Orso

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Из серии: Doce uvas #45
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HENRYK SIENKIEWICZ

Orso

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2021 HENRYK SIENKIEWICZ

© 2021 by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Esta obra ha sido publicada en colaboración con la Fundación Lázaro Galdiano, F. S. P.


Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5394-5

ISBN (versión digital): 978-84-321-5395-2

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

NOTA DEL EDITOR

ORSO

AUTOR

NOTA DEL EDITOR

HENRYK SIENKIEWICZ es el primer escritor de Europa Oriental que recibe el premio Nobel, y el quinto en la historia del galardón, en 1905. Nace en Polonia el 5 de mayo de 1846. Con 23 años comienza a trabajar como periodista. Tras unos años en Estados Unidos, como enviado especial, es nombrado director del periódico conservador Slowo, en 1882. Fundará también su propio periódico, tres años más tarde.

Dotado de una formidable capacidad de narrar, destacó también por su defensa de Polonia, por entonces bajo el dominio de los imperios vecinos. Al estallar la Primera Guerra Mundial, organiza en Suiza el comité para las víctimas polacas, junto con Paderewski. Sensible a los problemas sociales de los sectores más deprimidos, dedicó la parte más importante de su obra a dar a conocer la situación de injusticia y carestía en la que vivían sus conciudadanos polacos. Fallece el 15 de noviembre de 1916 en Suiza, y sus restos reposan en la Catedral de Varsovia.

Entre su producción literaria destaca su trilogía épica sobre la lucha polaca frente a las invasiones del siglo XVII (A sangre y fuego, El diluvio y El señor Wolodyjowski), escrita entre 1884 y 1888, y su novela Quo Vadis?, publicada en 1896, en la que relata los sufrimientos de los primeros cristianos durante el reinado de Nerón.

Sienkiewicz destaca también como escritor de relatos cortos. Buena parte de sus nueve cuentos (Orso, En busca del pan, El farero, Recuerdos de mariposa y Sachem) los ambienta en Norteamérica, pues allí trabajó como corresponsal. Se vislumbra en ellos una doble lectura sobre la situación política que sufre su Polonia natal, repartida entre tres imperios y sometida a un cambio cultural realizado a la fuerza. En el breve relato que aquí ofrecemos, Orso, parece comparar al indio norteamericano con el ciudadano polaco, despreciado por los imperios que le rodean, al considerarlo menos civilizado. Los indios aquí sufren la imposición cultural del hombre blanco, que viene de un país extraño. Orso sabe hacer solo una cosa en la vida: desempeñar su papel en el circo. Es lo único que le han enseñado. Su cultura india, la cultura de su raza, le es desconocida. Algo similar sucede entonces en Polonia, por el difícil acceso a la educación. Orso logra escapar de la violencia a la que está sometido y se refugia en la naturaleza de la que procede, donde podrá comenzar una nueva vida, por fin en libertad.

Esta edición, llevada a cabo en colaboración con la Biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid, ofrece la que, con toda probabilidad, constituye la primera traducción al castellano de esta obra de Sienkiewicz. El texto ha sido sometido a una mínima actualización, y contribuye también a dar a conocer al lector la valiosa labor de Lázaro Galdiano en favor de las letras españolas, tanto mediante su revista La España Moderna como con la editorial del mismo nombre.

EL EDITOR

ORSO

PARA LA VILLA ANAHEIM, en la California meridional, los últimos días del otoño son de fiesta y alegría: la vendimia ha terminado, y la villa, llena de trabajadores, presenta un aspecto tan pintoresco que no puede ser fácilmente retratado ni siquiera por un pintor. Mexicanos e indios de la raza cahuilla bajan de los montes de San Bernardo, situados en el corazón de aquella comarca, para ganarse un pedazo de pan. Tanto los unos como los otros se establecen en las plazas, donde pernoctan en las tiendas o al raso, bajo el cielo de California.

Anaheim es un bello lugar que se alza entre eucaliptus, ricinos y pimenteros; y cuando en él repercuten los alegres ecos de las fiestas y de la feria, ofrece un contraste extraño con la apacible y triste calma del desierto, que comienza muy cerca, inmediatamente después de las viñas, para perderse allá lejos, en el espacio infinito.

Por la tarde, cuando el sol declina esparciendo haces de luz sobre las olas del mar y por el cielo enrojecido, mientras revolotean los patos y pelícanos salvajes, y las cigüeñas regresan en bandadas a las montañas, se encienden las hogueras y empieza el griterío.

Los negros cantan, acompañándose con los timbales; se oyen redobles de tambores en torno a las fogatas; los mexicanos bailan el bolero sobre alfombras extendidas, y los indios, sujetando cañitas blancas entre los dientes, tratan de imitar el movimiento, entre gritos y alboroto.

Las hogueras, alimentadas por la leña, esparcen por el aire, entre alegres chisporroteos, vivas llamaradas que iluminan con reflejos dorados los rostros de los que reclaman con insistencia su puesto en la fiesta: alrededor se sientan los colonos con sus hijos y sus mujeres, y contemplan el baile y la alegría.

Pero cuando la fiesta alcanza su mayor intensidad es el día en que, bajo los pies del indio, es triturado el último grano de uva. Llega entonces el circo del señor Hirsch, de Los Ángeles, alemán de nacimiento, con su gran patrimonio de monos, jaguares y leones, y dueño también de un elefante y de algún viejo papagayo venido a menos por el estrago de los años (The greatest attraction of the World!).

Los habitantes de Cahuilla no son avaros, y se desprenden con gusto de la última moneda que se libró de convertirse en vino. Y lo hacen no para admirar algún animal salvaje, que pueden contemplar en libertad en sus desiertos, sino para aplaudir a los artistas, un atleta y dos payasos, y a todas las demás maravillas del circo, que son consideradas por los indios como prodigios de magia realizados por los espíritus, algo propio de seres sobrenaturales.

La llegada del circo hace que acudan no solo los habitantes de las colonias y haciendas próximas, sino también los de ciudades limítrofes como Westmister, Orange y Los Nietos, que se reúnen con ese motivo en Anaheim.

En tales ocasiones, la calle de Pomeranza es un continuo ir y venir de vehículos grandes y pequeños, e incluso resulta imposible caminar a pie. Las jóvenes y graciosas misses pasan en carruaje, riendo y charlando, al galope de sus caballos. Las señoritas1 españolas lanzan miradas apasionadas a través de sus velillos, mientras que las señoras de las comarcas vecinas circulan orgullosamente del brazo de sus maridos, bronceados por el sol, cuyo único adorno consiste en su cabello peinado y sus camisetas de lana sujetas con broches de metal, sin corbata.

Toda esta gente se saluda al pasar con frases corteses, y después, si alguien es very fashionable, se le mira de reojo y se le critica recíprocamente.

Entre los carruajes de las señoras, engalanados con flores, circulan a caballo jóvenes de cabellos largos que, desde lo alto de sus sillas mexicanas, dirigen ojeadas a las muchachas. Los caballos, medio salvajes todavía, avanzan entre aquella insólita batahola y resoplan, con sus narices dilatadas, tratando de abrirse paso. Pero la firme mano del jinete los contiene sin gran esfuerzo, y refrena sus impaciencias.

Todos hablan de la greatest attraction y del programa del espectáculo, que ha de aventajar en lujo y amenidad a todas las anteriores representaciones; innumerables prospectos anuncian verdaderas maravillas. «El director Hirsch en persona, provisto únicamente de su látigo, se defenderá de los ataques del más fiero león del Sahara; pero ese látigo, en manos del gran domador, pinchará como hoja de acero, brillará como una antorcha y, retumbando como el trueno, dominará a la bestia enfurecida, que habrá de someterse dócilmente a la voluntad de su amo». No es esto todo. «Un joven de dieciséis años, llamado Orso, el Hércules americano, hijo de un blanco y de una india, llevará seis hombres, tres en cada brazo, y la dirección concederá un premio de cien dólares a quien logre vencerle en la lucha, sea blanco o sea negro».

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