Novela del casamiento engañoso

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Novela del casamiento engañoso
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NOVELA DEL CASAMIENTO ENGAÑOSO

COLECCIÓN

RELATO LICENCIADO VIDRIERA

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL

Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial


INTRODUCCIÓN

Acaso resulta posible hablar del Casamiento engañoso sin aludir al magistral Coloquio de los perros, una de las creaciones cervantinas más celebradas. La ecuación no opera a la inversa, no obstante. Probablemente tenga que ver la breve extensión de la primera, o que carece de un final —o, cuando menos, de esa fórmula estereotipadamente feliz a la que el lector ya estaba predispuesto por las novelas precedentes—;1 o tal vez sólo devenga de la estupenda ejecución de un experimento literario en el que dos canes, dotados con el “divino don del habla”, son capaces de conjeturar y emitir los juicios humanos y sociales más mordaces.2

La interrelación de estas dos novelas cortas, las últimas de las Ejemplares de Miguel de Cervantes que integran la docena, publicada por vez primera en Madrid por Juan de la Cuesta en el año 1613, no representa misterio alguno: el diálogo entre Cipión y Berganza, los perros Mahúdes, es in­troducido por los mismos protagonistas en las últimas líneas del Casamiento y, por tanto, no cabe la menor duda de que la conversación perruna es su continuación. Es esta la razón por la que es común encontrarlas editadas y estudiadas como un conjunto, partiendo de ellas —no sin tino— como una unidad, pero lo cierto es que la oncena de las Novelas cervantinas está lejos de ser sólo un accesorio de El coloquio de los perros.

De entrambas, esta última ha sido la más favorecida por parte de la crítica de distintos tiempos. Para Francisco Rico, a quien debemos el “mejor de todos los Quijotes publicados hasta la fecha”,3 el “Coloquio, enmarcado en la historia del Casamiento engañoso, es quizá la más compleja y rica de las Novelas ejemplares, a las que no en balde sirve de conclusión y en cierto modo recapitula”.4 Efectivamente, pudiera vérsele como un mero marco introductorio: en la escena final de la Novela del casamiento engañoso se describe cómo el alférez Campuzano facilita a su amigo, el licenciado Peralta, un manuscrito en el cual registró un diálogo entablado entre un par de canes que escuchó una noche dada y cómo “las cosas de que trataron fueron grandes y diferentes, y más para ser tratadas por varones sabios que para ser dichas por bocas de perros”. Como veremos, Peralta patentizará su incredulidad y Campuzano no escatimará en defenderse:

…muchas veces después que los oí, yo mismo no he querido dar crédito a mí mismo, y he querido tener por cosa soñada lo que realmente estando despierto con todos mis cinco sentidos, tales cuales Nuestro Señor fue servido de dármelos, oí, escuché, noté y finalmente escribí, sin faltar palabra, por su concierto; de donde se puede tomar indicio bastante que mueva y persuada a creer esta verdad que digo.

Y, al final, procederá a leerlo; le dice: “no se canse más en persuadirme que oyó hablar a los perros, de muy buena gana oiré ese coloquio, que por ser escrito y notado del bueno ingenio del señor alférez ya le juzgo por bueno” —nótese el dejo de ironía—. Con la lectura de este personaje es justamente que arranca la última de las Ejemplares: “Recostose el alférez, abrió el licenciado el cartapacio, y en el prin­cipio vio que estaba puesto este título: Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza…

Machacar más la evidente conexión entre los dos relatos cervantinos saldría sobrando tanto como adentrarnos en los pormenores del jugoso intercambio de ideas entre los grandilocuentes perros —siempre será mejor enfrentarse de primera mano al texto cervantino; a cualquier texto, valga la verdad de Perogrullo—. Máxime porque mi intención aquí, humilde de por sí, es hacer hincapié en que merece la pena detenernos a valorar las dos obras en su individualidad, pues la Novela del casamiento engañoso es mucho más que un dilatado preámbulo del Coloquio.

La penúltima de las Ejemplares de Cervantes, el mismo genio creativo que se jactó, y con razón, de haber sido el primero en novelar en lengua castellana,5 es, en un primer plano narrativo, la historia de un soldado, convaleciente de sífilis, conversando con un amigo; éste le cuenta de una jugarreta que le ha gastado la vida, así como le brinda pinceladas de un suceso que, de tan extraordinario —pues “si no es por milagro, no pueden hablar los animales”—, se decidió a dejar por escrito. De uno de estos dos ejes sobre los cuales gira su plática, se abre un segundo nivel narrativo pues se inserta una historia dentro de otra; a saber: la anécdota de la burla de la que fue víctima, al desposarse con “una mujer que escogí por mía, que non debiera”. Estamos, pues, frente a una obra de complejidad narratológica, y tan bien condensada, de la cual descenderá el monumental Coloquio. Y pensemos, de nuevo, en la esencia innovadora de la pluma cervantina,6 que se explayó en un terreno fértil.7

En suma, está ese final abierto al que aludí arriba. La Novela del casamiento permanecerá inconclusa hasta que Peralta llegue al punto final de la Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza… Solo entonces, atestiguando primeramente el desenlace de la historia de los canes, se cerrará la penúltima de las Novelas ejemplares y, por ende, se cerrará la docena de relatos cervantinos.

Las últimas líneas de la colección de 1613 versan —y habrán de disculparme la contradicción, pues dije que ya no repasaría el diálogo de los perros Mahúdes aquí, pero es meritoria la excepción—:

—A lo que dijo el licenciado:

—Señor alférez, no volvamos más a esa disputa. Yo alcanzo el artificio del coloquio y la invención, y basta. Vámonos al Espolón a recrear los ojos del cuerpo, pues ya he recreado los del entendimiento.

—Vamos —dijo el alférez. Y con esto se fueron.

fin.

Ante los ojos de un lector contemporáneo, esta escena podría caber incluso bajo el paraguas del teatro del absurdo. Subrayo: este es el pasaje final de la decimosegunda Ejemplar cervantina —vaya, nada más contundente que un fin, como consta en la edición príncipe, aunque en ocasiones se omita—, mas no hay que confundirnos, pues éste no es el final del Coloquio. No, éste concluye cuando Peralta enuncia la última entrada de Berganza (“Sea ansí, y mira que acudas a este mismo puesto”), y el innominado narrador describe que el personaje terminó su lectura al mismo tiempo en que despertó su interlocutor (“El acabar el coloquio el licenciado y el despertar el alférez fue todo a un tiempo”). Por esta razón es acertado decir que el pasaje arriba citado, aunque incluido en el duodécimo relato cervantino, es más bien el cierre de su precedente, la Novela del casamiento engañoso, y que, puesto que no lo encontrará aquí el lector, resultaba imprescindible reproducirlo.

Ahora bien, hago alusión a un cierre en el sentido que propone Kunz [1997] en su análisis de los distintos procedimientos de finales novelescos, es decir, al remate literal de un texto, ya que el intercambio de reflexiones y pareceres entre Cipión y Berganza acaba y se regresa al entramado de la penúltima de las Ejemplares. Mas, si se mira con atención, no será ahí que el lector encuentre propiamente un de­sen­lace redondo y total —esto a nivel de la trama, para continuar con la propuesta terminológica del teórico—; pero es que tampoco lo encontrará para la undécima novela ni las Novelas cervantinas como un conjunto. Recurro a las palabras de Riley [1992: 698], pues expresa mejor la interpretación del pasaje: “Éste no solamente es el fin de la discusión, de la historia y del texto, sino que lo es también del narrador y autor (unidas en la figura de Campuzano) y del oyente/lector (la figura de Peralta). Se marchan. Salen fuera del marco, dejándolo abierto y vacío”. Si fuera una obra de Beckett, en ese momento se bajaría el telón. Pero, como dicen, “sobre aviso no hay engaño”. ¿Acaso no nos lo había advertido ya su propio autor en el Prólogo al lector?

Heles dado nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso; y si no fuera por no alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría sacar, así de todas juntas, como de cada una de por sí. Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse…8

En otras palabras, Cervantes deja al lector la última palabra; le da la oportunidad de descifrar las novelas que le ofrece, hasta donde cada uno pueda llegar, viéndolas de manera individual o apreciándolas todas juntas. Esto va de la mano del afán didáctico del autor del Quijote, que ciertamente responde al conocido precepto horaciano de deleitar aprovechando, y nace desde sus dos facetas, tanto de creador como teórico literario. Williamson [1989: 185], otro renombrado cervantista, incluso apunta que “los textos que mejor revelan el pensamiento de Cervantes sobre esta cuestión son el ‘Prólogo al lector’ de las Novelas ejemplares y las dos novelas entrelazadas El casamiento engañoso y El coloquio de los perros”.

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