Antes De Que Se Lleve

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A N T E S D E Q U E S E L L E V E

(UN MISTERIO CON MACKENZIE WHITE—LIBRO 4)

B L A K E P I E R C E

TRAducido al español por Asun Henares

Blake Pierce

Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio RILEY PAIGE que cuenta con trece libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con nueve libros), de la serie de misterio de AVERY BLACK (que cuenta con seis libros), de la serie de misterio de KERI LOCKE (que cuenta con cinco libros), de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE (que cuenta con tres libros), de la serie de misterio de KATE WISE (que cuenta con dos libros), de la serie de misterio psicológico de CHLOE FINE (que cuenta con dos libros) y de la serie de misterio psicológico de JESSE HUNT (que cuenta con tres libros).

Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.

Copyright © 2016 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto por lo que permite la Ley de Copyright de los Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico tiene licencia para su disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede volver a ser vendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo compró, o no lo compró solamente para su uso, entonces por favor devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, las empresas, las organizaciones, los lugares, los acontecimientos y los incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. Imagen de portada Copyright lassedesignen, utilizada con licencia de Shutterstock.com.

LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE JESSE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Libro #1)

EL TIPO PERFECTO (Libro #2)

LA CASA PERFECTA (Libro #3)

SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

AL LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)

SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)

SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE CODICIE (Libro #3)

ANTES DE QUE SE LLEVE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE ATRAPE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)

SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)

SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)

CONTENIDOS

PRÓLOGO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

PRÓLOGO

Esta iba a ser la última vez que promocionaba uno de sus libros en un pueblo ínfimo del que nadie había oído hablar jamás. Tenía que hablar con su director de publicidad y decirle que solo porque un pueblo contara con una librería, eso no lo convertía en una metrópolis. Puede que pedir tal cosa le hiciera parecer una diva llena de exigencias, pero lo cierto es que no le importaba.

Eran las 10:35 de la noche y Delores Manning iba conduciendo por una carretera de doble sentido en algún lugar de Iowa dejado de la mano de Dios. Era perfectamente consciente de que había tomado una curva equivocada unas diez millas atrás porque había sucedido poco tiempo después de que su GPS le hubiera dejado tirada. No había ninguna señal. Por supuesto. Era la guinda en el pastel de lo que había sido un fin de semana terrible.

Delores había permanecido en este tramo de carretera al menos diez minutos. No había visto ninguna señal de parada, ni casas, nada de nada. Solamente árboles y un cielo nocturno sorprendentemente hermoso encima de su cabeza. Estaba pensando seriamente en pararse en medio de la carretera y darse la vuelta. Cuanto más pensaba en ello, mejor idea le parecía.

Estaba a punto de pisar el freno para detenerse cuando el sonido de un reventón invadió el coche. Delores chilló de miedo y sorpresa, pero su grito fue apagado por el repentino paf del coche cuando descendió varias pulgadas y se viró hacia la izquierda bruscamente.

Se las arregló para más o menos enderezar el rumbo del coche pero se dio cuenta de que no podía luchar contra ello—el coche se quedaba atrás. Renunciando a la lucha, se las arregló para dirigir el coche a un lado de la carretera, aparcando más de la mitad del coche fuera del asfalto. Encendió sus luces intermitentes y dejó salir un hondo suspiro.

“Mierda,” dijo.

Eso sonaba como un neumático, pensó para sí. Y si es así… diablos, ni siquiera recuerdo si tengo uno de repuesto en el maletero. Esto me pasa por ir a todas partes en esta trampa mortal de coche. Estás a punto de convertirte en una escritora importante, chica. Puedes gastarte algo de dinero en aviones y coches de alquiler de vez en cuando, ¿no?

 

Desbloqueó la puerta del maletero, abrió su portezuela, y salió del coche en medio de la noche. Había un frescor en el ambiente, ya que el invierno se cernía sobre el Medio Oeste, entrando a hurtadillas tras el otoño. Se ciñó el abrigo alrededor del cuerpo y después sacó su teléfono móvil. No le sorprendió lo más mínimo encontrarse con que no tenía cobertura; había visto el mismo mensaje durante los últimos veinte minutos más o menos, desde el momento en que su GPS había dejado de funcionar.

Echó una ojeada a sus neumáticos y vio que los neumáticos delantero y trasero del lado del conductor habían pinchado. Es más, estaban aplastados. Divisó algo que centelleaba en el neumático delantero y se agachó para ver de qué se trataba.

Cristal, pensó. ¿En serio? ¿Cómo es posible que un cristal me pinchara los neumáticos?

Miró a la rueda de atrás y vio que había varias esquirlas de cristal sobresaliendo de ella. Volvió la vista hacia la carretera y no vio señales de nada, claro que eso no significaba gran cosa porque la luna estaba más bien oculta detrás de las copas de los árboles y la noche era oscura como el carbón.

Se fue hacia el maletero, sabiendo de sobra que daría igual lo que se pudiera encontrar. Hasta en el caso de que allí atrás hubiera un neumático de reemplazo, necesitaba dos.

Furiosa y un tanto asustada, dio un portazo al maletero, sin molestarse en mirar. Agarró su teléfono y, sintiéndose como una idiota, se encaramó sobre el maletero. Elevó el teléfono con el brazo, con la esperanza de que mostrara al menos una barra de cobertura. Nada.

Que no te entre el pánico, pensó. Es cierto, estás en medio de ninguna parte, pero alguien aparecerá en algún momento. Todos los caminos llevan a algún lugar, ¿no es cierto?

Incapaz de creer cómo había transcurrido este fin de semana, regresó al interior de su coche, donde la calefacción todavía seguía realizando su tarea. Posicionó su espejo retrovisor para poder ver las luces de unos focos aproximándose por detrás y entonces miró hacia delante para estar al tanto de los que pudieran venir por delante.

Mientras reflexionaba sobre la fallida promoción de su libro, la leve confusión del departamento de publicidad, y su problema más reciente de los dos neumáticos pinchados a un lado de la carretera, divisó unos focos que se aproximaban por delante de ella. Solo había estado esperando siete minutos, así que se dio por afortunada.

Abrió su portezuela, y encendió la luz de techo para que se uniera a las luces intermitentes de emergencia. Salió del coche y se quedó cerca de él, haciendo señales con las manos al camión que se acercaba para que se detuviera. Se sintió aliviada de inmediato cuando vio que se estaba deteniendo. Se desvió hacia su carril y aparcó con el morro frente al morro de su coche. El conductor encendió sus luces de emergencia y entonces salió del vehículo.

“Qué hay,” dijo el hombre de cuarenta y tantos años que se había bajado del camión.

“Hola,” dijo Delores. Ella le examinó, todavía demasiado molesta por la situación como para tomar precauciones frente a un desconocido cualquiera que se había detenido para ayudarle a estas horas de la noche.

“¿Problemas con el coche?” preguntó él.

“Millones de ellos,” dijo Delores, señalando a sus neumáticos. “Dos ruedas pinchadas a la vez. ¿Puede creerlo?”

“Oh, eso es terrible,” dijo él. “¿Ya ha llamado a Triple A o a un taller o algo así?”

“No tengo cobertura,” dijo ella. Estuvo a punto de añadir No es que sea exactamente de por aquí, pero decidió no hacerlo.

“Bueno, puede utilizar el mío,” dijo él. “Aquí por lo general tengo al menos dos barras.”

El dio un paso hacia delante, buscando el teléfono en su bolsillo.

Solo que no fue un teléfono lo que sacó. Ella estaba realmente muy confundida por lo que tenía delante de sus ojos. No tenía sentido. No se podía imaginar de qué se trataba y—

De repente, venía hacia su rostro, a toda velocidad. Una décima de segundo antes de que le golpeara, pudo ver la forma y el brillo de lo que se había puesto encima de sus dedos.

Manoplas de hierro.

Escuchó el sonido que hicieron al golpearle en la frente, sintió una punzada de dolor, al instante le fallaron las rodillas, y sintió como se derrumbaba en el duro asfalto. Lo último de lo que fue consciente fue de cómo el hombre extendía su mano hacia ella casi con afecto, con los faros todavía cegando su vista, antes de que el mundo ennegreciera del todo.

CAPÍTULO UNO

Mackenzie White estaba en pie debajo un paraguas mientras observaba cómo colocaban el ataúd en la fosa y la lluvia arreciaba hasta convertirse en una llovizna constante. Los sollozos de los participantes estaban casi enmudecidos por las gotas de lluvia que caían en el cementerio y en las lápidas cercanas.

Lo observó con una punzada de dolor mientras su antiguo compañero pasaba sus últimos momentos en el mundo de los vivos.

El ataúd penetraba en la tumba sobre los raíles de acero en los que había estado apoyado durante la ceremonia mientras los seres más cercanos a Bryers lo presenciaban.

La mayor parte de la procesión se había dispersado tras las palabras finales del pastor, pero los más cercanos a él se habían quedado.

Mackenzie permaneció de pie a un lado, a dos filas de distancia. Le dio por pensar que a pesar de que Bryers y ella hubieran confiado sus vidas el uno al otro en varias ocasiones, realmente no le había conocido demasiado bien. Lo probaba el hecho de que no tuviera ni idea de quiénes eran las personas que se habían quedado para ver cómo le metían a la tumba. Había un hombre que parecía tener treinta y tantos años, y dos mujeres arrimadas bajo la lona negra, disfrutando de su último momento con él.

Cuando Mackenzie se dio la vuelta, notó la presencia de una mujer mayor que estaba de pie una fila más atrás, sujetando su propio paraguas. Iba completamente vestida de negro y parecía bastante atractiva de pie bajo la lluvia. Tenía el pelo totalmente canoso, atado en un moño, pero de algún modo tenía un aspecto juvenil. Mackenzie le asintió con la cabeza cuando pasó a su lado.

“¿Conocía a Jimmy?” preguntó la mujer de repente.

¿Jimmy?

Tardó un momento en darse cuenta de que la mujer estaba hablando de Bryers. Mackenzie solo había escuchado su nombre de pila en una o dos ocasiones. Para ella, siempre había sido solamente Bryers.

Quizá no fuéramos tan íntimos como yo pensaba.

“Así es,” dijo Mackenzie. “Hemos trabajado juntos. ¿Qué hay de usted?”

“Ex-mujer,” dijo ella. Con un suspiro tembloroso, añadió: “Era un hombre muy bueno.”

¿Ex-mujer? Dios, la verdad es que no le conocía. Aun así, en las bambalinas de su mente, podía recordar una conversación durante uno de sus largos trayectos en coche en que había mencionado que había estado casado en el pasado.

“Sí que lo era,” dijo Mackenzie.

Quería contarle a la mujer todas las veces que Bryers le había guiado en su carrera profesional y que hasta le había salvado la vida, pero imaginó que debía de haber una razón para que la mujer se hubiera distanciado de las tres siluetas apiñadas bajo la lona.

“¿Eras íntima amiga suya?” preguntó la ex mujer.

Pensaba que lo era, dijo Mackenzie, mirando a la tumba de nuevo con arrepentimiento. Sin embargo, su respuesta fue más simple. “No mucho.”

Entonces se dio la vuelta tras sonreír con pesadumbre a la mujer y se dirigió hacia su coche. Pensó en Bryers… su sonrisa taciturna, la manera en que apenas se reía pero cuando lo hacía, era casi explosivo. Entonces pensó en cómo iba a cambiar el trabajo ahora. Sin duda, era egoísta por su parte, pero no podía evitar preguntarse cómo iba a ser alterado su entorno laboral ahora que su compañero, el hombre que esencialmente le había acogido bajo su protección, estaba muerto. ¿Tendría un nuevo compañero? ¿Cambiaría su posición y la pondrían detrás de un escritorio o en algún otro trabajo cutre sin un propósito genuino?

Cielos, deja de pensar en ti misma, pensó.

La lluvia seguía golpeteando el paraguas. Era tan ensordecedora que Mackenzie casi no escuchó cómo sonaba su teléfono dentro del bolsillo de su abrigo.

Lo sacó diestramente de su bolsillo mientras abría la portezuela del coche, dejaba dentro el paraguas, y entraba para protegerse de la lluvia.

“Al habla White.”

“White, soy McGrath. ¿Estás en la ceremonia en el cementerio?”

“Saliendo en este momento,” dijo ella.

“Lo siento de verdad por Bryers. Era un buen hombre. Y un agente increíble también.

“Sí que lo era,” dijo Mackenzie.

Mas cuando miró una vez más a través de la lluvia hacia la tumba, le pareció que realmente no había conocido a Bryers en absoluto.

“Odio interrumpir, pero te necesito de vuelta aquí. Pásate por mi oficina, ¿de acuerdo?”

Su corazón pareció detenerse por un instante. Sonaba a algo serio.

“¿De qué se trata?” preguntó ella.

Él hizo una pausa, como si estuviera debatiendo consigo mismo si era buena idea decírselo, y finalmente dijo:

“Un nuevo caso.”

***

Cuando llegó al recibidor de la oficina de McGrath, Mackenzie vio a Lee Harrison sentado en la zona de espera. Le recordaba como el agente que le habían asignado como compañero temporal cuando Bryers se puso enfermo. Se habían estado conociendo durante las últimas semanas pero realmente no habían tenido aun la oportunidad de trabajar juntos. Él parecía un agente decente—quizá un poco precavido de más para el gusto de Mackenzie.

“¿También te llamó a ti?” preguntó Mackenzie.

“Sí,” dijo él. “Parece que puede que tengamos nuestro primer caso juntos. Pensé en esperar a que llegaras antes de llamar a la puerta.”

Mackenzie no estaba segura de si había hecho eso por respeto hacia ella o por miedo a McGrath. Fuera como fuera, pensaba que había sido una decisión sabia.

Ella llamó a la puerta y fue respondida con un rápido “Entrad” desde el otro lado. Hizo una señal a Harrison para que se acercara y entraron juntos al despacho. McGrath estaba sentado detrás de su escritorio, tecleando algo en su portátil. Había dos carpetas colocadas a la izquierda, como si estuvieran esperando a que las reclamaran.

“Tomen asiento, agentes,” dijo él.

Mackenzie y Harrison se sentaron en las dos sillas que había delante del escritorio de McGrath. Mackenzie vio que Harrison estaba sentado bien rígido y que sus ojos estaban abiertos de par en par… no llenos de temor del todo pero sin duda llenos de nerviosismo y emoción.

“Tenemos un caso en la Iowa rural,” comenzó él. “Como es el lugar donde creciste, pensé que serías ideal para este caso, White.”

Ella se aclaró la garganta, incómoda.

“Crecí en Nebraska, señor,” le corrigió.

“Es todo lo mismo, ¿no es cierto?” dijo él.

Ella sacudió la cabeza; estaba claro que los que no eran del Medio Oeste jamás lo entenderían.

Iowa, pensó. Sin duda, no era Nebraska, pero estaba lo bastante cerca, y la sola idea de regresar a aquellos lares le hacía sentir incómoda. Sabía que no había razón para temer al lugar; después de todo, había llegado a Quantico y se había convertido en alguien. Había logrado su sueño de conseguir un puesto en el FBI. Entonces ¿por qué le alteraba con tal rapidez la idea de regresar allí por un caso?

Porque todo lo malo que ha habido en tu vida está allí, pensó. Tu infancia, tus antiguos compañeros de trabajo, los misterios que rodeaban la muerte de su padre…

“Ha habido una serie de desapariciones, todas mujeres,” continuó McGrath. “Y por el momento parece que se las están llevando de la misma carretera en estos tramos solitarios de la autopista. Anoche se llevaron la última. Encontraron su coche en la cuneta junto a la carretera con dos ruedas pinchadas. Había una cantidad exagerada de cristal en la carretera, lo que hizo que el departamento de policía local asumiera que había habido complicaciones.”

Deslizó una de las carpetas hacia donde estaba Mackenzie y ella le echó un vistazo. Había varias fotos del coche, sobre todo de los neumáticos. También vio que el tramo de carretera estaba sin duda aislado, rodeado de árboles alargados por ambos lados. Una de las fotografías también mostraba los contenidos del coche de la última víctima. Dentro había un abrigo, una pequeña caja de herramientas atornillada a un lateral, y una caja de libros.

 

“¿Por qué tantos libros?” preguntó Mackenzie.

“La última víctima era una escritora. Delores Manning. Google me cuenta que acaba de publicar su segundo libro. Una de esas novelas de basura romántica. No es una autora conocida en absoluto, así que no deberíamos tener interferencias de los periódicos… por el momento. El departamento de transportes estatal ha cortado la carretera y ha establecido desvíos. Por tanto, White, necesito que te montes en un avión cuanto antes sea posible para salir de aquí. Rural o no, obviamente el estado no quiere mantener esa carretera cerrada por mucho tiempo.”

Entonces McGrath redirigió su atención a Harrison.

“Agente Harrison, hay algo que quiero que entiendas. La Agente White tiene vínculos con el Medio Oeste, así que en este caso no hubo mucho que pensar. Y a pesar de que te he nombrado como su compañero, en este caso quiero que te quedes aquí. Quiero que estés en la central trabajando detrás del telón. Si la Agente White te llama para pedirte que investigues algo, quiero que te encargues de ello. Además, Delores Manning tiene una agente y un publicista y todo eso. Si no solucionamos esto deprisa, los periódicos se nos echarán encima. Quiero que te encargues de esa faceta del asunto. Mantén la calma y la discreción en la central si las cosas se ponen feas. No es por ofender, pero quiero a una agente con más experiencia en esto.”

Harrison asintió, pero era imposible no ver la decepción en su mirada. “No es ninguna ofensa, señor. Estaré encantado de ayudar en lo que pueda.”

Oh no, pensó Mackenzie. No un pelota.

“¿Entonces voy a hacer esto sola?” preguntó Mackenzie.

McGrath le sonrió y sacudió la cabeza. Era casi un gesto lúdico que le demostraba lo lejos que había llegado con McGrath desde sus primeras reuniones incómodas que bordeaban la hostilidad.

“De ninguna manera te voy a enviar allí a ti sola,” dijo él. “He organizado las cosas para que el Agente Ellington trabaje en este caso contigo.”

“Oh,” dijo ella, algo conmocionada.

No estaba segura de cómo sentirse al respecto. Había una extraña química entre Ellington y ella—siempre la había habido desde la primera vez que le conoció mientras trabajaba como detective en los campos de Nebraska. Le había gustado trabajar con él durante ese breve periodo pero ahora que las cosas habían cambiado… en fin, sería cuando menos un caso interesante. La verdad es que no había nada de qué preocuparse. Tenía la confianza de que podría separar con facilidad cualquier sentimiento personal que tuviera por él de los meramente profesionales.

“¿Puedo preguntar por qué?” preguntó Mackenzie.

“Tiene un breve historial de trabajar con los agentes de campo locales de la zona, como ya sabes. También tiene un historial impresionante en lo que se refiere a casos de desapariciones. ¿Por qué?”

“Solo por preguntar, señor,” dijo ella, recordando con facilidad la primera vez que Ellington y ella se habían conocido cuando él había venido para ayudar con el caso del Asesino del Espantapájaros mientras ella todavía trabajaba para el departamento de policía. “¿Acaso él… en fin, le pidió trabajar conmigo en esto?”

“No,” dijo McGrath. “Se trata simplemente de que ambos sois perfectos para este caso—él por sus conexiones y tú por tu pasado.”

McGrath se levantó de su silla, con lo que dio por terminada la conversación. “Deberías recibir los emails sobre tu vuelo en unos pocos minutos,” dijo McGrath. “Creo que estarás despegando a las once cincuenta y cinco.”

“Pero eso es solo en una hora y media,” dijo ella.

“Entonces sugiero que empieces a moverte.”

Salió a toda prisa de la oficina, mirando atrás solo una vez para ver al Agente Harrison todavía sentado en su silla como un cachorro perdido, inseguro de qué hacer o adónde ir. Pero ahora no tenía tiempo de preocuparse por su orgullo herido. Tenía que pensar en cómo iba a hacer la maleta y llegar al aeropuerto en menos de hora y media.

Y además de eso, tenía que pensar por qué le aterraba la idea de trabajar con Ellington en un caso.

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