranjero.


Para los Chinos, no etiquetados morfológicamente como raza inferior, dado que carecen de aquellas características que se encontraban en los Afro-Americanos, fue creada un desde cero una sub raza refrescando e incluso manipulando los viejos conceptos de Darwin. Nació así la raza de los Coolies que relacionaba no solo a Chinos y Mongoles sino también Indios (de India) y otras etnias.

 

Otras leyes anteriormente habían limitado los derechos de los Asiáticos en América, en particular a los Chinos. Por ejemplo, en 1858 California había promulgado una Ley que prohibía a los Chinos el acceso a las carreras estatales. Una vez más, en 1879, California aprobó una Constitución nueva según la cual el Gobierno se apoderaba del derecho absoluto en determinar los requisitos fundamentales para la permanencia en el Estado: aferrándose una vez más a la sutileza de la indeterminación de la raza, el Gobierno negó el derecho de permanencia a los Chinos expulsando de su territorio a los residentes. Pero, anteriormente, en 1875 el Congreso había bloqueado por 10 años la inmigración de los trabajadores Chinos y de las prostitutas Chinas, con el fin oficial de frenar la mafia y restaurar el territorio Americano. Para ser breve entre 1856 y 1880 treinta Leyes diferentes limitaron o negaron los derechos fundamentales de los Chinos en territorio Americano infringiendo los acuerdos del famoso Tratado de Burlingame, sin que ni la prensa ni mucho menos la opinión publica pudiesen dudar. El malhumor generado por la crisis económica había abierto una brecha entre América y los inmigrantes Chinos, cuyas actividades continuaban a florecer y a extenderse. Atacados por el Gobierno y por la multitud, encerrados en su propia comunidad, aferrados a sus costumbres tradicionales y despectivos de la mezcla con los blancos se convirtieron muy rápido en la victima expiatoria ideal. Soportando con valentía las amenazas, los saqueos y las destrucciones de sus negocios, el corte de la coleta en público, las burlas y por últimos las primeras advertencias de linchamiento que seguirían, los Chinos continuaban su trabajo silencioso, conscientes de estar pisando un terreno peligroso. La situación degeneró lentamente de manera inexorables hasta el 1871, año en que fueron protagonistas del más grande linchamiento de masa en la historia de los Estados Unidos, tristemente más conocido como “ La Masacre China de Los Ángeles ”.

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