Casi Muerta

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Из серии: La Niñera #3
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C A S I   M U E R T A
(La Niñera—Libro Tres)
B L A K E   P I E R C E
Blake Pierce

Blake Pierce es el autor de la exitosa serie de misterio de RILEY PAIGE, que incluye dieciséis libros hasta el momento. Blake Pierce es también el autor de la serie de misterio MACKENZIE WHITE, que comprende trece libros (y contando); de la serie de misterio AVERY BLACK, que comprende seis libros; de la serie de misterio KERI LOCKE, que comprende cinco libros; de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE, que comprende cinco libros (y contando); de la serie de misterio KATE WISE, compuesta por seis libros (y contando); del misterio de suspenso psicológico CHLOE FINE, compuesto por cinco libros (y contando); de la serie de thriller de suspenso psicológico JESSIE HUNT, compuesta por cinco libros (y contando); de la serie de thriller de suspenso psicológico LA AU PAIR, compuesta por dos libros (y contando); y la serie de misterio de ZOE PRIME, compuesta por dos libros (y contando).

Blake es un ávido lector y fanático de toda la vida de los géneros de misterio y thriller, y le encanta escuchar de sus lectores, así que por favor no dudas en visitar http://www.blakepierceauthor.com para saber más y ponerte en contacto con el autor.


Derechos reservados © 2020 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto según lo permitido por la ley de derechos reservados de EE.UU. de 1976, ninguna parte de este libro podrá reproducirse, distribuirse o transmitirse en ninguna forma y por ningún medio, o almacenarse en una base de datos o sistema de recuperación, sin previo permiso de la autora. Este ebook está autorizado únicamente para su disfrute personal. Este ebook no podrá revenderse o regalarse a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor adquiera una copia adicional para cada lector. Si usted está leyendo este libro y no lo compró, o si no se lo compraron para que únicamente usted lo usara, por favor, devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el trabajo del autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es mera coincidencia. Los derechos de la imagen de portada son de Mimadeo y se utilizaron bajo la autorización de Shutterstock.com.

LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

LA NIÑERA

CASI AUSENTE (Libro #1)

CASI PERDIDA (Libro #2)

CASI MUERTA (Libro #3)


SERIE DE MISTERIO DE ZOE PRIME

LA CARA DE LA MUERTE (Libro #1)

LA CARA DEL ASESINATO (Libro #2)

LA CARA DEL MIEDO (Libro #3)


SERIE DE THRILLER DE SUSPENSE PSICOLÓGICO CON JESSIE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Libro #1)

EL TIPO PERFECTO (Libro #2)

LA CASA PERFECTA (Libro #3)


SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

AL LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)


SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SI ELLA CORRIERA (Libro #3)

SI ELLA SE OCULTARA (Libro #4)

SI ELLA HUYERA (Libro #5)


SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)

TOMANDO (Libro #4)


SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

UNA VEZ INACTIVO (Libro #14)


SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE CODICIE (Libro #3)

ANTES DE QUE SE LLEVE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE ATRAPE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)

ANTES DE QUE DECAIGA (Libro #11)

ANTES DE QUE ENVIDIE (Libro #12)


SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)


SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)

CAPÍTULO UNO

Cassandra Vale se apresuró por la calle pavimentada. La lluvia helada le lastimaba la cara y ella pestañeaba para quitársela de los ojos. Se estaba haciendo tarde, ya oscurecía y se temía que estaba perdida. Esta parte de Milán no tenía el aspecto que había esperado. Había terminado en una de las principales plazas de compras. Compradores, envueltos en sacos oscuros y elegantes Llevando bolsas de compras atestaban la amplia acera.

Cassie echó un vistazo a las tiendas mientras se dirigía hacia la intersección, preguntándose si podría pedir indicaciones. Los interiores brillantemente iluminados era oasis de confort y calidez apero con su chaqueta desgastado y zapatillas mojadas dudaba que le permitieran entrar. Estos nombres representaban la cumbre de la industria de la moda. Emilio Pucci, Dolce & Gabbana, Moschino. Las prendas en si parecían tan fuera de su alcance como las etiquetas con los precios.

Tendría que confiar en su mapa que se está desintegrando rápidamente en la lluvia. Se detuvo en la intersección para abrirlo dándose cuenta de que sentía los labios y las mejillas entumecidas. El papel húmedo al abrirlo y ella intentó unir las piezas para darle sentido y complejo diseño de calles con nombres desconocidos y a esta altura ilegibles.

Se había alejado. Debería haber doblado cuatro cuadras atrás. Desorientada en un lugar extraño no se había detenido para verificar su ubicación. Volteó el mapa con las manos temblando intentando armar su camino de regreso hacia donde tendría que estar. Un giro a la izquierda, tres cuadras hacia abajo, no,  cinco y luego otro giro a la izquierda que la llevaba a un laberinto retorcido de calles. Allí era en donde tenía que estar.

Cassie dobló todos los pedazos lo mejor que pudo y los puso otra vez en su bolsillo aunque sabía que el mapa no sobreviviría otra salida. Ahora se tenía que concentrar y reprimir el pánico de que llegaría demasiado tarde, que el lugar al que quería llegar habría cerrado para cuando ella llegara, o, aún peor, que su viaje terminara en nada más que una decepción desesperada.

Esta era su única oportunidad de encontrar a su hermana, Jacqui. Era la única pista que tenía.

Esforzándose para recordar la imagen de la ruta en su mente, trotó calle abajo dándose cuenta de que a medida que dejaba el epicentro de la moda de Milán, los senderos se volvían más angostos y los escaparates de las tiendas menos imponentes. Aquí era donde se exhibían los artículos más baratos y las imitaciones, los precios en euros bajaban con cada cuadra y los carteles de los descuentos de enero gritaban de las ventanas destartaladas.

Se atisbó a sí misma en el vidrio oscurecido. Su piel tenía la palidez del invierno y tenía las mejillas enrojecidas por el frío. Se puso un gorro de lana sobre su cabello cobrizo más que nada por el calor, pero también para tener sus ondas rebeldes bajo control. Acurrucada en su viejo saco azul con el cierre roto, parecía fuera de lugar en esta elegante capital de la moda. Se sentía una intrusa entre los lugareños inmaculadamente vestidos con sus cabellos perfectamente arreglados, sus botas caras y su natural sentido del estilo.

Cuando ella y Jacqui era niñas, frecuentemente las obligaban a vestirse para ir a la escuela con ropa raída, rasgada, que no era de su talle, con su padre viudo insistiendo de manera enfadada que no había dinero para comprarles algo mejor. Cassie lo había aceptado mucho más fácilmente que Jacqui, que odiaba verse desaliñada y pobre.


Era lógico que su hermana se hubiese sentido atraída por una de las capitales mundiales de la moda en donde la vestimenta era moderna, hermosa y nueva.

Jadeando, Cassie vio que el nombre de la calle siguiente le parecía conocido.

Esta era la calle a la que quería llegar. Ahora todo lo que tenía que hacer era encontrar la tienda.

Se llamaba Cartoleria, pero no sabía si ese era realmente su nombre o la descripción. Había sentido la barrera del lenguaje cuando habló por teléfono con la secretaria. Cassie había logrado obtener el nombre de la calle de la mujer cada vez más impaciente, aunque lo único que sabía decir en inglés eran las palabras “estamos cerrando” que había repetido varias veces antes de gritarle finalmente “Addio” y colgar el teléfono.

Cassie había decidido que la única forma de saberlo era visitando la tienda personalmente.

Le había llevado una semana organizarse y conducir todo el camino desde Edimburgo, en donde se había estado quedando, hasta Milán. Había planeado llegar mucho antes, pero se había quedado atrapada en el tráfico para entrar a la ciudad y se había perdido varias veces antes de encontrar un lugar barato para estacionar. Su GPS no había funcionado y casi no le quedaba batería en su teléfono. Afortunadamente, había pensado en imprimir el mapa. ¿A qué hora cerraban la mayoría de los lugares aquí? ¿A las seis de la tarde? ¿O más tarde?

 

La ansiedad la inundó al ver que la tienda que tenía más adelante ya estaba cerrando por el día, el comerciante volteaba el letrero en la puerta y apagaba las luces.

–Disculpe. Cartoleria. ¿Sabe para qué lado es? —Le preguntó ansiosa, porque cada segundo era preciado.

Él frunció el ceño y luego señaló calle abajo y dijo algo en italiano que no pudo entender. Al menos la había orientado en la dirección correcta, porque había estado a punto de apresurarse hacia el otro lado.

–Gracias —le dijo.

–¡Signorina! —Pero Cassie no se iba a detener por nada.

Estaba sin aliento por el entusiasmo. Había una pequeña posibilidad de que Jacqui estuviese realmente trabajando en esta tienda. Cassie se imaginó entrando y enfrentándose cara a cara con su hermana. Se preguntó qué haría Jacqui. Sabía que ella gritaría de alegría y la abrazaría lo más a fuerte que pudiera. Luego tendrían la posibilidad de hablar y descubrir qué había ocurrido y por qué Jacqui había desaparecido por tanto tiempo sin dar señales.

Aunque no era muy probable, Cassie no podía evitar soñar.

Allí estaba, más adelante. Vio el letrero, Cartoleria, y empezó a correr. Tenía que estar abierta. Esta era su chance, su oportunidad de reconectarse con la única familia que aún le importaba.

Salpicó las piedras del pavimento empapadas por la lluvia, zigzagueando entre los peatones que se movían lentamente y se refugiaban  bajo enormes paraguas.

Entonces se detuvo observando el escaparate de la tienda con incredulidad.

Cartoleria estaba cerrada.

No solo por el día  sino para siempre.

Las ventanas estaban selladas, pero a través de un hueco de la cubierta que se estaba descascarando, podía ver el oscuro armazón más allá.  El letrero arriba de la puerta, maltrecho y raído, era el único recuerdo de que esta tienda había estado abierta una vez.

Observando el espacio desolador y vacío, Cassie se dio cuenta, demasiado tarde, que había malinterpretado a la impaciente asistente cuando la llamó hacía una semana. La mujer había intentado decirle que estaban cerrando la tienda definitivamente. Si lo hubiese entendido en su momento, podría haber vuelto a llamar inmediatamente, hacer más preguntas y ser más persuasiva.

En cambio, había conducido cientos de kilómetros solo para encontrarse en un callejón sin salida.

Su pista se había esfumado junto con sus esperanzas y sueños. Había perdido la única oportunidad de volver a encontrar a su hermana.

CAPÍTULO DOS

Cassie observaba la tienda vacía y se sintió aplastada por la decepción. Sabía que tenía que irse, alejarse en la noche húmeda y oscura y emprender el largo viaje de vuelta hacia su auto, pero no se decidía a marcharse.

Era como si darse la vuelta ahora significara darse por vencida para siempre, y cuando lo pensaba así sentía los pies enraizados en el lugar. No podía quitarse de encima la certeza de que aún debía haber algo que de alguna forma la condujera a Jacqui.

Miró a su alrededor y vio que una de las tiendas cercanas aún estaba abierta. Parecía ser una pequeña cafetería y restaurante. Quizás alguien allí supiera quién era el dueño o dueña de Cartoleria y a dónde se había ido.

Cassie se dirigió al pequeño restaurante, aliviada de encontrar un refugio de las rachas de lluvia. En el interior había un aroma delicioso a café y pan, lo que le recordó que hoy no había comido. Había una enorme máquina de capuchinos cromada en un lugar destacado sobre el mostrador de madera.

Adentro había espacio solo para cuatro mesas y estaban todas ocupadas. Pero había un asiento vacío en la barra, así que se sentó allí.

El camarero, que parecía estresado, se apresuró a atenderla.

Cosa prendi? —le preguntó.

Cassie adivinó que quería tomarle su pedido.

–Lo siento, no hablo italiano —se disculpó, con la esperanza de que entendiera—. ¿Sabes quién era el dueño de la tienda de al lado?

El joven se encogió de hombros, confundido.

–¿Puedo ofrecerle comida? —le preguntó en un inglés entrecortado.

Cassie se dio cuenta de que la barrera del lenguaje había terminado con su interrogatorio y rápidamente examinó el menú garabateado en el pizarrón negro de la pared del fondo.

–Un café, por favor. Y un panini.

Despegó unos billetes de su disminuida reserva en la cartera. Los precios en Milán eran aún más altos de lo que esperaba, pero se hacía tarde y estaba muerta de hambre.

–¿Eres americana? —le preguntó el hombre que estaba sentado al lado de ella.

Impresionada, Cassie asintió.

–Sí.

–Mi nombre es Vadim —se presentó él.

No sonaba como un italiano, pero su oído para los acentos no era tan bueno como el de él. Supuso que debería ser de algún lugar de Europa del Este, o quizás incluso Rusia.

–Soy Cassie Vale —respondió ella.

Parecía ser unos años mayor que ella, por lo que tendría cerca de treinta, y estaba vestido con una chaqueta de cuero y jeans. En frente de él tenía una copa de vino tinto a la mitad.

–¿Estás aquí de vacaciones? ¿O trabajando, o estudiando? —le preguntó.

–En realidad, viajé hasta aquí para encontrar a alguien.

La confesión era dolorosa ahora que Cassie temía que nunca la encontraría.

Las gruesas cejas del hombre se juntaron y fruncieron.

–¿Qué quieres decir con encontrar? ¿Encontrar a alguien en particular?

–Sí. Mi hermana.

–Lo dices como si estuviera perdida —dijo él.

–Lo está. Seguí una pista con la esperanza de que me ayudara a encontrarla. Hace un tiempo llamó a una amiga en Estados Unidos y rastreamos el número.

–¿Así que rastreaste la llamada y llegaste hasta aquí? Eso es trabajo de detective —dijo Vadim con admiración mientras el camarero deslizaba su café por el mostrador.

–No, fui demasiado lenta. Verás, ella llamó dos veces para hablar conmigo. El primer número no funcionó. Recién la semana pasada me di cuenta de que la otra llamada podía ser desde otro número.

Vadim asintió con comprensión.

–Y ahora Cartoleria está cerrada —dijo Cassie.

–¿La tienda de al lado?

–Sí. Desde ahí había llamado. Tengo la esperanza de descubrir quién era el propietario.

Él frunció el entrecejo.

–Sé que Cartoleria es una cadena de tiendas. Hay más en otros lugares de Milán. Es un cibercafé y vende bolígrafos, lápices, esas cosas.

–Artículos de oficina —sugirió Cassie.

–Sí, eso es. Quizás si te comunicas con otra tienda, ellos te puedan ayudar a encontrar al encargado de esta.

El camarero regresó y colocó un plato enfrente de ella, y Cassie empezó a comer, hambrienta.

–¿Viajaste hasta aquí sola? —le preguntó Vadim.

–Sí, vine aquí sola, con la esperanza de encontrar a Jacqui.

–¿Por qué eres tú la que la está buscando, y ella no te está buscando también a ti?

–Tuvimos una infancia difícil —le contó—. Mi madre murió cuando era joven y mi padre no pudo arreglárselas sin ella. Se volvió muy irascible, como si quisiera destrozar la vida de todos.

Vadim asintió con comprensión.

–Jacqui era mayor que yo, y un día simplemente se marchó. Creo que ya no podía soportarlo. La furia, los gritos, los vidrios rotos en el suelo casi todas las mañanas. Él tuvo muchas novias y era habitual que hubiese extraños en la casa.

Se asomó un oscuro recuerdo de ella, debajo de la cama a altas horas de la noche, escuchando pasos pesados que subían la escalera y alguien que tanteaba su puerta. Jacqui la había salvado. Había gritado tan fuerte que los vecinos habían venido corriendo, y el hombre había bajado las escaleras a hurtadillas. Cassie recordó el terror que había sentido al escuchar el ruido en la puerta del dormitorio. Jacqui había sido su protectora hasta que huyó.

–Después de que ella se marchó yo me mudé, y luego desalojaron a mi padre y tuvo que buscar otro alojamiento. Yo conseguí un teléfono nuevo. Él consiguió un teléfono nuevo. No había forma de que ella pudiera contactarse con nosotros. Ahora creo que está intentando contactarse. Pero está asustada, y no sé por qué. Quizás piensa que estoy enojada porque ella se marchó.

Vadim sacudió la cabeza.

–¿Así que estás sola en el mundo?

Cassie asintió, sintiendo tristeza una vez más.

–¿Puedo invitarte con una copa de vino?

Cassie sacudió la cabeza.

–Muchas gracias, pero tengo que conducir.

Su auto estaba a cuarenta minutos a pie. Desde allí, ella no sabía a dónde ir. No había hecho planes para su alojamiento. Había esperado llegar más temprano, y que la tienda la diera pistas del paradero de Jacqui, y entonces podría dar el siguiente paso en su búsqueda. Ahora había oscurecido, y no tenía idea de en dónde podía encontrar una posada o un hostel a buen precio. Se dio cuenta que podía terminar durmiendo en su auto, en el aparcamiento de concreto.

–¿Tienes alojamiento para esta noche? —le preguntó Vadim, como si le hubiese leído la mente.

Cassie sacudió la cabeza.

–Aún debo solucionar eso.

–Hay un alojamiento para mochileros cerca de aquí. Una pensione, como dicen aquí en Italia. Puede que te resulte conveniente. Paso por allí de camino a casa; puedo mostrarte en dónde es.

Cassie sonrió con indecisión, preocupada por el precio y también porque su equipaje aún estaba en su auto. Aún así, un alojamiento cercano parecía más tentador que el largo camino hacia el aparcamiento. Incluso había una posibilidad de que Jacqui se haya alojado en esos albergues, en cuyo caso al menos debía ir a verlos.

Terminó su café y las últimas migas del panini mientras Vadim hacía lo mismo con el vino y enviaba mensajes en su teléfono.

–Ven conmigo. Por aquí

Afuera aún llovía, pero Vadim abrió un enorme paraguas y Cassie caminó a su lado, agradecida por la protección. Claramente con prisa, él marchaba adelante por lo que ella tuvo que apresurarse para ir a su ritmo. Le complacía que no perdiesen el tiempo, pero al mismo tiempo se preguntaba si esta pensión estaba fuera de su camino y si se estaba desviando para poder ayudarla.

Atisbó a los edificios alrededor mientras pasaban, para darse una idea de donde estaban. Nombres de restaurantes, tiendas y negocios brillaban y destellaban en la llovizna; el idioma desconocido hacía que Cassie sintiera como si sus sentidos estuviesen saturados.

Cruzaron la calle y ella notó que el tráfico había disminuido. Aunque no había revisado la hora por un buen rato, pensaba que serían bien pasadas las siete de la tarde. Estaba exhausta y se preguntaba qué tan lejos estaba el alojamiento para mochileros, y qué haría si no había lugar.

El cartel a la derecha era de un supermercado, estaba segura. A la izquierda, quizás era de un entretenimiento de algún tipo. El cartel de neón destellaba brillantemente. No era la zona roja, si es que eso existía en Milán, pero tampoco estaba demasiado lejos.

De pronto, se dio cuenta que habían caminado demasiado lejos, demasiado rápido, y en silencio.

Deberían haber caminado más de un kilómetro, más de lo que cualquier persona razonable consideraría cercano.

Fue entonces que empezó a recordar.

En el primer cruce, había mirado a la izquierda. Distraída y con la lluvia en los ojos no había asimilado el letrero que había visto. No era grande y destellante, sino una cartel más modesto con letras negras y fondo blanco.

Pensione.

Esa era la palabra que Vadim había utilizado. Era “alojamiento para mochileros” en italiano, o en todo caso un equivalente.

–¿Por qué vas más despacio? —le preguntó él, y ahora su voz era cortante.

Más adelante, Cassie vio que centelleaban unos focos delanteros. Había una camioneta blanca estacionada del otro lado de la calle. Parecía que Vadim se dirigía directamente hacia ella.

Él estiró el brazo y, en un instante lleno de terror, Cassie se dio cuenta de que él había detectado su vacilación y la iba a sujetar del brazo.

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