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Из серии: Las Crónicas de la Invasión #2
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Vio a Chloe cuando entró corriendo en la sala de control. Estaba pulsando las teclas de los ordenadores en una neblina de lágrimas, apuñalándolas con los dedos como si pulsarlas más fuerte hiciera que funcionaran mejor.

—Chloe, ¿qué estás haciendo? —exigió Kevin.

—No tengo que hacer lo que vosotros me digáis. No tengo que hacer lo que nadie me diga —dijo con un tono decidido—. No podéis hacer que me quede aquí. ¡Tengo que salir!

—Nadie intenta…

—Pensé que te gustaba. Pensé que podrías ser mi amigo, pero eres como todos los demás. Me iré. ¡No podrás detenerme!

Pulsó algo más y el tono de las alarmas cambió. Unas palabras generadas por ordenador resonaron en los altavoces.

«Procedimiento de evacuación de urgencia iniciado. Abriendo las puertas. Por favor, salgan de la base de manera ordenada».

—¿Qué? —dijo Kevin—. Chloe, ¿qué has hecho?

—¿Y ahora qué está haciendo? —preguntó Luna, cuando entró corriendo a la sala. Llevaba una mochila sobre un hombro que evidentemente había usado para recoger provisiones, todavía medio abierta por la prisa en llegar allí. No parecía contenta.

Pero no tan triste como Chloe.

—Ibais a dejarme aquí olvidada como si fuera una especie de… de prisionera —dijo y su tono era frenético, furioso y aterrorizado todo a la vez—. No vais a dejarme aquí. Voy a ir hasta mi primo. Voy a descubrir lo que le pasó. Después iré hasta los Supervivientes.

Tras ella, la gran puerta que daba al compartimento estanco se abrió de golpe. Para sorpresa de Kevin, la puerta exterior hizo lo mismo, las dos se abrieron a la vez mostrando un camino despejado hacia el exterior. Allá fuera Kevin vio la carretera de la montaña y los árboles. Aún peor, veía unas siluetas avanzando hacia allí, dirigiéndose hacia el ruido casi al unísono.

Tan pronto como el camino estuvo libre, Chloe atravesó la puerta a toda velocidad hacia la montaña. Kevin estaba demasiado conmocionado por todo aquello como para intentar detenerla, y Luna se estaba poniendo la máscara a toda prisa, evidentemente todavía insegura de si podía fiarse del aire de fuera o no.

—¡La puerta, Kevin! —exclamó Luna mientras iba a toda velocidad para ponerla en su lugar—. Tenemos que cerrar la puerta.

Kevin asintió.

—La tengo.

Por lo menos, eso esperaba. Veía que la gente de fuera avanzaba hacia la puerta, más de los que él podía haber creído ya que se suponía que los extraterrestres se habían llevado a la gente. Había soldados y excursionistas, familias enteras moviéndose con una especie de coordinación forzada y silenciosa.

Kevin pulsaba las teclas del ordenador, con la esperanza de enmendar lo que se había hecho. Nada parecía tener ningún efecto. No ayudaba que no tuviera ni idea de cómo funcionaba el sistema informático de aquí. No estaba todo etiquetado para cualquiera que deseara intentar usarlo. Además, sospechaba que una puerta de emergencia que se abriera así no sería fácil de enmendar, por si la gente se quedaba atrapada dentro. Machacaba las teclas del ordenador, con la esperanza de encontrar alguna combinación que pudiera hacer algo.

Nada de esto funcionó. Las puertas continuaban abiertas, un camino despejado llevaba al exterior y ahora, por el camino, la gente controlada por los extraterrestres avanzaba acechando.

Venían.

Y si llegaban al búnker, Kevin estaba aterrorizado por lo que pasaría a continuación.

CAPÍTULO CUATRO

—¡Corre! —exclamó Kevin mientras las personas a las que los extraterrestres habían convertido se acercaban al búnker. Luna ya parecía estar siguiendo su consejo, corriendo de vuelta a las confusas profundidades del lugar, tan rápido que Kevin tenía que esforzarse por seguir el ritmo.

Siempre se les había dado bien escapar corriendo. Cuando se habían metido en problemas por estar en un lugar que no deberían, siempre conseguía dejar atrás a quien les estuviera siguiendo. Bueno, casi siempre. Bueno, por lo menos más de la mitad de las veces. Sin embargo, Kevin sospechaba que esta vez tendrían algo mucho peor que una severa advertencia si las criaturas de detrás los atrapaban.

Oía el ruido sordo de sus pies sobre el suelo del búnker mientras iban detrás, y el sonido de su silenciosa persecución con excepción de las botas retumbando contra el hormigón. No llamaban en voz alta durante la persecución, no chillaban ni gritaban ni exigían a Kevin y a Luna que pararan. De algún modo, esto lo hacía todo más escalofriante.

—¡Por aquí! —exclamó Luna, adentrándolo todavía más en la base. Pasaron por delante de la armería, y ahora Kevin si que deseaba tener alguna clase de arma, sencillamente porque parecía el único modo en el que iban a poder salir de ahí sanos y salvos. Al no tenerla, se conformó con hacer caer cualquier cosa al pasar corriendo por delante y empujó un carrito para que se interpusiera en el camino de los que iban avanzando mientras cerraba las puertas tras él. Unos estruendos le dieron a entender que iban chocando contra los obstáculos que Kevin les iba poniendo en el camino, pero por ahora nada de eso parecía frenarlos ni tan solo un poco.

—Ahora silencio —susurró Luna, tirando de Kevin hacia otro pasillo y reduciendo la velocidad hasta ir de puntillas. Una multitud de excursionistas y soldados pasaron por delante a toda prisa tan solo un segundo más tarde, avanzando con toda la velocidad y fuerza que parecía venir de estar controlados por los extraterrestres.

—Pero ¿por qué son tan rápidos? —susurró Kevin, intentando recobrar el aliento. No parecía justo que fueran tan rápidos. Lo mínimo que podías esperar de una invasión alienígena era poder escapar de ella en buenas condiciones.

—Probablemente los extraterrestres les están haciendo usar todos los músculos —dijo Luna—, sin importar si les duelen. Ya sabes, como cuando las abuelas levantan coches de encima de la gente.

—¿Las abuelas pueden levantar coches de encima de la gente? —dijo Kevin.

Luna encogió los hombros. Con la máscara antigás puesta, era imposible saber si se estaba riendo de él o no.

—Lo vi en la tele. ¿Ya has recuperado la respiración?

Kevin asintió aunque no fuera del todo cierto.

—¿A dónde vamos? Si son listos, habrán dejado gente en la entrada.

—Entonces vamos a la otra entrada –dijo Luna.

La salida de emergencia. Kevin había estado tan ocupado pensando en que estaban invadiendo el búnker que prácticamente se había olvidado de ella. Si podían llegar hasta ella, entonces a lo mejor tenían una oportunidad. Podían llegar al coche y conducir hasta la NASA.

—¿Preparado? —preguntó Luna—. Vale, vamos.

Se apresuraron por los pasillos y, de algún modo, no ver a las personas controladas era peor que verlas. Eran tan silenciosas que podrían haber estado en cualquier esquina, esperando para agarrarlos y, si lo hacían, lo que pasaría a continuación no valdría la pena…

—¡Corre! —exclamó Luna mientras un brazo la asaltó en la siguiente esquina. Consiguió coger la ropa de su camisa y Kevin salió disparado hacia delante, lanzando todo su peso contra el brazo como si intentara hacerle un placaje.

Se soltó y Luna y él corrieron de nuevo, tomando curvas y giros al azar para intentar perder a sus perseguidores. No podían correr más rápido que ellos en línea recta, así que tuvieron que buscar espacios donde los controlados no los pudieran seguir, e intentar usar el diseño laberíntico del búnker en su contra.

—Está aquí —dijo Luna, señalando hacia una puerta.

Kevin tenía que fiarse de sus palabras. Ahora mismo, se sentía tan perdido que ni tan solo podía decirle a alguien el camino de vuelta a la sala de control. Se metió en la sección de pasillo detrás de Luna, después cerró la puerta tras ellos y cogió un extintor para usarlo para atrancar la puerta. Parecía igual de endeble que el cartón comparado con la fuerza de los controlados.

Ahora tenían que conseguir abrir la escotilla de emergencia.

Kevin puso las manos sobre la rueda para intentar girarla. No pasó nada; estaba tan rígida que parecía que podría estar hecha de roca. Lo intentó de nuevo y los nudillos se le pusieron blancos por el esfuerzo.

—¿Qué tal un poco de ayuda? —insinuó.

—Pero si parecía que te estabas divirtiendo —replicó Luna desde detrás de la máscara, antes de agarrar la rueda y tirar de ella. Todavía estaba atascada.

—Tenemos que intentarlo con más fuerza —dijo Luna.

—Lo estoy intentando con toda la fuerza que puedo —le aseguró Kevin.

—Bueno, a no ser que quieras ir a pedir ayuda a uno de los controlados, tenemos que hacer más. A la de tres. Uno…

Se oyó un sonido metálico de la puerta que Kevin había atrancado.

—¡Y tres! —dijo él, tirando de la rueda con cada fragmento de fuerza que podía reunir. Al parecer, Luna tuvo la misma idea y prácticamente colgó todo su peso de aquella cosa.

Finalmente, cuando vino un segundo ruido metálico de la puerta que habían atrancado, la cosa se movió. La giraron hasta abrirla mientras los músculos de Kevin se quejaban y, a continuación, Luna se metió dentro sin pensarlo, sin esperar a ver si Kevin quería ir primero. Él fue a toda prisa tras ella, cerrando la escotilla tras él con la esperanza de que el pasillo pareciera vacío lo que fuera que los perseguía.

El espacio que había después era estrecho, poco más que un túnel en el que reptar. Si hubieran sido adultos, probablemente apenas hubieran cabido. Tal y como estaban las cosas, había el espacio suficiente para gatear sobre manos y rodillas, a toda prisa hacia otra escotilla que había en la otra punta. Afortunadamente, esta no estaba atascada y se abrió con facilidad dejando al descubierto la ladera que había tras ella.

 

—Tenemos que ir con cuidado —dijo Luna en voz baja mientras los dos saltaron hacia la ladera—. Todavía podrían estar aquí.

Estaban, pues Kevin vio unas siluetas a lo lejos, subiendo la ladera como para llegar a la entrada de delante. Por allí cerca había unos árboles, así que Luna y él se deslizaron hasta ellos, se agacharon e intentaron no ser vistos.

Treparon montaña arriba, intentando calcular dónde habían escondido exactamente el coche de la Dra. Levin. Si podían llegar al coche, entonces podrían salir de allí, dejar a los controlados por los extraterrestres e ir a la base.

Kevin lo divisó un poco más lejos, justo donde lo habían dejado, escondido para que no lo vieran. Fue lentamente hacia él. Y entonces fue cuando vio a Chloe en una curva de la carretera de la montaña, viniendo del aparcamiento de la cima. Un par de turistas, que se movían con el silencio extrañamente controlado de los alienígenas, iban corriendo tras ella y estaban ganando.

—Tenemos que ayudarla —dijo Kevin.

—¿Después de todo lo que acaba de hacer? —replicó Luna—. Tendría bien merecido que la dejáramos convertirse también en un alienígena. Posiblemente daría menos problemas.

—Luna —dijo Kevin.

—Solo estoy diciendo que no merece del todo nuestra ayuda —dijo Luna.

Ahora los controlados estaban casi sobre Chloe.

—Probablemente sea cierto –dijo Kevin. Salió corriendo—. Pero aun así voy a ayudarla.

Partió en dirección a Chloe y no le sorprendió mucho ver que Luna corría junto a él.

—Esto lo hago por ti, no por ella —dijo Luna.

—Claro —le dio la razón Kevin, corriendo más deprisa.

—Y ya puedes dejar de sonreír por esto —continuó Luna—. Solo lo estoy haciendo porque si no te ayudo, te alienigenarán.

—¿Me alienigenarán?

—Después pensaré una palabra mejor —dijo Luna.

Ahora ya casi habían llegado a Chloe. Uno de los controlados estiró el brazo hacia ella, pero Kevin y Luna fueron más rápidos, la agarraron y tiraron de ella para apartarla del camino y llevarla hasta unos árboles. La cuesta lo hacía accidentado, pero tal vez eso fuera bueno, pues uno de los controlados pasó tropezando por delante de ellos.

—Volvisteis a por mí —dijo Chloe—. Vosotros…

—Deja de hablar y sigue corriendo —espetó Luna—. El coche está ahí delante.

Y el excursionista que quedaba estaba justo detrás, moviéndose con toda la tenacidad de un lobo que persigue a un ciervo. Kevin no quería pensar en cómo acababan estas cosas normalmente, simplemente continuó corriendo, cambiando de dirección a través de los árboles.

El excursionista controlado por los extraterrestres lo agarró y Kevin consiguió esquivarlo. Ante su sorpresa, allí estaba Chloe, empujó al hombre desde el lado y lo mandó dando volteretas ladera abajo, peleando por parar su caída. Ella sonrió al verlo, a pesar de que Kevin hizo una mueca de dolor, pues aunque hubiera un extraterrestre controlando aquel cuerpo, aún pertenecía a alguien y, si alguna vez lo recuperaba, probablemente lo querría sin huesos rotos.

—¡Entrad! —exclamó Luna desde más adelante. Ahora ella estaba en el coche y de un salto se puso en el asiento del conductor.

Kevin y Chloe fueron corriendo hacia el coche y entraron mientras Luna empezaba a girar la llave. Kevin oyó que decía palabrotas en voz baja y solo le llevó un momento darse cuenta del porqué: El coche no arrancaba. Hizo una especie zumbido y tosió pero, aparte de eso, no pasó nada, no importaba las veces que Luna intentara hacerlo funcionar.

Entonces empezó a crecer el miedo dentro de Kevin, aunque había habido más que suficiente derramándose en su interior de todos modos gracias a tener que escapar de los controlados por los extraterrestres. Miró hacia los árboles para intentar detectar movimiento, en busca de cualquier señal de los controlados. No solo los que habían caído ladera abajo, pues habría más. Siempre parecía haber más.

—No funciona —dijo Luna.

—No va a funcionar —dijo Chloe—. Lo has ahogado.

—Como si tú supieras algo de esto —replicó Luna.

Daba la sensación de ser una discusión que duraría demasiado y sería demasiado fuerte; que haría que todavía estuvieran allí cuando más controlados llegaran. A Kevin ya le parecía oír un crujido en los árboles.

—Tenemos que irnos —dijo Kevin. Le pareció ver unas formas detrás de los troncos más cercanos—. Y tenemos que irnos ahora.

Salió otra vez del coche y las demás le siguieron con evidente reticencia. Por lo menos siguieron y se escabulleron entre unos árboles justo a tiempo mientras Kevin echaba la vista atrás y veía excursionistas y soldados, guardas forestales y familias, que llegaban al coche como una masa silenciosa y coordinada. Algunos de ellos miraban alrededor, casi parecía que olfateaban el aire. Kevin salió pitando todo lo rápido que pudo.

—El coche no los distraerá durante mucho rato —supuso Kevin—. Tenemos que pensar en otra cosa.

—Hay coches de sobra en el aparcamiento —dijo Chloe.

Luna resopló.

—De los que no tenemos llaves.

—Yo no necesito una llave. Eso es lo que estaba haciendo allí, hasta que fueron a por mí. —Todavía parecía que quería buscar pelea, pero ahora mismo, si todos conseguían salir de allí, Kevin podía vivir con eso.

—Tenemos que estar en silencio —dijo Kevin, y entonces las demás lo miraron como si acabara de decir la cosa más evidente del mundo. Avanzaron lentamente, dirigiéndose montaña arriba hacia la cima y el aparcamiento que había allí para los visitantes. Por lo menos, de momento, parecía que estaba vacío.

—Ya te podrías quitar esa dichosa máscara —le dijo Chloe a Luna—. Ya te lo dije, lo que fuera que pusieran en el aire ha desaparecido. ¿O es que tienes miedo?

Lo último bastó para molestar a Luna. Intencionadamente, estiró el brazo, se quitó la máscara y la colgó del cinturón.

—No tengo miedo —dijo—. Solo es que no soy imbécil.

—Tenemos que encontrar un coche —dijo Kevin, interrumpiendo antes de que pudieran discutir de nuevo.

Había suficientes de donde escoger, abandonados donde los habían aparcado las personas que estaban dando una vuelta por la montaña. Había SUVs y minifurgonetas, coches modernos y viejos en todo tipo de colores y…

—Ese —dijo Chloe, señalando hacia una ranchera que parecía molida hasta el punto que Kevin se sorprendió de que quedara algo de ella. La pintura estaba pelada, mostrando óxido en algunos lugares—. Ese lo podré arrancar.

Fueron hacia él y una de las ventanas resultó estar entreabierta. Chloe la tiró un poco más para abajo, metió el brazo dentro y abrió la puerta.

—¿No te preocupa que sepa hacer todo esto? —le preguntó Luna a Kevin.

Chloe miró hacia atrás por encima del hombro.

—No todos tenemos vidas perfectas, animadora.

Kevin casi agradeció ver a un grupo de los controlados avanzando lentamente, evidentemente a la caza.

—¡Rápido —dijo—, a la furgoneta!

Entraron con las cabezas bajas. Chloe estaba en el asiento del conductor, trabajando en algo del arranque. Parecía que llevaba mucho tiempo.

—Pensaba que habías dicho que sabías hacerlo —susurró Luna.

—A ti me gustaría verte intentándolo —replicó Chloe.

—Mientras nos puedas llevar hasta la NASA —dijo Luna.

Chloe negó con la cabeza.

—Vamos a ir a LA.

—San Francisco —insistió Luna.

—LA —replicó Chloe.

Kevin sabía que tenía que intervenir, porque si no lo hacía, probablemente todavía estarían discutiendo cuando los controlados los alcanzaran.

—Por favor, Chloe, de verdad que tenemos que oír este mensaje. Y… bueno, si esto no cuadra, entonces a lo mejor podríamos ir a LA. Juntos.

Chloe se quedó callada durante un minuto. Kevin se atrevió a mirar por encima del salpicadero. Esperaba que se decidiera pronto, pues el grupo de controlados se estaba acercando.

—Supongo que de alguna manera antes me salvasteis la vida —dijo Chloe—. Está bien.

Continuó trabajando en lo que estaba haciendo con el arranque. El motor tosió. Kevin alzó la vista y vio que todas las personas controladas por alienígenas ahora los miraban fijamente, los miraban con la intensidad de un gato que acaba de detectar un ratón.

—Esto… ¿Chloe?

Empezaron a avanzar corriendo.

—¿Puedes hacerlo o no? —dijo Luna.

Chloe no respondió, sencillamente continuó trabajando en lo que fuera que estaba haciendo. El motor chisporroteó de nuevo y después rugió hasta cobrar vida. Chloe alzó la vista victoriosa.

—¿Veis? Os dije que…

Se detuvo de golpe cuando una silueta chocó contra el coche e intentó agarrarlos.

—Sácanos de aquí —dijo Kevin, y Chloe asintió.

La furgoneta avanzaba a trompicones mientras ella conducía, al parecer sin importarle si golpeaba a los controlados o no. Giraron bruscamente para evitar un coche, y un soldado se lanzó y se metió en el camino de la furgoneta. Chloe no disminuyó la velocidad ni tan solo un momento y el crujido al golpearlo fue horrible. Rebotó en el capó y rodó por el suelo hasta ponerse de pie, pero para entonces ellos ya estaban lejos.

O, por lo menos, algo lejos. No podían ir muy rápido por la carretera de la montaña, especialmente con el peligro de los coches abandonados por el camino, dejados allá donde la gente estaba cuando el vapor había transformado a sus ocupantes. Chloe zigzagueaba entre ellos, pero esto todavía los frenaba lo suficiente como para que los controlados que corrían detrás de ellos siguieran el ritmo.

—No van a rendirse —dijo Luna echando la vista atrás.

—Ellos no se cansan, no paran —dijo Chloe, y algo en la forma en que lo dijo dio a entender que lo había aprendido a las malas—. Sujetaos todos.

Kevin se agarró al salpicadero cuando aceleraron, la furgoneta serpenteaba de forma alarmante mientras iba a toda velocidad esquivando los obstáculos del camino. Kevin estaba seguro de que chocarían en cualquier momento, pero de algún modo, increíblemente, no lo hicieron. Chloe giraba violentamente el volante de un lado al otro, y la furgoneta se movía atropelladamente como respuesta.

Derraparon cerca del borde de la carretera, y Kevin no sabía qué sería peor: chocar o que los atraparan. Pero parecía que Chloe lo había decidido, pues no redujo la velocidad. Bajaron a toda velocidad por la montaña, y ahora Kevin veía caer a los controlados por detrás más y más a lo lejos.

—Lo conseguimos —dijo—. Sobrevivimos.

Luna lo abrazó. Por encima del hombro, Kevin vio la mirada en el rostro de Chloe cuando lo hizo.

—Ahora lo único que tenemos que hacer —dijo Luna— es ir a la ciudad, asaltar un lugar del que escapamos con dificultad y encontrar un mensaje de un segundo grupo de extraterrestres sin que nos cojan los primeros.

Visto así, parecía una tarea imposible. Kevin apenas podía imaginar llegar al instituto de la NASA sanos y salvos, pero aun así tenían que hacerlo.

Era la única esperanza que tenía el mundo.

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