Бесплатно

Un Rastro de Muerte

Текст
Из серии: Un Misterio Keri Locke #1
0
Отзывы
iOSAndroidWindows Phone
Куда отправить ссылку на приложение?
Не закрывайте это окно, пока не введёте код в мобильном устройстве
ПовторитьСсылка отправлена
Отметить прочитанной
Un Rastro de Muerte
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

UN RASTRO DE MUERTE

(UN MISTERIO KERI LOCKE —LIBRO 1)

B L A K E P I E R C E

Blake Pierce

Blake Pierce es autor de la exitosa serie de misterio RILEY PAGE, que incluye hasta ahora seis libros. Blake Pierce es asimismo el autor de la serie de misterio MACKENZIE WHITE, compuesta hasta la fecha por tres libros; de la serie de misterio AVERY BLACK, tres libros publicados hasta la fecha; y de la nueva serie de misterio KERI LOCKE.

Ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y suspenso, Blake quisiera saber de ti, así que visita cuando quieras www.blakepierceauthor.com para saber más y estar en contacto.

Copyright © 2016 by Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto como esté permitido bajo la U.S. Copyright Act of 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida bajo ninguna forma y por ningún medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico está licenciado solo para su entretenimiento personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si usted quisiera compartir este libro con otra persona, compre por favor una copia adicional para cada destinatario. Si usted está leyendo este libro y no lo compró, o no fue comprador para su uso exclusivo, entonces por favor regréselo y compre su propia copia. Gracias por respetar el arduo trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Nombre, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son, o producto de la imaginación del autor o son usados en forma de ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. La imagen de portada Copyright PhotographyByMK, usada bajo licencia de Shutterstock.com.

LIBROS DE BLAKE PIERCE

SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

SERIE DE MISTERIO MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

SERIE DE MISTERIO AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

CAUSA PARA CORRER (Libro #2)

SERIE DE MISTERIO KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

ÍNDICE

PRÓLOGO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

PRÓLOGO

Echó un vistazo a su reloj.

2:59 PM.

El timbre de la escuela sonaría en menos de un minuto.

Ashley vivía a solo doce cuadras de la escuela secundaria, algo más de un kilómetro, y casi siempre hacía el trayecto sola. Esa era su única preocupación —que hoy fuera una de las raras ocasiones en que ella tuviera compañía.

Faltando cinco minutos para la salida de la escuela, la divisó, y su corazón se desanimó al verla caminar junto a otras dos chicas a lo largo de Main Street. Pararon en una intersección y conversaron. Así no serviría. Ellas tenían que dejarla. Tenían que hacerlo.

Sintió que la ansiedad crecía en su estómago. Se suponía que este sería el día.

Sentado en el asiento delantero de su van, trató de controlar lo que a él le gustaba llamar su yo original. Era su yo original el que surgía cuando estaba haciendo sus experimentos especiales con los especímenes allá en casa. Era su yo original el que le permitía ignorar los gritos y las súplicas de esos especímenes para poder enfocarse en su importante trabajo.

Tenía que mantener bien oculto su yo original. Se recordó a sí mismo que debía llamarlas chicas y no especímenes. Se recordó a sí mismo que debía usar nombres propios como —Ashley”. Se recordó a sí mismo que para otras personas él lucía completamente normal, y que si actuaba de esa manera, nadie podría decir qué se ocultaba en su corazón.

Lo había estado haciendo por años, actuar de forma normal. Algunas personas incluso le consideraban afable. Eso le gustaba. Significaba que era un gran actor. Y al actuar de forma normal casi todo el tiempo, de alguna manera se había labrado una vida, una que algunos podrían incluso envidiar. Podía ocultarse a plena vista.

Aún así, ahora mismo podía sentirlo explotar dentro de su pecho, suplicando que lo dejara salir. El deseo le estaba restando fuerzas —tenía que controlarlo.

Cerró sus ojos y respiró profundamente varias veces, tratando de recordar las instrucciones. Con la última respiración, inhaló durante cinco segundos para después exhalar lentamente, dejando que el sonido que había aprendido saliera de su boca lentamente.

—Ohhhmmm…

Abrió sus ojos —y sintió una oleada de alivio. Las dos amigas habían girado hacia el oeste por la Avenida Clubhouse, hacia el agua. Ashley continuó sola hacia el sur por Main Street, cerca del parque canino.

Había tardes en las que ella vagaba por allí, mirando a los perros correr tras las pelotas de tenis por el terreno cubierto de astillas de madera. Pero no hoy. Hoy, ella caminaba con un propósito, como si tuviera que estar en algún lugar.

Si ella hubiera sabido lo que venía, no se hubiera molestado en ir.

Ese pensamiento le hizo reír consigo mismo.

Él siempre había pensado que ella era atractiva. Admiró de nuevo su cuerpo de surfista, esbelto y atlético, mientras poco a poco se acercaba hacia ella, viniendo por detrás a lo largo de la calle, pendiente de dejar que pasara la alegre cabalgata de estudiantes. Ella llevaba una falda rosada que le llegaba justo por encima de las rodillas y un top azul brillante que se amoldaba a su figura.

Él hizo entonces su entrada.

Una tibia serenidad le invadió. Encendió el poco convencional cigarrillo electrónico que se hallaba colocado en la consola central de la van y pisó con suavidad el acelerador.

Se movió hasta colocar la van al lado de ella y la llamó por la ventana abierta junto al asiento del pasajero.

—Hey.

Al principio lució sorprendida. Con el rabillo del ojo miró hacia el interior del vehículo, pero sin poder decir de quién se trataba.

—Soy yo —dijo él como si tal cosa. Detuvo la van, se inclinó, y abrió la portezuela del pasajero para que ella pudiera ver quién era.

Ella se inclinó un poco para tener una mejor vista. Al cabo de un instante, él vio en el rostro de ella que le había reconocido.

—Ah, hola. Lo siento —se disculpó.

—No hay problema —le aseguró él, antes de aspirar largamente.

Ella miró con más detenimiento el objeto que él tenía en la mano.

 

—Nunca antes he visto uno así.

—¿Quieres probarlo? —preguntó él obsequioso de la manera más casual que pudo.

Ella asintió y se acercó, inclinándose hacia dentro. Él se inclinó a su vez, como si fuera a quitárselo de su boca para dárselo a ella. Pero cuando ella estaba a un metro de distancia, él pulsó un botón del aparato, lo que causó que un pequeño broche se abriera, y esparciera una sustancia química en el rostro de ella, en forma de pequeña nube. En ese momento, él se colocó una máscara delante de su nariz, para no aspirar la sustancia.

Fue tan sutil y silencioso que Ashley ni siquiera lo notó. Antes de que pudiera reaccionar, sus ojos comenzaron a cerrarse, y su cuerpo a desplomarse.

Ella ya estaba cayendo hacia delante, perdiendo la conciencia, y todo lo que él tuvo que hacer fue estirarse e introducirla en el asiento del pasajero. Para el observador casual, podría incluso verse como si ella hubiera subido voluntariamente.

Su corazón golpeaba con fuerza pero se obligó a guardar la calma. No había marcha atrás.

Pasó el brazo por encima del espécimen, haló la puerta de pasajeros para cerrarla, y aseguró el cinturón de seguridad de ella y el suyo. Finalmente, se permitió respirar una sola vez, lenta y profundamente.

Después de asegurarse de que todo estaba despejado, arrancó.

Enseguida se unió al tráfico de media tarde del Sur de California, confundiéndose como otro conductor más, tratando de encontrar su ruta en un océano de humanidad.

CAPÍTULO UNO

Lunes

Cayendo la tarde

La detective Keri Locke se conminó a sí misma a no hacerlo esta vez. Como la detective de más bajo rango en la División Pacífico Los Ángeles Oeste Unidad de Personas Desaparecidas, se esperaba que trabajara más duro que cualquier otro en la División. Y como una mujer de treinta y cinco años que se había unido a la fuerza hacía apenas cuatro, a menudo sentía que se esperaba que ella fuese el policía más trabajador de todo el Departamento de Policía de Los Ángeles. No podía darse el lujo de lucir como si se estuviese tomando un descanso.

A su alrededor, el departamento era un rebullicio de actividades. Una anciana de origen hispano estaba sentada junto a un escritorio cercano, poniendo una denuncia por el robo de una cartera. En otro punto de la estancia, un ladrón de carros estaba siendo fichado. Era una típica tarde en la que ahora era su nueva vida. Pero la urgencia seguía allí, recurrente, consumiéndola, rehusándose a ser ignorada.

Se dejó llevar. Se levantó y deambuló hasta la ventana que miraba hacia el Boulevard Culver. Se paró allí y casi pudo ver su reflejo. Con el resplandor vacilante del sol de atardecer, ella lucía en parte humana, en parte fantasma.

Así era cómo se sentía. Sabía que objetivamente, era una mujer atractiva. Un metro setenta de estatura y alrededor de 59 kilos —60 si era honesta—, con un cabello rubio cenizo y una figura que con una maternidad de por medio había permanecido intacta, todavía se volteaban a verla.

Pero si la miraban con más cuidado, hallarían que sus ojos pardos estaban enrojecidos y lacrimosos, su frente era un ovillo de líneas prematuras, y su piel en ocasiones tenía la palidez, bueno, de un fantasma.

Al igual que en la mayoría de las jornadas, ella vestía una sencilla blusa, ajustada dentro de pantalones negros, y zapatos bajos de color negro que se veían profesionales y eran fáciles de llevar. Su cabello estaba agarrado hacia atrás en una cola de caballo. Era su uniforme no oficial. Casi la única cosa que cambiaba diariamente era el color del top. Todo ello reforzaba su sentir de que estaba marcando tiempo más que viviendo en verdad.

Keri percibió movimiento con el rabillo del ojo y salió de su introspección. Ahí venían.

Fuera de la ventana, Culver Boulevard estaba casi vacío de gente. Había un sendero para corredores y ciclistas a lo largo de la calle. La mayoría de los días, cayendo la tarde, estaba congestionada con el tráfico peatonal. Pero estaba implacablemente caliente ese día, con temperaturas cercanas a los treinta y siete grados centígrados y ninguna brisa, incluso ahí, a menos de ocho kilómetros de la playa. Los padres que normalmente venían con sus hijos a pie, del colegio a la casa, habían preferido ese día sus autos con aire acondicionado. Todos menos uno.

Exactamente a las 4:12, como un reloj, una pequeña en su bicicleta, de siete u ocho años de edad, pedaleaba lentamente por el sendero. Vestía un bonito vestido blanco. Su joven mamá caminaba detrás de ella en jeans y camiseta, con el morral colgando de su hombro de manera casual.

Keri luchó contra la ansiedad que burbujeaba en su estómago y miró en derredor para ver si alguien en la oficina estaba observándola. Nadie. Se permitió entonces ceder a la comezón que había procurado no rascarse durante todo el día y se puso a contemplar.

Keri las miró con ojos de celos y adoración. Ella aún no podía creerlo, incluso después de tantas veces junto a esta ventana. La pequeña era la vívida imagen de Evie, desde el ondulado cabello rubio y los ojos verdes, hasta la sonrisa ligeramente desalineada.

Ella permaneció en trance, mirando por la ventana mucho después que madre e hija habían desaparecido de su vista.

Cuando finalmente despertó y volvió con el resto, la anciana de origen hispano se estaba marchando. El ladrón de carros había sido procesado. Un nuevo maleante, esposado e insolente, se había colocado junto a la ventanilla para ser fichado, mientras un alerta oficial uniformado permanecía junto a su codo izquierdo.

Echó un vistazo al reloj digital de pared ubicado encima de la máquina dispensadora de café. Marcaba las 4:22.

¿Realmente he estado parada junto a esa ventana por diez minutos enteros? Esto se pone peor, no mejor.

Regresó a su escritorio con la cabeza baja, tratando de no hacer contacto visual con ninguno de sus colegas. Se sentó y miró los legajos sobre su escritorio. El caso Martine casi estaba cerrado, solo esperaba por un aviso del fiscal para que ella pudiera ponerlo en el gabinete de —completo hasta el juicio”. El caso Sanders estaba en espera hasta que los criminalistas regresaran con su reporte preliminar. La División Rampart había pedido a la Pacific buscar a una prostituta llamada Roxie que había desaparecido del radar; un colega les había dicho que ella había comenzado a trabajar en Westside y tenían la esperanza de que alguien en su unidad pudiera confirmarlo para no tener que abrir un expediente.

Lo peculiar de los casos de personas desaparecidas, al menos las de adultos, era que no era un crimen desaparecer. La policía era más tolerante con los menores, dependiendo de la edad. Pero en general, no había nada que evitara que la gente simplemente abandonara sus vidas. Sucedía con más frecuencia de lo que la gente suponía. Sin alguna evidencia de algo turbio, los oficiales de la ley estaban limitados en lo que legalmente podían hacer para investigar. Debido a eso, casos como el de Roxie solían caer por entre las grietas.

Suspirando resignada, Keri se dio cuenta que exceptuando algo extraordinario, no había realmente razón alguna para quedarse después de las cinco.

Cerró sus ojos y se imaginó a sí misma, dentro de menos de una hora, relajándose en su casa bote, Sea Cups, sirviéndose tres dedos—okey, cuatro—de Glenlivet y poniéndose cómoda para un atardecer con sobras de comida china y capítulos repetidos de Scandal. Si esa terapia personalizada no encajaba, podía terminar en el diván de la Dra. Blanc, una opción poco atractiva.

Había comenzado a guardar sus archivos del día cuando Ray llegó y se dejó caer en la silla del enorme escritorio que compartían. Ray era oficialmente el Detective Raymond —Big” Sands, su pareja por ya casi un año y su amigo por cerca de siete.

Él realmente hacía honor a su apodo. Ray (Keri nunca lo llamaba —Big”—él no necesitaba un masaje de ego) era un hombre negro de un metro noventa y cinco, y 104 kilos, con una brillante calva, un diente inferior partido, una muy cuidada perilla, y una afición a vestir camisas demasiado pequeñas para él, solo para destacar su contextura.

Con cuarenta años, Ray aún lucía como el boxeador, medallista olímpico de bronce, que había sido a los veinte, y el contendor profesional de peso pesado, con un registro de 28-2-1, que había sido hasta la edad de veintiocho. Por entonces, un pequeño y zurdo contrincante, casi trece centímetros más bajo que él, le dejó sin ojo derecho por la vía de un gancho y le puso a su carrera un chirriante final. Utilizó un parche durante dos años, le resultó incómodo, y finalmente se colocó un ojo de vidrio, con el que de alguna manera le iba mejor.

Como Keri, Ray se unió a la Fuerza más tardíamente que la mayoría, cuando, comenzando sus treinta buscaba un nuevo propósito en su vida. Ascendió rápidamente y era ahora el detective senior en la Unidad de Personas Desaparecidas de la División Pacífico o UPD.

—Te ves como una mujer que sueña con olas y whisky —dijo.

—¿Tan obvio es? —preguntó Keri.

—Soy un buen detective. Mis poderes de observación son inigualables. Además, hoy ya mencionaste dos veces tus excitantes planes vespertinos.

—¿Qué puedo decir? Me gusta perseguir mis objetivos, Raymond.

Él sonrió, con su ojo bueno mostrando una calidez que su defecto físico ocultaba. Keri era la única a la que permitía llamarle por su nombre propio. A ella le gustaba mezclarlo con otros títulos, menos lisonjeros. Con frecuencia él hacía lo mismo con respecto a ella.

—Escucha, Pequeña Señorita Sunshine, puede que estés mejor invirtiendo los últimos minutos de tu turno chequeando a los criminalistas acerca del caso Sanders en lugar de soñar despierta con beber despierta.

—¿Beber despierta? —dijo ella, simulando estar ofendida— No es beber despierta si empiezo después de las cinco, Gigantor.

Ya iba él a responderle cuando el teléfono sonó. Keri tomó la llamada antes de que Ray pudiera decir algo y ella, juguetona, le sacó la lengua.

—División Pacífico Personas Desaparecidas. Detective Locke al habla.

Ray se puso a la escucha también pero sin hablar.

La mujer que llamaba sonaba joven, alrededor de treinta años, más o menos. Antes de que ella dijera siquiera por qué estaba llamando, Keri notó la preocupación en su voz.

—Mi nombre es Mia Penn. Vivo en la Avenida Dell en los Canales de Venice. Estoy preocupada por mi hija, Ashley. Ella debería haber llegado a casa desde la escuela a las tres treinta. Sabía que la iba a llevar a una cita con el dentista a las cuatro cuarenta y cinco. Me escribió un mensaje de texto justo antes de dejar la escuela a las tres pero no está aquí y no responde ninguna de mis llamadas o textos. Ella no es para nada así. Es muy responsable.

—Sra. Penn, ¿acostumbra Ashley a conducir o caminar hasta la casa? —preguntó Keri.

—Viene a pie. Ella está solo en décimo grado, tiene quince. Ni siquiera ha comenzado las clases de conducir.

Keri miró a Ray. Sabía lo que él iba a decir y ella misma no tenía argumentos para contradecirlo. Pero algo en el tono de Mia Penn la capturó. Podía decir que la mujer apenas podía mantener el control. Había pánico bajo la superficie. Quiso pedirle a él que se saltaran el protocolo pero no podía esgrimir ninguna razón creíble para hacerlo.

—Sra. Penn, habla el Detective Ray Sands. Estoy escuchándola por la extensión. Quiero que respire profundamente y luego me diga si su hija ha llegado tarde a casa alguna vez.

Mia Penn replicó al punto, haciendo a un lado la sugerencia de respirar mejor.

—Por supuesto —admitió, tratando de ocultar la exasperación en su voz—. Como dije, ella tiene quince. Pero siempre ha enviado mensajes de texto o ha llamado si se va a retrasar más de una hora. Y nunca se retrasa cuando tenemos planes.

Ray respondió sin dirigir la vista a Keri, porque sabía que ella lo miraría con desaprobación.

—Sra. Penn, oficialmente, su hija es menor de edad y las normas con respecto a personas desaparecidas no se aplican igual que como sucede con un adulto. Tenemos una autoridad más amplia para investigar. Pero hablándole honestamente, una adolescente que no esté respondiendo a los mensajes de texto de su madre y no haya llegado a casa menos de dos horas después de la salida de la escuela, no va a disparar el tipo de respuesta inmediata que usted espera. En este punto no hay mucho que podamos hacer. En una situación como esta, lo mejor que puede hacer es acercarse a la estación y llenar un reporte. Eso es algo que debe hacer. No hay problema con eso y podría acelerar las cosas si necesitamos desplegar recursos.

 

Hubo una larga pausa antes de que Mia Penn respondiera. El tono de su voz se volvió cortante.

—¿Cuánto tiempo tengo que esperar para que usted —despliegue”, Detective? —preguntó ella— ¿Son dos horas más que suficiente? ¿Tengo que esperar hasta que oscurezca? ¿Hasta mañana en la mañana? Apuesto a que si yo fuera...

Cualquier cosa que Mia Penn estaba a punto de decir, se lo calló, como si supiera que cualquier cosa que añadiera sería contraproducente. Ray iba a responder pero Keri levantó su mano y le lanzó su patentada mirada de —deja que maneje esto”.

—Escuche, Sra. Penn, habla la Detective Locke de nuevo. Usted dice que vive en los Canales, ¿correcto? Eso está en mi camino a casa. Deme su dirección de correo electrónico. Le enviaré una forma de personas desaparecidas. Puede empezar a rellenarla y yo pasaré para ayudarla a completarla y agilizar su ingreso en el sistema. ¿Qué tal le suena eso?

—Suena bien, Detective Locke. Gracias.

—No hay problema. Y bueno, quizás Ashley ya esté en casa para cuando yo llegue allá y yo pueda darle un sermón sobre mantener a su mamá informada —sin costo alguno.

Keri tomó el bolso y las llaves, preparándose para ir a la casa de los Penn.

Ray no había dicho una palabra desde que colgaron. Ella sabía que él se estaba agitando silenciosamente pero evitó levantar la vista. Si sus miradas se cruzaban, sería ella la que recibiría el sermón y no estaba de humor.

Pero al parecer Ray no necesitaba hacer contacto visual para decir sus líneas.

—Los Canales no están en tu camino a casa.

—Solo un poco fuera de mi camino —insistió ella, todavía sin levantar la vista—. Así que tendré que esperar hasta las seis treinta para regresar a la marina y a Olivia Pope y asociados. No es gran cosa.

Ray suspiró y se reclinó en su silla.

—Es una gran cosa. Keri, acá has sido detective por casi un año. Me gusta tenerte como mi pareja. Y has hecho un gran trabajo, incluso antes de que consiguieras tu placa. El caso Gonzales, por ejemplo. No creo que yo lo hubiera podido resolver y llevo una década más que tú investigando estos casos. Tienes una especie de sexto sentido para estas cosas. Es por eso que te usaba como recursos en los viejos tiempos. Y es por eso que tienes el potencial para ser en verdad una gran detective.

—Gracias —dijo ella, aunque sabía que no él no había terminado.

—Pero tienes una gran debilidad y te va a arruinar si no le pones freno. Debes permitir que el sistema funcione. Existe por una razón. El setenta y cinco por ciento de nuestro trabajo se resuelve en las primeras veinticuatro horas sin nuestra ayuda. Necesitamos permitir que eso suceda para concentrarnos en el otro veinticinco por ciento. Si no lo hacemos, terminamos sobrecargados de trabajo. Nos volvemos improductivos, o peor aún —sería contraproducente. Y entonces estamos traicionando a la gente que de verdad nos está necesitando. Es parte de nuestro trabajo escoger nuestras batallas.

—Ray, no estoy ordenando una Alerta Ámbar. Solo estoy ayudando con algo de papeleo a una madre preocupada. Y en verdad, son solo quince minutos de desvío de mi ruta.

—Y… —dijo él esperando algo más.

—Y había algo en su voz. Está guardándose algo. Quiero hablar con ella cara a cara. Puede que no sea nada. Y si es así, me iré.

Ray meneó su cabeza y lo intentó una vez más.

—¿Cuántas horas gastaste con ese chico sin hogar en Palms que estabas segura había desaparecido y no fue así? ¿Quince?

Keri se encogió de hombros.

—Mejor asegurarse que lamentarse —murmuró por lo bajo.

—Mejor empleado que despedido por uso inapropiado de los recursos del departamento —replicó él.

—Es después de las cinco —dijo Keri.

—¿Significa?

—Significa que no estoy en mi turno. Y esa madre me está esperando.

—Pareciera que tú nunca estás en tu turno. Devuélvele la llamada, Keri. Dile que te envíe por correo electrónico las formas cuando haya terminado. Dile que llame para acá si tiene alguna pregunta. Pero ve a casa.

Ella había sido tan paciente como había podido pero por lo que a ella concernía, la conversación había terminado.

—Te veré mañana, Sr. Inmaculado —dijo, dándole un apretón en el brazo.

Cuando se dirigía al estacionamiento para buscar su Toyota Prius de color plata y diez años de uso, trató de recordar la vía más rápida para llegar a los Canales de Venice. Sentía ya una urgencia que no comprendía.

Una que no le gustaba.

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»