Rebelión en la granja

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Rebelión en la granja
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Título del original inglés:





Animal Farm. A Fairy Story.






Viento Joven





ISBN edición impresa: 978-956-12-3013-2.



ISBN edición digital: 978-956-12-3545-8.



40ª edición: octubre 2020.






Obras Escogidas





I.S.B.N.: 978-956-12-3144-3.



41ª edición: octubre 2020.






Ilustración de portada de





Collage de Juan Manuel Neira en base a imágenes de

www.shutterstock.com




Editora General:

 Camila Domínguez Ureta.



Editora Asistente:

 Camila Bralic Muñoz.



Director de Arte:

 Juan Manuel Neira Lorca.



Diseñadora:

 Mirela Tomicic Petric.




© 2003 por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.



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El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.




Índice





Palabras preliminares








 Capítulo 1








 Capítulo 2








 Capítulo 3








 Capítulo 4








 Capítulo 5








 Capítulo 6








 Capítulo 7








 Capítulo 8








 Capítulo 9








 Capítulo 10







Palabras preliminares











George Orwell



El escritor británico George Orwell, seudónimo de Eric Arhtur Blair, nació en Motihari, India, en 1903. De familia pobre, gracias a una beca pudo hacer sus estudios en Inglaterra, en el Eton College.



En 1922 ingresó al cuerpo de Policía Imperial de la India y fue destinado a Birmania, donde prestó sus servicios hasta 1927. En este último año regresó a Inglaterra. Orwell había decidido ser escritor a pesar de su mala salud y de su falta de recursos económicos. Durante varios años intentó subsistir como tal en medio de la pobreza y de la falta de éxito, primero en París y luego en Londres.



En 1933 publica su primer libro: Sin un centavo en París y Londres, en el que basado en sus experiencias narra las míseras condiciones en que viven las personas sin hogar. Al año siguiente publica la novela Días en Birmania, obra nuevamente autobiográfica, en la que ataca apasionadamente al imperialismo inglés. A esta altura, Orwell es ya un escritor comprometido con la causa de los pobres y de los contrarios al colonialismo de los países poderosos de su época.



En su segunda novela, La hija del Reverendo (1935), el escritor no abandona su vena amarga y narra la historia de una desdichada solterona que termina viviendo en el campo para paliar sus angustias.



Cuando estalla la Guerra Civil en España, en 1936, Orwell se traslada a ese país, donde permanecerá dos años. Allí se engancha en las milicias del P.O.U.M., al lado de los republicanos. De esta experiencia nace su libro Homenaje a Cataluña (1938). En éste el escritor reflexiona con serenidad sobre la falta de unidad de las izquierdas y da a conocer sus ideas, que ya no abandonará, acerca de la responsabilidad que le cupo a la Unión Soviética y al Partido Comunista Español en el triunfo de los ejércitos del general Francisco Franco.



En su obra siguiente, El camino a Wigan Pier (1937), Orwell continúa al lado de los pobres y de los míseros, dando a conocer la vida de los mineros cesantes del norte de Inglaterra. Pero será su novela alegórica Rebelión en la granja (1945) la que lo consagrará como escritor. Tanto en ésta como en la novela satírica que le seguirá, titulada 1984 (1949), condenará a las sociedades totalitarias, especialmente a la traición de Stalin al espíritu de la Revolución Rusa iniciada en 1917. La implacable descripción de una sociedad en la que la máquina y el estado han triunfado sobre la individualidad de las personas, las cuales viven vigiladas por el «Gran Hermano», ha llegado ser un símbolo de los sistemas políticos que sacrifican al hombre por una ideología.



Debilitado por la tuberculosis, Orwell murió en Londres en enero de 1950. Póstumamente se editaron Disparando al elefante y otros ensayos (1950), considerado un modelo de prosa descriptiva, y Así fueron las alegrías (1953), recuerdos de sus años de estudiante pobre. Más tarde, en 1968, se publicaron en varios volúmenes sus Ensayos Completos (Periodismo y Cartas).





Capítulo 1



El señor Jones, propietario de la granja Señorial, cerró esa noche por fuera los gallineros pero, como estaba muy borracho, olvidó cerrar también las mamparas interiores. Luego, iluminado por el haz de luz de su farol que danzaba de lado a lado, caminó tambaleante por el patio, dejó tiradas sus botas frente a la puerta trasera, se sirvió un último vaso de cerveza del barril del lavadero, y subió finalmente a su cama, donde hacía rato que roncaba la señora Jones.



Tan pronto se apagó la luz del dormitorio, una gran agitación acompañada de un ruido de aleteos, se propagó por todas las edificaciones de la granja. Durante el día había corrido la voz que el anciano Mayor, un cerdo premiado de raza Middle White, había tenido un sueño extraño la noche anterior, y deseaba contárselo a los demás animales. Habían acordado que todos se reunirían en el establo principal, apenas se vieran libres de la presencia del señor Jones. El Viejo Mayor (así le llamaban siempre, aunque en el certamen fue presentado con el nombre de «Preciosidad de Willingdon»), era tan respetado en la granja, que todos estaban dispuestos a perder una hora de sueño con tal de oír lo que él tenía que decir.



En un extremo del enorme establo, en una especie de plataforma elevada, Mayor ya estaba acomodado en su cama de paja ubicada bajo un farol que pendía de una viga. Tenía doce años, y últimamente había engordado mucho, pero todavía era un cerdo imponente de aspecto sensato y bondadoso, a pesar de que nunca habían recortado sus colmillos. Muy pronto los demás animales comenzaron a llegar, y se fueron instalando según sus costumbres. Primero aparecieron los tres perros, Jacinta, Jazmín y Catete; luego los cerdos, que se arrellanaron en un montón de paja justo frente a la plataforma. Las gallinas se posaron en los alféizares de las ventanas, las palomas aletearon hacia las vigas y las ovejas y las vacas se tendieron detrás de los cerdos y comenzaron a rumiar.



Los dos caballos de tiro, Campeón y Hoja de Trébol, entraron juntos caminando muy lentamente y posando en el suelo con mucho cuidado sus grandes patas de largas crines, no fuera a ser que hubiese algún animal pequeño escondido entre la paja. Hoja de Trébol era una yegua robusta de aspecto maternal, cercana a la edad madura, la cual nunca había recuperado su esbeltez después del nacimiento de su cuarto potrillo. Campeón era un animal inmenso, de casi dieciocho palmos de alto y tan fuerte como dos caballos juntos. Parecía algo tontorrón a causa de una línea blanca que le recorría la nariz de arriba abajo, y en realidad, no poseía una inteligencia brillante. Sin embargo, era respetado por todos por su carácter formal y su gran capacidad de trabajo.



Detrás de los caballos aparecieron Muriel, la cabra color blanco y Benjamín, el burro. Benjamín era el animal más antiguo de la granja y el que tenía peor carácter. Hablaba poco y, cuando lo hacía, era generalmente para expresarse con cinismo. Por ejemplo, solía decir que Dios le había dado una cola para espantar las moscas, pero que habría preferido no tener cola y que no hubiesen existido las moscas. Era el único de los animales de la granja que jamás reía. Cuando se le preguntaba el porqué, su respuesta era que no veía nada que lo pudiera alegrar. Sin embargo, sin admitirlo abiertamente, sentía gran aprecio por Campeón. Generalmente los dos pasaban juntos los domingos en el pequeño potrero situado al otro lado del huerto, pastando uno al lado del otro y sin jamás pronunciar palabra.



Recién se habían echado los dos caballos cuando una nidada de patitos huérfanos, ingresó en fila establo adentro, piando despacito y yendo de un lado a otro en busca de un lugar donde no fueran a ser pisados. Hoja de Trébol construyó una especie de muro alrededor de ellos con su gran pata delantera; los patitos se acomodaron allí y muy pronto se quedaron dormidos.

 



En el último momento Mollie, la bonita y atolondrada yegua blanca que tiraba el coche del señor Jones, entró dando pasitos delicados y masticando un terrón de azúcar. Se ubicó adelante y comenzó a agitar su blanca melena con la esperanza de atraer la atención hacia las cintas rojas que estaban entretejidas en ella. Última de todos llegó la gata quien, como de costumbre, miró a su alrededor en busca del lugar más abrigado y finalmente se acomodó entre Campeón y Hoja de Trébol. Una vez allí se dedicó a ronronear muy satisfecha todo el tiempo que Mayor pronunció su discurso, pero sin prestar la menor atención a sus palabras.



Ya estaban presentes todos los animales con excepción de Moisés, el cuervo domesticado que dormía en una percha detrás de la puerta. Cuando Mayor vio que todos estaban cómodamente instalados y le dirigían miradas expectantes, aclaró la garganta y comenzó a hablar:



–Compañeros, ustedes ya saben del extraño sueño que tuve anoche; bien, más adelante me referiré a él. Primero tengo otra cosa que decirles. Pienso, compañeros, que no estaré con ustedes mucho tiempo más, y creo que antes de morir, tengo el deber de traspasarles los conocimientos que he adquirido. He gozado de una vida larga y tuve mucho tiempo para reflexionar mientras yacía solitario en mi pocilga. Creo poder afirmar que conozco la esencia de la vida en esta tierra tan bien como cualquier otro animal que ahora exista. De esto es de lo que quiero hablarles.



«Pues bien, compañeros, ¿en qué consiste esta vida que llevamos? Seamos francos. Nuestras vidas son penosas, duras y cortas. Nacemos, se nos da apenas suficiente comida como para que podamos seguir respirando, y a aquellos de nosotros que tienen capacidad de trabajar, se les fuerza a entregar hasta su último aliento. Entonces, en el mismo instante que dejamos de ser útiles, somos sacrificados con despiadada crueldad. Ni un solo animal en Inglaterra conoce el significado de la felicidad o la relajación una vez cumplido el primer año de vida. Ningún animal en Inglaterra es libre. La vida de un animal no es más que penurias y esclavitud: esa es la pura verdad.



«¿Se debe esto simplemente a un ordenamiento natural? ¿Se debe esto a que esta tierra nuestra es tan poco fértil que no alcanza a otorgar una calidad de vida adecuada a todos los que la habitan? No, compañeros. ¡Mil veces no! La tierra inglesa es fecunda, su clima favorable; tiene la capacidad de producir alimento en abundancia para un número mayor de animales que los que ahora la habitan. Esta granja nuestra podría por sí sola alimentar a una docena de caballos, veinte vacas, cientos de ovejas... y todos ellos gozando de comodidades y un trato digno que no podríamos imaginar en este momento. ¿Por qué entonces seguimos viviendo en estas míseras condiciones? Porque los seres humanos nos roban casi la totalidad del producto de nuestro trabajo. Ahí, compañeros, está la respuesta a todos nuestros problemas. Se resume en una sola palabra... el Hombre. El Hombre es el único verdadero enemigo nuestro. Si sacáramos al Hombre del escenario, la causa fundamental del hambre y la fatiga, desaparecería para siempre.



«El Hombre es la única criatura que consume y no produce. No da leche, no pone huevos, no tiene fuerzas para tirar del arado, no puede correr lo suficientemente rápido como para cazar conejos; y sin embargo es amo y señor de todos los animales. Los pone a trabajar, les devuelve un mínimo de alimento, apenas para que no mueran de hambre, y se guarda la diferencia. Nosotros labramos la tierra, nuestro estiércol la fertiliza; sin embargo no hay un solo animal que sea poseedor de alguna cosa excepto su propio pellejo. Ustedes, vacas, que veo frente a mí, ¿cuántos miles de litros de leche han producido este último año? Bien, ¿y qué ha sucedido con esa leche que habría servido para criar terneros robustos? Hasta la última gota de esa leche ha bajado por la garganta de nuestros enemigos. Y ustedes, gallinas, ¿cuántos huevos han puesto este último año, y cuántos de esos huevos alcanzaron a convertirse en pollitos? El resto fue llevado a la feria y transformado en dinero para Jones y sus hombres. Y tú, Hoja de Trébol, ¿dónde están esos cuatro potrillos que diste a luz, que deberían haber sido el sostén y la alegría de tu vejez? Cada uno de ellos fue vendido al cumplir un año de vida... jamás los volverás a ver. ¿Qué has recibido a cambio de tus cuatro partos y tu trabajo en el campo, excepto míseras raciones y un lugar en el establo?



«Por lo demás, tampoco se permite que nuestras indignas vidas cumplan su ciclo natural. En lo que a mí respecta no puedo quejarme, porque he sido afortunado. Cumplí doce años y he tenido más de cuatrocientos hijos. Así debería ser la vida normal de un cerdo, pero ningún animal se escapa finalmente del cuchillo cruel. Ustedes, cerditos cebados que están ahora sentados frente a mí, cada uno de ustedes se desgañitará gritando al morir en el cadalso, antes que termine este año. Ese horrible final será el destino de todos nosotros... vacas, cerdos, gallinas, ovejas. De todos. Ni siquiera los caballos o los perros corren mejor suerte. Tú, Campeón, el mismísimo día que esos potentes músculos tuyos pierdan su fuerza, Jones te venderá al matarife que te cortará la garganta y pondrá a hervir tu carne para alimentar a los perros de caza. En lo que respecta a los perros, cuando estos envejecen y pierden los dientes, Jones ata un ladrillo alrededor de sus cuellos y los ahoga en la laguna más cercana.



«No está clarísimo, entonces, compañeros, ¿que todos los males de nuestras vidas provienen de la tiranía de los seres humanos? Hay que deshacerse del Hombre para que el producto de nuestro trabajo nos pertenezca. Podríamos ser ricos y libres de la noche a la mañana. ¿Qué debemos hacer, entonces? Pues bien, trabajar día y noche, con cuerpo y alma, ¡para derrotar al género humano! Ese es mi legado para ustedes, compañeros. ¡Rebelión! No sé cuándo llegará esa Rebelión; podrá ser en una semana o en cien años más, pero tengo la certeza, tan real como la paja bajo mis pies, que tarde o temprano se hará justicia. Concéntrese en eso, compañeros, durante todo el corto período de sus vidas y, sobre todo, transmitan mi mensaje a aquéllos que vendrán después, para que las generaciones futuras continúen luchando hasta vencer.



«Les recuerdo, compañeros, que no deben flaquear, que no deben dejarse convencer con falsos argumentos. No presten oídos cuando les digan que el Hombre y los animales tienen intereses comunes, que la prosperidad de uno acarrea la prosperidad de los otros. Son mentiras. El Hombre no busca el beneficio de ninguna creatura, excepto el suyo. Deseo que haya una unión perfecta entre nosotros, los animales; un perfecto compañerismo para la lucha. Todos los hombres son nuestros enemigos; todos los animales son nuestros compañeros».



En ese momento se produjo una inmensa conmoción. Durante el discurso de Mayor, cuatro grandes ratas habían salido cautelosamente de sus cuevas y, sentadas sobre sus patas traseras, lo escuchaban con atención. Los perros las habían descubierto de pronto y solamente lograron salvar sus vidas porque volvieron a entrar a sus cuevas con gran celeridad.



Mayor alzó su pata para pedir silencio.



–Compañeros –advirtió–, aquí hay algo que debemos dejar en claro. Las creaturas salvajes como las ratas y los conejos, ¿son amigos o enemigos? Sometámoslo a votación. Propongo esta consideración a la asamblea: ¿Son las ratas compañeras nuestras?



Se contaron los votos de inmediato y se acordó por abrumadora mayoría que las ratas eran compañeras. Hubo solamente cuatro votos disidentes: los tres perros y la gata, la cual según se descubrió más tarde, había votado en ambos sentidos. Mayor continuó diciendo:



–Tengo muy poco más que decir. Simplemente reitero que deben recordar siempre su deber de tratar como enemigo al Hombre y todo lo relacionado con él. Todo el que se desplaza en dos patas es un enemigo. Todo el que se desplaza en cuatro patas o tiene alas, es un amigo. Recuerden también, que en la lucha contra el Hombre no debemos llegar a parecernos a él. Incluso cuando lo hayan vencido, no adopten sus malas costumbres. Ningún animal debe vivir jamás en una casa, usar ropa, beber alcohol, fumar tabaco, manejar dinero, o hacer negocios. Todas las costumbres del Hombre son perniciosas. Por sobre todas las cosas, ningún animal debe jamás oprimir a sus semejantes. Débiles o fuertes, inteligentes o ingenuos, somos todos hermanos. Ningún animal debe dar muerte a otro animal. Todos los animales son iguales.



«Ahora, compañeros, les contaré sobre mi sueño de anoche. No se los puedo describir; era un sueño sobre cómo será la Tierra cuando el Hombre haya desaparecido. Pero les puedo contar que me hizo recordar algo que hace mucho tiempo había olvidado. Hace muchos años, cuando yo era un pequeño lechón, mi madre y las demás cerdas solían cantar una antigua canción de la cual conocían solamente la melodía y las primeras tres palabras. Durante mi infancia yo me sabía la melodía, pero hace ya mucho tiempo que la había olvidado. Lo extraño es que anoche esta se me prese

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